REPERTORIO AMERICANO 95 nó de modo que pudiera recordar el disgusto. Palpó por todas partes el cuerpoʻy empezó a asustarle la idea de quc pudiera estar muerto. El calor de las axilas, a pesar de estar empapado en agua, le convenció de lo contrario. Llegó cntonces el más duro luchar.
Cundito apenas podía con Genén. Además, éste se había tornado plomo y no hubo modo de doblarlo para facilitar la carga. La conciencia de su flaqueza enfureció a Cundito y la rabia le dió fuerzas suficientes para echarse al hombro el cuerpo de Genén. Se esforzó en ver hasta que le doiieron los ojos; y al fin comenzó a bajar el repecho, caminando a ciegas y plantando todo el pie para no resbalar.
Se oía distintamente la canción del chorro, fortalecido por las aguas, y las sombras trituraron aquel hombre tambaleante que caminaba abrumado con la carga de su enemigo.
pic; hombros. Además, Genén no sangraba.
En la cocina, una vez hubo. dejado a Genén en el catre, Cundito se dejó caer sobre una caja de gas vacía. Querito y Chucho hablaban en voz baja y le miraban. Quintín tenía alegría en el rostro, alegría de avaro que ha encontrado una mina. Se sentó en el pilón y se echó el sombrero sobre la frente. Después dijo, frotándose las manos. Mica, jija: jágano un buen cafecito, inmediatamente, dirigiéndose a Cundito. Cuéntano como fué éso.
Cundito no contestó. Sacó el cuchillo de la vaina y se entretuvo en hacer rayitas en la tierra. Dijo luego a Ceito, dejando oír claramente cada palabra. Yo me voy compadre; toy muy, cansado y si bebo café dipué no duermo. Le encargo que cuando Genén se sane une le diga una cosa.
Volvió el cuchillo a la vaina y serascó una pierna. Qué. preguntó Ceíto rompiendo el silencio.
Que yo necesito, como hombres que semo, arreglar ese asunto de la galleta, y que tenga entendío que Cundito paga las galletas como las pagó su tai ta: a puñala.
Cijo, se levantó y salió a largos pasos.
En la cocina quedó un pozo de silencio y una tensa red de miradas.
Era como si hubieran surgido del vientre azul de la mañana. El lodo arropaba los pies de Cundito, tal que zapatos.
Cundito caminaba balanceándose y la ceniza del amanecer pintaba de gris sus pómulos.
Quintín fué el primero en verlos llegar. Lo único que se le ocurrió pensar fué que Cundito había muerto a Genén en algún lance; pero imediatamente se dió cuenta que de haber sido así no lc hubiera traído él mismo, sobre sus proJuan Bosch bía llegado a cristalizarse la idea de que un gran poeta como él tenía que ser mantenido por los gobiernos y por los amigos ricos, que sentían alguna veleidad simpática por sus bellos poemas y sus prosas musicales.
Algo semejante le ocurre a otro gran citareda hispanoamericano, de quien no puedo menos que referir una anécdota hilarante, que pinta a lo vivo la poca delicadeza que, muy a menudo, se alberga en ciertos pechos líricos.
Cuando Vasconcelos emprendió la edi.
ción de los clásicos, en el año de 1921, llamó como traductor al poeta de los 35 Nocturnos (ni uno menos. para que colaborara en la obra de verter al castellano las tragedias de Esquilo.
Leopoldo de la Rosa aceptó ese encargo, creyendo que se trataba de una sinecura; de un empleo en que sólo tendría el trabajo de cobrar su sueldo al fin de la quincena. De ahí que nunca sc presentara a la secretaría de educación pública de Méjico en horas de trabajo, sino únicamente en aquellos dias finales y memorables, en que por los anchos corredores del palacio construído por Vasconcelos, circulaban profusamente las gordas bolsas repletas de dinero, que iba a parar a las manos de los funcionarios de aquella dependencia ejecutiva.
Mas quiso su mala estrella, que en aiguna ocasión en que se acercaba a la taquilla pagadora, tuvo ahí mismo noticia de que había sido cesado por abandono del empleo.
Montar en cólera y correr en busca de Vasconcelos para protestar, todo fué uno. La frase con que el vate exteriorizó su indignación, merece consignar. se. Al encontrarse frente a frente con el ministro de educación pública, sólo pudo articular apresuradamente esto. Pero, Pepe. cómo es posible que quieras apagar una de las antorchas de la raza. Volviendo a Dario, voy a revelar a mis lectores, que quien le suministro lo necesario para su viaje a Chile, no fué otro que el general Cañas, quien para ello no sólo vació su propia bolsa sino las de algunos amigos suyos, logrando reunirle al perezrino la cantidad de trescientos pesos fuertes, Don Miguel Pirito, que es quien me suministro este dato. desconocido, me aseguró que aquella suma estaba integrada por monedas de casi todos los paises del mundo, no faltando en dicho pandemonium numismático, las pesadas y valiosas peluconas.
Rubén Darío, se olvido, pues, del ge neral Cañas, como se olvidó del maestro Gavidia, al que cita muy a la ligera, en su autobiografia, coino para quitarle importancia a los servicios materiales y espirituales que le dispensara ese grande y modesto salvadoreño; que es cierto que sirvió de mentor al poeta nicaragüense, no únicamente para el aprendizaje del francés como se ha asegura.
do sino también para el conocimiento y perfección de la misma técnica del verso castellano que Dario conocía entonces de manera asaz imperfecta.
Lo escrito, creo que basta para demostrar la flaca memuria de Rubén Dario.
La mala memoria de Rubén. Viene de la página 89)
menos, en el año de 1882 cuando según cálculos aproximados míos debia de tener veinte años.
La segunda vez que arribó a esa tierra hospitalaria, fué en tiempo de la administración del general Menéndez, cuyo interés por la instrucción pública y por las disciplinas de la mente, convirtió al país en una Meca para todos los espiritus andariegos y selectos del mundo hispanoparlante.
Fué entonces, cuando muerto el general Menéndez como resultado de una negra traición, que Rubén, que se había casado y había sido ayudado generosamente para fundar un periódico de carácter semi oficial el gran poeta nunca soltó el incensario pensó en dejar sus periplos por tierras centroamericanaspor cuyas ciudades había vagabundeado, recitando sus versos como un rap. soda helénico para acometer su primera larga navegación hacia las tierras que cobija la Cruz del Sur; que a él se le antojaban países que manaban leche y miel.
El imperdonable olvido de Rubén, que motiva este artículo y explica su títuio.
consistió en haber omitido en sus memorias truncas, escritas más con la idea del lucro, que con el honrado deseo de relatar sinceramente los acontecimientos interesantes de su compleja y atormentada existencia, todo lo que su cuerpo y su alma debian a la generosa y eficaz amistad del general Cañas; jlustre prócer salvadoreño y gran señor de pluma y espada, que consagraba a Minerva los ratos que le dejaba libre el servicio del adusto y engorroso Marte.
El general Cañas, fué uno de los hijodalgos más interesantes que hayan visto la luz en e! Istmo maravilloso, donde todos los problemas de la vida se resuelven entre el dulce vaivén de una fresca y bien colgada hamaca.
Cuando Rubén se refiere a su viaje a Chile, que tanto habia de influir en el desarrollo de su carrera artistica, aunque no fuese sino porque allá pubiicó Azul. su libro primigenio, pasa como sobre brasas, y no sólo no nos dice que se embarcó en el puerto salvadoreño de Acajutla, con dirección a Valpariso, sino que oculta celosamente quién le proporcionó los dineros para ese primer viaje traspacífico.
Sin embargo, no hay que admirarse de eso, porque Dario, que gustaba de cacarear las mercedes que le otorgaban los grandes (un Mitre, un Balmaceda, un Rafael Niñez, un Fontaura Xavier. ocultaba, como algo desdoroso, todos aquellos favores cotidianos que le dispensaban amigos menos ilustres y ricos.
En el poeta nicaragüense nunca existió la disciplina del trabajo que es la que asegura al hombre la independencia personal.
Fué casi toda su vida un parásito, por dejadez más que por convicción; o, quizá porque en su fuero interno haMario Santa Cruz Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica