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278 REPERTORIO AMERICANO.
ba serena por entre los escollos de la era también mujer de talento.
vida solteril. Fué un tranquilo, un ho. Tuvo al menos el talento de connesto, un impasible. Pero como supon quistar a un gringo!
go que a usted no le han de interesai El talento de conquistar a un homestos pormenores, señora, hágole gracia bre con fama de inconquistable, que es de ellos, y, de un salto, paso al período el triunfo que más envidian las mujeen que aparece Julio Zimens convertido res, con perdón de usted, señora.
en hombre de estado. Un hombre de es Se equivoca usted lastimosamente, tado Julio Zimens! Parece inverosímil. mi querido juez. Lo que más envidia¿Qué es lo que había pasado en la mos las mujeres hablo de las mujeres vida de este hombre? Otro desvío de honestas es la glora de hacer felices a lo que un buen burgués llamaría el riel nuestros maridos. También tuvo esa de la normalidad. Otra equivocación gloria la señora Pinquiray de Zimens?
que diría un hombre práctico. Se había eso voy, precisamente. Hay que casado de repente allá lejos, en la monser fiel a la verdad. No tuvo esa gloria, taña, entre las cuatro chozas de una al pero tal vez fué porque no lo quiso. Zidea perdida, para después ir a estable mens no fué feliz con su mujer. Había cerse con su mujer en la soledad neu entre ellos, según el mismo me lo conrastenizadora de un fundo.
tara después, una disparidad de puntos Naturalmente la noticia conmovió a de vista tal que la felicidad se espanHuánuco entero, y todos en esta pala tó del hogar desde el primer momento.
bra las comprendo a ustedes también, se Zimens, en medio de sus extravaganñora. todos se apresuraron a averiguar cias, era un romántico, un bohemio, una por la feliz mujer que había logrado inteligencia atiborrada de teorías nebuquebrantar, en el breve espacio de unos losas, de esteticismos abstrusos, de condías, la indiferencia del desdeñoso ger ceptos filosóficos atrevidos, todo lo cual mano. Lo que no tardó en saberse. Re formaba en torno suyo una valla insalcuerda usted, señora, de la inmensa car vable para el alma inculta y primitiva cajada con que Huánuco recibió el nom de su mujer. Fué un matrimonio sin bre de la elegida?
puntos de afinidad; ni siquiera un matri Vaya si recuerdo. Como que fui yo monio de esos en que los esposos, cuanuna de las que reí también. Qué mu do no coinciden en el sentimiento, coinjer la que había ido a escoger Zimens a ciden en la opinión. La Pinquiray no la montaña, válgame Dios. la Marti tenía opinión de nada y Zimens tenía na Pinquiray! Una india, que no tenía opinión de todo. Lo que en éste suscimás mérito que una carita aceptable. taba un reproche, una crispatura, una Una india de pata al suelo, que, a la reprobación, un anatema, en aquélla primera intención, se dejó quitar la man producía una sonrisa extraña, un silenta por el gringo y lo siguió como una cio de esfinge, una serenidad de lago cabra.
tranquilo. en el gusto y las costumUna costumbre encantadora, capaz bres el choque fué más franco todavía.
de tentar a cualquier hombre.
En ella, una frugalidad inútil, una sed de. Ah, ya lo creo! Ustedes querrían ahorro insaciable, una miseria intencioverla implantada en Huánuco.
nada. En él todo era elegancia, exqui Con lo que nada perdería la morasitez, refinamiento. Agréguese a esto el lidad, señora, porque, usted bien le com egoísmo de una mujer, extrañamente inprende, antes de quitarle a una mujer la sociable, y se tendrá el cuadro complemanta habría que quitarle la voluntad. to del hogar de Julio Zimens no me diga usted que no hay nada pa aquí estriba la originalidad de mi recido en nuestras costumbres. Entre caso. Estamos en presencia de un homlos panatahuinos la mujer deja quitar la bre cuya vida es una perpetua contramanta en señal de consentimiento; entre dición, de quien nadie sabe por qué vinosotros, con un pedazo de oro, en forno a estas tierras, dejando a su espalma de anillo, se deja quitar todo. da centros más cultos y más propicios. Es usted partidario de enlaces co al éxito. Pero es que en. Zimens había mo el de Zimens con la Pinquiray. Qué un virtuoso científico ante el que todas amalgama, Dios mío!
las conveniencias desaparecían: era un la señora Linares, que parecía haadmirador de la civilización incaica. ber retrocedido al tiempo de la noticia través de Prescott, Tschudi y demás hisdespatarrante, soltó una carcajada, tan toriadores de la conquista, había enconburlona, tan convulsiva, tan cruel, que trado en el gran imperio de los incas no pude menos que decirle, a manera de los mismos principios de solidaridad poreproche: lítica que en el poderoso imperio ger La Pinquiray fué la india más her mano: el derecho de la fuerza, el deremosa de los panatahuinos; hermosa co cho divino, la casa militar, el feudo, el mo un sol y digna de una estatua. dospotismo paternal, la disciplina autoLa señora Linares dejó de reír repenmatizadora, la absorción del individuo tinamente, contrajo el ceño y, con entopor el estado, el insaciable espíritu de nación de amargura mal disimulada, se conquista, el orgullo de una raza supeapresuró a responder: rior, llevado hasta la demencia. i: como hermosa, lo era. Así lo algo más todavía, algo que Alemaof decir a más de uno que la conoció innia no había alcanzado aún, a pesar de timamente.
su desmedido servilismo militar y cienY el íntimamente fué acentuado con tífico: el bienestar público como corouna intención diabólica, a la cual me vi nación del imperialismo incaico. Obra obligado a responder con este elogio de pueblo superior, de raza fuerte, de más: gobernantes sabios. El Perú realizó entonces en Suramérica, en gran parte, la obra que pretendía realizar Alemania en Europa: el dominio continental. Incaicismo y kaiserismo venían a ser para Zimens la misma cosa. Y, de similitud en similitud, el teutón llegó al apasionamiento por nuestro pasado precolombino.
Fué esta pasión, este sueño de romántico enamorado de la fuerza, el que lo trajo hasta el corazón de estas tierras andinas, y, con él, el propósito de sentar con la experiencia propia la base de una teoría étnica, de saber qué resultados prácticos podrían obtenerse del cruzamiento de dos razas viejas y superiores. Por qué no fué al Cuzco? Por capricho tal vez.
He aqui explicada, señora, la razón que tuvo Zimens para cometer el imperdonable delito de pasar como un sonámbulo por entre el jardín encantador de vuestras bellezas de entonces. Perdónele, señora, en gracia del ideal que persiguió. la experiencia resultó un fracaso, como lo habrá adivinado usted, señora, desde el primer momento. vamos a los hijos. La unión no dejó de ser fecunda. Pero qué hijos, señora mía, que hijos! Un fiasco para el virtuosismo, una jugarreta a la teoría, un golpe al ideal. De los seis hijos que tuvo el matrimonio cuatro varones y dos mujeres ninguno respondió a las espectativas. Como las ranas, todos ellos, a poco de sentirse autónomos, se arrojaron al charco de la vida monta ñesa. Aquello fué una vergüenza y un tormento para Julio Zimens. sobre este desencanto, sobre esta defraudación espiritual, sobre este naufragio de la prole. misérrima y desequilibrada, vino a caer sobre Zimens de repente el peso de una desgracia inmensa, horrible, desesperante, traidora, vil. Un día descubrió el infeliz en su apolínea faz, de blancura. impecable, la lividez de un tumor sospechoso. Qué podría ser aquello. Alguna manifestación venérea. Algún resabio atávico. La incubación de algún parásito maligno. Zimens voló a Huánuco, consultó a todos los médicos, respondió a todas sus preguntas, sufrió todos sus exámenes, observó todas sus prescripciones, para saber, al fin, que las garras implacables de un cáncer le habían cogido por lo más noble del cuerpo y que su mal era irremediable. Un horror. exclamó la señora Linares. Yo no quise, verle asi jamás. Pobrecillo! Cuando alguna vez le veía a la distancia, yo retrocedía o me refu.
giaba en alguna tienda. El horror de los horrores. el suplicio de Zimens se ensanchó hasta hacerse esquiliano. Zimens comenzó a parecerse a Job, señora. No le falto ni el estercolero, porque algo de eso tenía el tugurio en donde fué a refugiarse con su podre. Como las gentes huían su contacto y los perros, al verle pasar, se apartaban de él gravemente, después de olfatearle, Zimens acabó por volverse misántropo. Con su paraguas, negro, su bastón amarillo y su vendojo verde, que le cubría desde la ceja izquierda hasta el carrillo, salía a determinada hora a Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica