50 REPERTORIO AMERICANO Con más que no hay quien al indio, En cosas de amor o robo, Ni a rigor ni por las buenas Logre ablandarle el retobo.
Con el tiempo, y aunque siempre Mal visto yo, por ser blanco, Les entendía ya la lengua en recursos no era manco.
Así fué pasando el tiempo, Hasta que, según les toca, Andan ellas, como dicen, Con la barriga la boca.
Había aprendido a pintarme Como ellos, con grana y tizne, a bailarles emplumado Con unos cueros de cisne.
Esa noche está de vena, Para cristianarla pronto, Así es que, de cuando en cuando, al trabajo, como es de uso, Parece que del rescoldo En poder de los vecinos Va sus recuerdos sacando. Principales se la puso.
Tiempos duros esos de. antes El mismo jefe, por cierto, Para el hombre y la mujer.
Sin buscarse beneficio, algunos de aquellos bravos.
Aparto una mocetona Los alcanzó a conocer.
Para su propio servicio.
Un tal Celedonio Vera, Pues tenía su buen pasar, Lancero de tanta garra, Sin embrollos ni rapiñas.
Que se alzaba un indio en peso La cautiva colocó De mucama de las niñas.
Como un charqui con la moharra.
La viuda Griselda Báez, Todavía no les he dicho, Famosa en la tercerola, Por más que acaso no importe, Que tenía estancia con foso Que era el jefe nacional la defendía sola.
De la frontera del Norte. aquel alférez Meriles, Duro, eso sí, en su escarmiento, Hombre de tan buena mano, Le achacaban, dando fe, Que nunca se le escapaba La matanza del Tostado Ni el salvaje más liviano. Que algún día les contaré.
Una noche de tormenta, Entre la lluvia y los truenos, Les pareció que salía, Mas sin echarla de menos.
Así me los fui ganando; Me mandaban ya a la pesca, a juntarles en el monte Los hongos con que hacen yesca.
Coligiendo de sus mafias costumbres conocidas, Que andaría por alumbrar Como en el monte, a escondidas.
Supe agenciarme de un loro, no creerán lo que digo. Con tal de tener alguno Que me hablase como amigo.
Pero, desde madrugada, El pueblo formó corrillos. La maldita se había alzado Con la yunta de tordillos!
Fué entonces cuando la moza Que se escapó tan resuelta, Con la yunta de tordillos Cayó a los toldos de vuelta.
Pues, en apareando al chino, Por bien montado que fuera, Degollaba de a caballo Sin moderar la carrera.
Tan sólo quiero que sepan, Que a la fin de aquel asunto, Se despacho seis caciques cuarenta indios por junto.
Allá fué salir los chasques, Baquianos y rastreadores.
Cien patacones de premio Puso el coronel, señores.
No hubo allá placer ni asombro, eso que era la sobrina Del cacique, cosa así, Según me dijo otra china.
Entonces le piden todos Que de yapa les relate Algo del Cacique Zarco Tan famoso en el combate.
Lindo hombre, pelo dorado, Alto, facciones airosas.
Decian que por la mirada Se parecía con Rosas.
Pero no hubo entre los tales Quien pescara los morlacos, Aunque algunos se arriesgaran Muy adentro en los dos Chacos.
Antes matarla quisieron Porque venía con mancha, de chuzas la cercaron En el medio de una cancha.
Un indio de ojos azules, Tendrá su historia, dejuro; además nunca ha habido otro Que los ponga en tanto apuro.
Pues parece que las tribus, Hasta cerca del Bermejo, Bajo su lanza maniobran, Acatando su consejo.
Siempre listo y bien montado, No hubo quien no le envidiase Su pareja de tordillos Por la presencia y la clase.
Nunca se supo más de ella, menos se sabría ya, Si este servidor de ustedes No hubiese vivido allá.
Pero ella se defendió, Logrando el perdón a plazo Luego que supo explicarles La causa de su embarazo.
La verdad que esos, dos fletes Eran algo superior, enseñados a seguirse Sin requerir maneador.
IV.
Que al cristiano aborreciendo, Sacó fuerzas de flaqueza Para ceder a su avance Sin quebrantar su firmeza.
Cada malón que les pega, Acaba hasta con el pasto.
Usa poncho militar lleva chapeado el basto.
iQuién puede llamarle vida, tan triste cautiverio!
El trato de los salvajes Es el rigor y el imperio. como de reservados Los mantenia prolijo, Cuando enfrenaba uno de ellos Había entrevero, de fijo.
Ostenta espuelas lujosas Seguro que son robadasY le cruzan los carrillos Cuatro barras coloradas.
Entonces, dando coraje Al que más collón se aterra, En esos ojos overos Refucilaba la guerra.
Yo en sus manos me encontraba, Desde que una vez que entraron, El rancho nos destruyeron a la familia ultimaron.
Pues lo hizo como debia La que en trance igual se encuentre, Para traerles buena cría Con el fruto de su vientre.
Un galón de oro por vincha Cine su clin de bagual, en las orejas le cimbran Aros del mismo metal.
Figúrense mi existencia, Huérfano allá y sin consuelo. mi me habían perdonado Sólo porque era chicuelo.
Que esperasen hasta el parto, Sin matarla, como es justo, Que lindo había de salir Por ser de padre robusto.
En topándose con él, Todos los guapos son flojos, Porque se dice que es brujo hace daño con los ojos.
Ah varón, si era de verlo Cuando ya a fondo se larga, Partida la barba rubia Por, el viento de la carga. al tufo de la pelea, Con la saña arrebatado, Se le abrían las narices Como a padrillo encelado.
Pues el indio mucho estima Al cautivo que aquerencia al mestizo de cristiano, Según juiciosa experiencia.
Si era chinita, ella misma La ahorcaría por su mano; Mas si era varón, les daba Noble sangre de cristiano.
Yo entonces cautivo estaba En los toldos del infiel, Pero lo supe por otros Que habían servido con él.
Al mestizo por valiente, al cautivo por capaz, Ino para la pelea otro para lenguaraz.
Turbados o convencidos, Se apaciguaron con eso, Encerrándola en un toldo Para aguardar el suceso. cuando atropella al grito, Se agranda como un gigante.
Con aquella lanza negra Que echa todo por delante.
Entonces y que se ve, Bajo el poncho que bolea, El collar de uñas de tigre Que en tres sartas alardea.
Porque no lleva debajo Más que esa prenda y un cinto También de cuero de fiera Con que se marca su instinto.
Luego que así se despachan, El cojo, después de hurgar La ceniza con su paloLa historia empezó a contar.
Ahora, volviendo la huella, Les diré que al año escaso, Vino y salió embarazada La cautiva de mi caso. esto, pues, me destinaban, Deiandome andar entre ellos, y hasta, cuando habia carneada, Que ayudase en los desuellos.
Salió machito, y lo criaron Conforme a sus pareceres, Mamando hasta los tres años En otras tantas mujeres.
No hizo aspavientos el jefe, Ni entró a indagar la avería Que, perdonando el mal juicio, Tal vez de él mismo seria.
Porque al cautivo no admiten Que se arme ni de una astilla, a mí mismo, por la noche, Me quitaban la cuchilla.
Ellos sabrían de quién era Para darle esa crianza; Pues aunque yo lo sospecho, Mi certeza hasta ahi no alcanza.
Ese fué el Cacique Zarco Mas, basta por esta vez.
Quien mucho habla y monta en yegua, Diz que nunca llega a juez.
OCTAVIO JIMENEZ ABOGADO y NOTARIO OFICINA: 50 varas al Oeste de la Tesoreria de la Junta de Caridad.
Teléfono 4184 Apartado 338 II Sucede que en una entrada Que hasta los toldos llevó, El coronel Fausto Urquijo Con mucha chusma volvió.
Leopoldo Lugones (De La Fronda. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica