REPERTORIO AMERICANO 361 MIWADRID La tarde.
El Titikaka azul, reflejaba el cielo, diáfano sin una nube.
Una rara quietud embargaba el paisajer En la llanura amarillenta, el ganado pacía tranquilo. Sólo de vez en cuando, cruzaban e espacio algunos patos salvajes.
Don Mariano Luna, caballero en un brioso potro que sal.
taba al menor roce de las espuelas de plata, avanzaba por el ancho camino, Los herrajes del caballo, resonaban sobre los guijarros, devorando la distancia. Luna, era uno de los últimos herede.
ros de la soberbia de aquellos hidal.
güelos españoles, re.
zago de la colonia.
Su orgullo de noble. español. no conocía límitęs; su audacia rayaba en la te.
meridad.
Con un poncho de vicuña doblado sobre el hombro; un sombrero alón y pañuelo blanco de seda envuelto al cuello, sembraba el terror entre los indios de la copiarca. Su terrible voz de trueno era temida aún por los mistis.
Al borde de una ancha sanja cuidadosamente guardada, detuvo el caballo, y poniendo la mano a guisa de pantalla, abarcó la amplia extensión del aijadero.
Una llama a lo lejos pastaba tranquilamente.
Los ojos inyectados en sangre, le brillaron de odio, su faz se contrajo horriblemente. Hincó ambas espuelas en los ijares del nervioso potro y, cruzó el sanjón de un salto.
Cuando estuvo a corta distancia de la llama que hacía daño en sus dominios, sofrenó el bruto, arrancó su revólver y le desarrajó un tiro. El animal dió al.
gunos pasos, tambaleó y cayó.
Luego volvió la rienda y siguió caminando sabe Dios donde.
Al voltear un recodo del camino, un indio se le cruzó. Tatay. balbuceo el infeliz. Quita de ahí, cangrejo, o te mato!
le respondió, haciendo rechinar los dientes y echando llamas por los ojos. Tatay. volvió a suplicar el indio, temblando. Qué hay. Habla. le intimó, sofrenando el caballo.
K;Tatay. mi. llamita. Se habían descuidado en la casa. Perdóname tatay. aunque no me pagues. perdó.
name. suplicó, muerto de terror. Ladrones. Sinvergüenzas!
ciferó.
ET da: o nos comida, un po.
co de agua caliente.
Te vamos a pagar. Euvio del autor. De kaluyo. cuentog kollas; en prosa no creas que nos vas a dar gratis!
sacaron el dinero dispuestos a abonar. No tatay, no tenemos nada respondió la mujer vol.
viendo las espaldas.
En la puerta de la cocina, varios chiquillos se apretaban silenciosamente. Los perros no dejaban de ladrar. poco; a la distancia, se oyeron las pisadas de un caballo que avanzaba.
Cada vez más cerca, se sentía el jadear del animal.
No había duda; se dirigían a la cabaña.
Efectivamente, no tardó mucho Luna, en presentarse a la Ilustración de Amighetti puerta de la casa.
El caballo sudoroSo, jadeaba, temblando de cansancio. Yo cuido mi pasto para ustedes? Desmontó y desató a su víctima.
El indio, tenía la cara como un monsLe increpó brutalmente, haciendo restatruo. la luz de las estrellas se nota.
llar el látigo sobre las espaldas del inban los coágulos. sanguinolentos. Sin dio, que recibió el castigo sin protestar, percartarse de la presencia de los cami.
sin quejarse, como si lo mereciera realnantes, el verdugo intimó a su víctima mente, o estuviera acostumbrado a ello.
que le pagara el daño.
Desniontó del caballo, Descolgó de la La mujer, al ver a su marido en aquel montura una reata; ató con ella fuertemiserabie estado, se arrojó a los pies mente las manos del indio, aseguró el dei furioso gamonai.
resto en la cincha del caballo y mon. Tatay. perdónanos. imp! oró tó; ordenando al indio que. marchara gimiendo.
adelante de su cabalgadura y al trote. La rechazó a puntapiés, haciéndola rodar por el suelo.
Los chiquillos en silencio se apreta. La noche.
ban en la puerta de la cocina. Los peTodo el cielo se había poblado comrros seguían ladrando.
pletamente de estrellas. Ni una faltaba. Pagame el daño. exigió, increpan.
Dos compradores de ganado, perdidos brutalinente al indio, que parecía petri.
en la noche, llegaron a una cabaña, tem ficado.
blando de frío.
Este, pareció despertar de un sueño, al oír aquella voz odiada. Regateó, giLos perros comenzaron a ladrar inmió. Era inútil. Cuando hubo agotado. cansablemente. estos ladridos, res.
los ruegos en todos los tonos, penetró pondieron los perros de las cabañas veen la despensa y volvió con un fajo de cinas y poco a poco el Ayllu se fué pobilletes, que entregó en manos del gamoblando de ladridos. Ni uno faltaba.
nal, el cual recibió rápidamente, atroAl ruido producido por las ovejas en pellando. Una mirada ambigua fulguró el aprisco, salió una mujer.
en los ojos del indio. Quién sabe si de. Quién? inquirió con voz chillona. terror o de odio.
Cuando ya estaba para montar otra Nosotros respondieron los camivez, Luna, se dio cuenta de la presen.
nantes. Alójanos por favor, nos hemos perdido. cia de los dos testigos, que habían permanecido en silencio. No alojamos a nadie. Mi marido no Los otros saludaron.
está aquí repuso la mujer, Sin dignarse contestar, apretó la cin Por amor de Dios. alójanos, te vacha de su caballo y montó.
mos a pagar. Ya al partir les dijo. No tatay, no a lo jamos. Convénzanse ustedes, que a estos Impacientes los dos caminantes, su carajos hay que tratarlos mal, son de plicaron una vez más: Siquiera vénde. VOa malas. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica