Death SentenceIndividualismJosé Carlos MariáteguiSocialism

188 REPERTORIO AMERICANO un cor de la combustión creado que una no existente ligereza tica sentido racial. Esto es el sus poemas, no dejar de ser ra, interna. Unos afirmarían se encuentra reemplezada por segundo concepto capital que universal. Puesto que su veurgentemente: He aquí, una exceso de vitalidad, de de la poesía del autor de La neración es una consecuencia leve forma, estridente. Otros, humanidad, de racial senti guirnalda del silencio. pode de un ardor étnico que sabe los menos, pensarían en uno miento.
mos formar.
peculiarizar también su emode los caracteres que hacen Acostumbrados estamos a Carrera Andrade, sin pro ción, que ingenua, grandiosapeculiar la poesía de este jo que al poeta se le denomina ponérselo, sin deber exigirse lo mente planteada, habla de con. vers artista: su beneficioso ori americano porque a América que de no surgir espontáneo, tinuar un anhelo mundial, que gen americano.
cante, e incaico porque al in no cuenta, siente de manera fijado en las propias raíces del Los primeros podían ser dio nombre. Es muy usual que sencilla y fuerte, callada y en poeta, fructifica lo que sin esconfundidos con suma facili una retórica americanista, o cendida, la savia interna de la ta ansia cósmica devendría dad, copiando palabras del una indígena forma de hacer, nación, mejor, de la raza, en patriotero.
propio poeta, cuando afirma: siempre superficiales, se las virtud de la que su poesía, Sólo en esto es Carrera An Tenemos que hacer el reparo considere expresión pura de no puede ser más que poesía drade infantil: en la risa rode que ni la nueva ortografía, América, para que al contacto americana. Poesía america ta de sus formas. En la risa ni la nueva caligrafía del poe con la poesía de Jorge Carre na! Poesía americana, precitatuada de esencias diferenma deben ser consideradas co ra Andrade olvidemos que en samente, por diferenciarse de ciales, de contenidos americamo verdaderas características, el subsiste un afán, un afán toda la vieja poesía america. nistas, que no necesitan ser ya que no son reformas he que él mismo no siente, sino na: porque Carrera Andrade chas para subsistir sino recla que le hace ser y hacer, la poe siente, como cantados, sino convertirse en Mariátegui, la mos para atraer actualmente sía que hoy nos preocupa. sencillez india y el silencio in medios, en elementos auxiliala atención del gran público Ja fluidez; más que la flui ca, en el que al advertir un res: en tintura sanguínea, bañando cada letra, cada idea, hacia la obra de arte.
dez, la agresividad evidente de resalte emocionalmente topoLos segundos, los que como sus formas, a la vez, que una gráfico, disuena, con ese ritmo carla emoción, universal y particular; omnímoda y nimia, nosotros opinen, sólo al leer sencillez purísima, dominando. roto, peculiar, del que está imque el almendro se compra todas ellas, contrastan con la pregnado toda su poesía.
del ritmo, del substancial ritun vestido para hacer la pri construcción primitivista que Lo frívolo se ahoga, con un mo, que ni Jorge Carrera Anmera comunión. que desde predomina en la poesía de Jor exceso de humanidad, con un drade, puede saber particular, su altura, las ventanas orien ge Carrera Andrade. Las mede racialidad. Carre personal o universal, aunque tar a las multitudes co táforas que de él salen, pare ra Andrade, hacien prime sólo de él. Del que lo sabe arengas diáfanas. y que la cen moldeadas, recortadas en ramente protagonista, todo sentir, sin saber que lo siente.
caída de las plumas de los án un bloque encendido de barro, aquello sobre lo que su mirageles anuncian los termómeEnrique Azcoaga que a nuestra vista hiere, con da emocionada cae, sabe en su tros. hubieran comprendido herida delatora de un autén raza, en la raza que destilan IX 32 exceso sus Castelar, apogeo y perigeo. Viene de la página 184)
de un partido no es sino su muerte por asfixia. La popularidad es necesaria como el aire para el vivir político, y cuando falta este elemento primordial, la muerte sobreviene inexorable. Ese aire de muchedumbres ha nutrido a lo largo de la historia del mundo a los grandes conductores, caudillos y civilizadores, Ha habido también hombres señeros que cubiertos con la escafandra de luz de la soledad han llegado a respirar en una atmósfera limpia y serena, atmósfera de altura, lejos de la multitud; pero éstos han sido los menos: sabios, héroes y místicos.
Castelar el individualista sintió más profundamente que nadie el pueblo, lo colectivo. Fué hacia las masas en busca del ambiente indispensable para que su ideario pudiera vivir y prosperar. El miedo de la asfixia le hizo adoptar posturas contradictorias, actitudes que no enca: jaban dentro de la órbita de sui confesión política. Orador ante todo hasta en el estilo y en la vida gustaba de entrar siempre por las dos grandes puertas del éxito y del favor público, que algunas veces se le cerraron al declinar de su existencia. El mozo entusiasta y elocuente que después del pronunciamiento de Vicálvaro, en el mitin del teatro Real, prendió el fuego de la libertad republicana en los pechos españoles, se volvió el escritor tolerante de La Soberanía Nacional y de El Tribuno. Catedrático de Historia en la Universidad Central de Madrid, fué admirador de Felipe II, el sonibrío caracol del Escorial. Autor de la llamada Fórmula del progreso. combatió sin embargo, con ardor las doctrinas modernas que Pi y Margali sembraba por ciudades y campos peninsulares como una semilla lurrinosa. Su polémica con el sabio catalán y su campaña periodística contra el socialismo y el federalismo le dieron inmensa popularidad en su tiempo. Mas cuando vió a la vuelta de su destierro que las ideas federales se habían expandido ya por toda España, no tuvo inconveniente en aceptarlas y fué a ocupar un puesto en la dirección del partido demócrata a! lado de Pi y Margall y Estanislao Figueras.
El político gaditano necesita con todo una más amplia resonancia para su oratoria, un marco más grande para su figura tribunicia, y esto le dieron las Cortes. Tumultuosas y pintorescas Cortes del año 1869, en que alternaban los chalecos carlistas y las pecheras democráticas en los escaños de los representantes, en medio de un hemiciclo multicolor, formado por rostros patilludos y lindas caras de damiselas, por mantillas y abanicos, levitas y chisteras. El diputado por Zaragoza se levanta y escaños y tribunas enmudecen. Su gesto parece crear el silencio, y su frase poderosa, traspasada de azúcares literarios, recuerda la leyenda del panal de miel en las fauces del león. Habla sobre el tema eterno de la libertad de conciencia. Habla, o, más bien dicho, canta sus odas en prosa. Sus ojos iluminados presiden el ademán de la mano elocuente. De la boca van escapándose, como un fluído sonoro, las palabras numerosas, hasta llenar el globo del aire, los ámbitos de la Cámara. El globo se revienta en aplausos. El corazón de la multitud galopa febrilmente. Castelar le contagia su emoción y sopla, sobre él su gran aliento. Nunca había vivido el pueblo español en un clima espiritual más alto que en esos días del orador magnífico. Nunca se tra.
taron con igual elevación, en medio de la plaza pública. los temas trascendentales de la sociedad y del hombre.
Lo atestiguan sus discursos sobre la Constitución monárquica y sobre la existencia de Dios.
Una pausa de varios años. Salmerón, el estoico, abandona la presidencia de la naciente República por no firmar una sentencia de muerte, y a Castelar le llega la hora de asumir el Poder. Mas el jovenzuelo entusiasta del teatro Real, ei escritor deniócrata y el defensor fogoso de las libertades, es ahora el dictador inflexible que suspende las Cortes, se apoya en la fuerza armada, decreta una quinta de cien mil hombres y entrega los mandos militares a generales conservadores y monárquicos como Martínez Campos, que posteriormente debía encabezar la sublevación de Sagunto y proclamar al joven príncipe Alfonso XII.
Las Cortes siguientes le niegan un voto de confianza al gobernante y sobreviene la asfixia del régimen. Castelar dimite, y el general Pavía, con sus guardias civiles, invade el recinto legislativo, expulsand! de él a los diputados. Carabinas y sombreros de hule campean en los escaños donde la víspera corría el agua mansa del discurso a la sombra del árbol de la ley.
Ya en plena restauración, Castelar Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica