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REPERTORIO AMERICANO La eterna historia de las dictaduras De Luz. Madrid en.
Después de Rusia, después de Italia, de tantos otros países, le ha llegado cl turno a Alemania. Vamos a presenciar otro ejemplo, el niás grave por sus consecuencias, de usurpación dictatorial por Hitler y sus huestes y aliados.
El mundo observa, inquieto y estupefacto, lo que acontece en Alemania. Todos estos experimentos dictatoriales que se vienen sucediendo desde hace quince años le han cogido de sorpresa. El znundo se encuentra ante ellos como frente a un fenómeno nuevo. sin embargo la historia de las dictaduras se repite desde hace veinte siglos, siempre la misma, como obedeciendo a una ley constante.
En los comienzos surge siempre una perturbación violenta de un viejo orden legal. veces un hombre, a veces un grupo, se halla en cierto momento empujado por las circunstancias más aun que por su ambición a adueñarse del Poder por un golpe de fuerza. El hombre o el grupo que ejecuta el golpe de fuerza cree siempre que la violación de Ja legalidad sóio será excepcional y pasajera; que una vez dueño del Poder legitimará ese Poder por actos de brillantez y relieve que impondrán a la mayoría reconocimiento y admiración. Hace promesas, trata de cumplirlas, se agita, intenta, se arriesga. Pero la ilegitimidad del Poder provoca oposiciones, desconfianza, recelos, críticas, que asustan al dictador precisamente porque su poder carece de una sólida base de Derecho.
El dictador se defiende reforzando su régimen de violencia y recurriendo a la corrupción. Pero con ello agrava el carácter ilegítimo de su poder: su violencia y su corrupción excitan la oposición, el. odio, las tentativas de resistencialegales o ilegales. Estos, a su vez, empujan al usurpador aun más lejos en el camino de la violencia y de la corrupción. Es decir, de la ilegitimidad. Con el deseo de no apoyarse exclusivamente en la fuerza, a medida que su poder se hace más violento, el dictador se ve llevado a tratar de justificarse por los resultados: a hacer creer que realiza cosas grandes, cosas que ningún otro poder sería capaz de hacer.
Mas sea el dictador un grande hombre auténtico o un mero charlatán, consiga realizar grandes cosas o se vanaglorie tan sólo de realizarlas, tropieza siempre con el mismo inconveniente: los resultados de una política son siempre discutibles, mientras que un principio de Derecho consolida a un Gobierno en la medida en que todo el mundo lo reconoce sin discusión. Desde el momento en que un gobierno trata de legitimarse por los resultados de su obra, toda crítica de su actividad se le hace insoportable. Dudar de los resultados de su política equivale a poner en tela de juicio su derecho a gobernar, a declararlo ilegítimo y usurpador, a atentar contra la seguridad del Estado. De ahí la necesidad para in gobierno usurpador de imponer, como dogma su infalibilidad, de ahogar toda crítica independiente.
Pero esta violencia, añadida a las otras, exaspera a las oposiciones; y de ahí surge otra vez para el poder dictatorial la necesidad de intensificar todavía más la violencia, de hacerse más abcoluto, de librarse más aún de toda fiscalización: es decir, de hacerse también más ilegítimo todavía. Hasta el momento que, tras haber buscado durante algún tiempo la solución del problema en esa dirección, el dictador es rechazado por la ilegitimidad creciente de su poder en la dirección opuesta: la de buscar nuevamente la justificación de su poder en los resultados. Si los resultados anteriores no bastaron, habrá que obtener otros mayores, reales o fingicos. Si se trata de resultados genuinos y serios, será preciso imponer al pueblo riesgos y esfuerzos más grandes.
Si se trata de resultados imaginarios, el charlatanismo de los embaucamientos oficiales aumen:a hasta lo absurdo. Así, poco a poco, el dictador se hunde cada vez más en la ilegitimidad de su poder, hasta crear una situación inextricable, de la que no puede salir salvo por una catástrofe. Catástrofe que se llamará para Julio César, los Idus de marzo, y para Napoleon, Waterloo. Pero la catástrofe será una liberación para todos: para la dictadura como para sus víctimas.
Tal es el ciclo que todas las dictaduras han recorrido, idéntico en todas como la órbita de un planeta: la dictadura de César como la de Cromwell o de Napoleón. Se vuelven a encontrar en todas las mismas ilusiones, los mismos errores, las mismas acciones y reaccionés. Se explica uno que el mundo occidental no haya comprendido de qué se trataba en el caso de César o de Cromwell. La dictadura de César fué breve, concentrada en cuatro años, en Jas postrimerías de una existencia llena de empresas mucho más importantes, y desapareció, como Rómulo, en la gran tormenta que devastó la República después de su muerte. La dictadura de Cromwell recorrió su ciclo en un rincón de Europa, apartada de ésta. Inglaterra no tenía en aquella época la situación mundial que ha adquirido luego; su revolución y las consecuencias inmediatas de ésta no fueron a la sazón sino acontecimientos internos. El resto de Europa solame:te se ocupó de ella en la medida en que podía afectar sus intereses. La dictadura de Napoleón, empero, hubiera debido ser una experiencia decisiva para todo el mundo occidental por lo larga, clara y completa.
Hubiera debido revelar definitivamente a nuestra civilización la naturaleza y los peligros de este monstruo que es el poder ilegítimo, puesto que esa dictadura se desarrolló en el centro del mundo occidental, en un momento decisivo de la Historia, ante las miradas atentas del universo; y que tuvo el desenvolvimiento más cabal que cualquier dictadura haya tenido jamás, desde sus orígenes modestos, a través de las oscilaciones intermitentes por las cuales la dictadura napoleónica se encerró en su propia ilegitimidad, hasta la situación más inextricable y una de las catástrofes más gigantestas de la Historia universal. qué aberración se debe que el mundo occidental haya falseado esa inmensa experiencia, que le había costado tanta sangre y que hubiera debido dar a su espíritu la madurez definitiva, convirtiéndola en aventura romántica de un joven héroe semifabuloso, capaz de excitar agradablemente la imaginación de los jóvenes y de las mujeres, y de suministrar materia a los poetas, a los novelistas o a los fabricantes de películas. Cuánta desgracia hubiera evitado el siglo xix de haber comprendido la aventura por la cual había entrado en la Historia y de haber aprovechado la lección!
Pues bien: lo que no se ha hecho todavía tiene que hacerse ahora. Es preciso que el occidente conozca la realidad histórica sobre la cual el siglo xix ha bordado su leyenda romántica del tirano salvador, si es que no quiere ser hundido por las usurpaciones que se multiplican un poco por todas partes, en Europa, en Asia, en América. Grandes o pequeñas, esas usurpaciones dictatoriales no constituyen hoy, ni fueron nunca, soluciones, sino, al contrario, complicaciones. Complican hasta el extremo una situación ya difícil, que después de la usurpación sólo puede resolverse por una catástrofe.
El occidente no tiene, pues, nada que esperar de estas usurpaciones, que no pueden sino aumentar las dificultades en medio de las cuales se están debatiendo. Es, sobre todo, necesario desconfiar de las promesas extraordinarias que suelen hacer esos dictadores, como si tuvieran la facultad de modificar la Historia. Detrás de sus promesas se oculta siempre una cuestión mucho más modesta, pero la única que interesa vercaderamente a quienes han de obedecer a un gobierno de usurpación: si éste tiene o no el derecho a mandar, Si las clases dirigentes de occidente hubiesen conocido estas sencillas verdades, si no hubieran nutrido su espíritu desde hace un siglo con falsificaciones románticas de la Historia, Europa no se hallaría en la situación de presenciar hoy en Alemania una usurpación dictatorial acaso capaz de precipitar a Europa en el caos. Que el peligro en el cual nos vemos nos ayude, al menos, a encontrar el camino de la verdad y de la salvación!
Guillermo Ferrero Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica