Violence

REPERTORIO AMERICANO 277 aumenta con los movimientos del indio.
Asaltado por una sospecha, el juez le ordena. Acércate y abre el huallqui (especie do bolsa. Quiero ver lo que tienes en el huallqui. Fiambrecito, taita. Para qué sacarlo, taita. No te va a gustar. Sácalo. Quiero verlo.
El indio, dominado, sumiso, metió la mano al huallqui y sacó sin repugnancia un lío cuya fetidez, a medida que lo desenvolvía, iba haciéndose más insoportable: Dos trozos de carne aparecieron. Carnecita, taita. dijo mostrándome el contenido, pero con reserva. Carne? dijo el actuario acercándose al indio. No creo. Parecen ojos, señor!
Efectivamente. Aquellos dos pedazos de carne globular, gelatinosos. y lividos como bolsas de tarántula, eran dos ojos humanos que parecian mirar y sugerir el horror de cien tragedias. Los ojos del bandido Magariños, extraidos por Ishaco. Porque es preciso insistir en este detalle horripilante. Entre estos indios existe la costumbre de arrancarle al cadáver del enemigo por ellos ultimado los ojos y la lengua, que luego devoran con glotona avidez. Según una extraña leyenda de ese modo evitan que su crimen séa descubierto por la justicia, y además incorporan a su persona el coraje y la intrepidez de la victima.
Cerrado el libro de López Albújar, me quedo unos instantes meditando. Existe, en la existencia de nuestros aldeanos y nuestros campesinos sean ellos indios o no algo que se parezca a esto? No, evidentemente. Bajo el influjo de la fiebre amorosa, del alcohol y aun de la misma codicia de dinero nuestro pueblo puede dejarse arrebatar por el demonio de la ira y la violencia.
Pero sólo en muy contados casos, se mostrará hipócrita, cruel o sanguinario.
Las reacciones pasionales son en él de un primitivismo fuerte y sano. Tienen una pujanza y una energia que habrían encantado a Stendhal, sobre todo en los dos Santanderes, donde la sangre suele correr con prodigalidad. Allí se mata por cariño o por odio, más frecuentemente por pasión política. Pero se mata cara a cara, jamás a mansalva ni por la espalda. El mismo bandolerismo tiene en esas tierras solares un empaque romántico y caballeresco, un cariz de romance. Que es peligroso generalizar? Lo sé.
Faro en todo caso, puede afirmarse que entre nuestro pueblo indígena y el peruano, digamos entre pueblo y pueblo, nada más, existen desemejanzas sustanciales, favorables al nuestro. Basta leer, para convencerse de ello, este libro de López Albújar, obra de crudo realismo que revela en su autor a uno de los más vigorosos y audaces cuentistas de la raza.
El Caballero Duende El caso Julio Zimens De Cuentos andinos. Vida y costumbres indígenas. edición. Lima: 1924 Ricardo Espinoza Cuando se presencia, señora. Des Entre los numerosos casos en que pués, en frío. Para mí, juez de provinha intervenido usted como juez, doc cia, de una provincia como ésta, donde tor. cuál ha sido el más interesante, el todo crimen es una atrocidad y todo crimás sensacional?
minal un antropoide, donde las víctimas El más insignificante de todos, ju despiertan canibalismos ancestrales y la dicialmente, señora. El caso Julio Zi superstición interviene en el asesinato mens; un comprimido sumarial de vein con su ritualidad sangrienta, la emoción te folios. Le aseguro a usted, señora, que causa el último crimen es siempre que es lo más conmovedor que he cono menor que la del presente. Los jueces, cido, lo más triste y lo más trágico tam los médicos, las madres de caridad tebién.
nemos un punto de contacto: la aneste ¿Y el descuartizamiento de los her sia del sentimiento. Además, fíjese usmanos Ingunza. el asesinato del ted, en el crimen todo es cuestión de forjoven Carrillo. la mujer aquella de ma. Las variantes de la delincuencia no la calle del General Prado, que apareció son más que proteísmos de un mismo estrangulada con sus dos nietecitos? hecho: la violación de la ley. Se está Todo eso es nada al lado del caso dentro de la ley como se está fuera de Zimens. Un aseninato es un caso vul ella, y se sale de ella por una infinidad gar, un hecho más o menos vivo de bes de puertas, con más o menos violenciatialidad, de ferocidad. Es lo corriente, y cuestión de temperamento; pero siemmás corriente todavía procesar por es pre por las mismas puertas que satas cosas. Mientras unos se entretienen lieron otros. No hay novedad en esto, en poner pinceladas azules en el lienzo no hay originalidad. Si alguien se pude la vida, para que se las aplaudan, siera a buscar la originalidad en el deotros rabian por ponerlas rojas, para que lito acabaría por aburrirse al ver la esla justicia tenga que intervenir.
tupidez de los delincuentes. Siempre Pero usted convendrá conmigo en las mismas cosas: agresión, violencia, que, por más vulgar que sea aquello de engaño, latrocinio. Los cuatro. puntos asesinar, en todo asesinato hay algo in cardinales del crimen, dentro de los cuateresante.
les el alma de los predestinados se agi Claro. Pero yo no me refiero a ta como una aguja imantada.
eso. Lo que he querido decirle a usted. usted ha encontrado la originalies que en un caso en que no había de dad en el caso Zimens?
lito, judicialmente hablando, y, por con No. Qué ocurrencia! Es un caso siguiente, ni actor ni reo, había, sin em vulgarísimo también.
bargo, todo esto, moralmente se entiende. entonces. Yo no creo que haya nada más Es que la originalidad de mi caso emocionante que un asesinato.
no está en el hecho mismo sino en el autor del hecho. Desde este punto de vista podría decir que el caso tiene dos originalidades: una antecedente y otra consiguiente. mi interlocutora, que, al parecer, no se sentía muy convencida de mi afirmación, me interrumpió con esta frase, que subrayó con la más fina de sus ironías. Caramba. dos originalidades cuando más desesperaba: yo de encontrar una. va usted a verlo. la señora Linares se arrellanó en el sofá en actitud de reposo, mientras yo comenzaba a relatar mi caso, en esta forma: II. Usted conoció a Julio Zimens: un hombre alto, fornido, esbelto, hermoso, virilmente hermoso. Un dolicocéfalo de cabellos ensortijados y, blondos, como libra de oro acabada de acuñar, bajo los cuales ostentaba una faz marmorea, en la que fulguraban dos ojos azules, como dos luceros en una noche serena. Un Apolo germano, que escandalizaba con su belleza. He exagerado la pintura?
La señora Linares abandonó su actitud, irguió el busto opulento y, con una sonrisa que parecía provocada por una reminiscencia agradable, se apresuró a decir. No describe usted mal, mi querido doctor. Aunque yo estaba muy niña entonces, recuerdo haber visto la figura de Julio Zimens en alguna parte. Se diría que usted la ha visto también. Sí; la he visto en fotografía en cierta casa. No es verdad que era un tipo arrogante?
La señora Linares se sonrojó levemente, a pesar del esfuerzo visible que hiciera para dominarse, y, después de alguna vacilación, se apresuró a decir. Indudablemente que lo era. Pero ha exagerado usted un poco. Aquello de los ojos azules como luceros. Una frase de colegiala romántica. Exacto. Pero está tomada de una pintura de la época. Así lo describe una carta, que he tenido la ocasión de ver, precisamente en casa de una parienta suya, señora. Parece que se trataba de una confidencia entre dos colegialas a propósito de la aparición de aquel buen mozo.
En esta vez el sonrojo de la señora Linares, creció de manera alarmante; mas yo, que en materia de sonrojos femeninos soy un tanto discreto, fingi no verlo y reanudé mi historia. Exageración o no lo de los ojos de Julio Zimens, lo cierto es que este hombre logró conmover a todo Huánuco. Un hombre así, con todos los atributos de la belleza masculina y el prestigio de su raza, tenía por fuerza, que ser un partido codiciable. Pero Zimens era un extravagante, o una equivocación de la na.
turaleza, o un ente que no sabía de la explotación del propio valer, o, si lo sabía, tenía el dandismo de desdeñarlo.
Se mostró indiferente a las asechanzas y tentaciones femeninas. Hasta se le creyó un misógeno. Su castidad se desliza Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica