124 REPERTORIO AMERICANO Rcarte pudo darse cuenta de que había atropellado a un tranvía eléctrico, y por los síntomas ya conocidos, advirtió que acababa de romperse la otra pierna. Al recobrar la lucidez junto con el dolor, preocupóle únicamente saber la fecha del día. Qué día es hoy? preguntó ansioso.
sos bitincs de clástico picados cn los juanctos, que leía las Noticias de La Nación. Hombre, no está mal esto. Qué? indagó un joven que se entrctenía en hacer en voz alta anagramas con los avisos que decoraban el interior del coche. Se piden felpudos en los tranways de San José de Flores, para evitar a los pasajeros cl frío en los pies; yo sufro mucho de eso.
Un señor de bigotes ganchudos saludo deferentemente a otro con gabán avellana y aire dc cxtranjero. Lo felicito, amigo Icaza; su proposición a la Municipalidad, que tanto se descuida en estos asuntos, me parece inmejorable. Es la única forma de acabar con las plagas de mosquitos y el contagio de tantas enfermedades. De qué se trata? pregunta desde la otra punta el doctor Vélez. na cosa muy sencilla. Simplemen.
tc, arar diez manzanas de terreno alrededor de los corrales y llevar allá por medio de cauces las aguas servidas para que desaparezcan por absorción. Sin contar que con el ricgo y los abonos la tierra llegará a ser fertilisi Me informaron que se vendían treinta leguas sin base al lado de La Rosita y supuse. Si usted me puede facilitar datos exactos. me interesa. Cómo no. es el campito de los Arcadini, familia vieja que pasca por Europa mientras acá un pícaro les administra. El que lo compre se hará rico, tierra de porvenir, amigo Cambaceres.
En aquel momento un apurado consultó ei reloj. Qué embromar. Las siete veinte yal ¿Cómo! Reartc había dejado las flacas bestias seguir al paso, interesado por los comentarios, y de pronto advirtió el retraso que llevaba. Era preciso llegar para la cuarta al Bajo del Retiro a las siete media.
Fustigó enérgicamente los caballos, que al galope tomaron la curva de Maipú con peligro de descarrilar, y enderezaron lacia el norte.
esa Donde Juan Pedro Rearte da un salto de 30 años. 26 de julio respondióle el practicante que le palpaba el tobillo. Qué año insistió Rearte. 1918 contestó el practicante, y añadió, como para sí: la tibia parece fracturada en tres partes. No es mucho para un salto de treinta años. comentó filosóficamente el viejo conductor, Porque treinta años antes el 26 de julio de 1888 se le habían desbocado los caballos en el mismo trayecto y, según el médico, había estado a punto de quebrarse los huesos de la canilla.
Después de reflexión estoica, Juan Pedro Rearte cerró los ojos, simulando un desmayo. Le avergonzada verse convertido en un objeto de curiosidad pública y tener que responder a las preguntas apremiantes de los policías. El hubiera deseado que le interrogase uno de aquellos vigilantes de quepis con morrión, tan arbitrarios y tan campechanos a la vez, los vigilantes de su juventud. Los de ahora le parecían extranjeros, y declarar ante ellos se le antojaba abdicar de su nacionalidad. le molestaba sobre todo el asombro del motorman que no cesaba de repetir. Pero cómo es posible que este armatoste haya cruzado toda la ciudad a esta hora y a contramano. Cómo es posib? e. Rearte sabía como había sido posible, porquc en los choques entre los alucinados y la realidad, ellos poseen la clave inefable del misterio. Mas ¿cómo explicárselo a aquel rudo sirviente de una máquina?
ma.
Un estrépito formidable de cristales y tablas ahogaba el rumor de las conversaciones de los pasajeros. Ungido por una impaciencia de pesadilla, Rearte tocaba desesperadamente la corneta y cruzaba como una tromba las bocacalles.
Los vigilantes, de quepis con morrión y polainas blancas, le saludaban irónicamente al paso, y desde el alto pescante de sus cupés, los cocheros de largos bigotes y barbita en punta le incitaban a correr más.
Orgulloso de sus caballos, Rearte no hacía caso de los timbrazos desesperados de los pasajeros.
De pronto se le nubló la visión y con un estampido de globo desapareció el paisaje familiar: los vigilantes de quepis y polainas blancas, los cocheros de barba, las jardineras de mazamorra, los vascos lecheros a caballo, las señoras de mantilla y los caballeros de sombrero de copa. Hasta la dobie hilera de casas bajas se perdió en el horizonte fundiéndose como los últimos ramos de una vía férrea.
Rearte cerró los ojos con resignada tristeza para no ver aniquilarse los postreros fantasmas de su mundo: un farolero que se alejaba elásticamente con su lanza al hombro y un carro aguatero arrastrado pesadamente por tres nulas pequeñas.
El tranvía dió un retumbo que arrojó a los pasajeros unos contra otros, despertando protestas terribles. Se ha hecho usted daño, Teodorita. Jesús, no vuelvo a tomar un tranway aunque tenga que pedir el coche en lo de Cabral a las cuatro de la mañana. Estos vehículos deberían ser para hombre solos.
Comentó el lector de La Nación un hecho terrible de las Noticias. Figúrense ustedes, un pobre changador que descansaba tranquilamente sentado en el cordón de la verda, cn la csquina de Cangallo y La Florida y pasa un carro aplastándole el pic.
Dieron las siete en el reloj de San Ignacio. El profesor se despidió del sacerdote con sus protestas habituales, y éste, con los párpados entornados, comenzó a musitar el rosario. Descendieron también la dama elegante y el caballero distinguido. Dos señores que viajaban cn la plataforma ocuparon los asientos predicicndo la crisis del gabinete inglés. Cacrán Glandeston y los suyos; la situación es inminente. ¿qué opina usted del resultado de la gestión del doctor Pellegrini. Hábil diplomático, inteligencia supcrior, logrará el empréstito, seguramente.
Inquirió el más joven. Digame, señor Poblet. es cierto que se remate el campo de Rodríguez, en San Juan. Qué esperanza, mi amigo! Don Ernesto está cada vez más platudo. Ga.
llego de suerte, si los hay! El Destino es chambón.
Cuando volvió a abrirlos, se encontró tirado junto al umbral de una puerta y a la sombra de una casa de siete pisos.
Le rodeaba un círculo de gente a través do cuyas piernas pudo ver en la calzada los escombros del acoplado y en un charco de sangre los cuerpos inertes de los dos jamelgos, Junto a él, un vigilante rubio interrogaba, libreta y lápiz en mano como un repórter oficioso, a un motorman pálido y locuaz, Ya en la ambulancia, con la locuaci: dad que le prestaba la morfina, Rearte dióse a explicar el misterio. Es que el Destino es pícaro y chambón como los gringos. Estaba de Dios desde ue subí a un tranvía, que había de qucbrarme la pierna izquierda. Ya me la hube de romper hace treinta años, pero me salvó un milagro. El 90, en Lavallo y Paraná, el primer día de la revolución, tres balas atravesaron la plataforma a la altura de la rodilla, sin rozarne siquiera el pantalón. Después.
cuando el choque con la carreta, el Destino se equivocó y me rompió la derecha. ahora, por miedo de que me le escapase, ha urdido esta trampa para salir con la suya. Vea que es Diablo. No. Arturo Cancela Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica