200 REPERTORIO AMERICANO Don Mirócletes través de todos los cristales y que, me Envio del autor Realmente son pocos los libros que inquietan tanto y tan apasionadamente nuestro afán investigador, como estos libros de Fernando González, en cuyas páginas corre un caudaloso volumen de enseñanzas, el pensamiento de un hombre mentalmente puro, el propósito irrevocable de ser siempre sincero y el empeño de escribir como él lo hace, como lo sabe y lo quiere hacer, y no como desearan que escribiera los críticos abundantes ca nuestro clima literario. Don Mirócletes es una obra para ser gustada lentamente, como ciertos man jares exóticos a nuestro paladar, que por la calidad de sus componentes, por ia diversidad de sus dosis, por la temperatura y por el color, requieren de un vasto proceso de adaptación a nuestro gusto.
Fernando González sigue siendo el grave filósofc de Envigado, despiadadamente cruel con la vida y con los hombres; es inmisericorde con sus personajes y bravío con quienes tienen el placer de leerlo. Se diría que es un filósofo destructor para quienes son incapaces de comprenderlo y admirablemente estimulante para quienes desean entenderlo, ara los espíritus que observan la vida con cierto desgarbado gesto de resignación exterior, que demuestra al mismo tiempo un poderoso volcán de rebeldías interiores.
tido dentro de la invulnerable torre de marfil de sus convicciones, enseña a sus lectores doctrinas estupendas, presentadas con el esmero de un coleccionista experimentado. No hacer nada es un método pésiino, pues al desocupado lo cercan las imágenes de su ocupación anterior. No es esta una nueva forma para aconsejar la dinámica perpetua de la inteligencia la acción constante de la imaginación?
El autor que creó a Don Mirócletes. que asistió impasiblemente a su agonía y que conoció la historia pormenorizada de su pubertad, llegó a la convicción de que aquellos dos períodos de la existencia del hombre son los más acusadamente graves. Los dos períodos más animales, más esclavos y fatales que tiene el ser humano son: la agonía y la pubertad. Ahí falta por completo el control de la inteligencia. Es que Fernando González sabe que la inteligencia, el imperio de la razón moderadora ejercerá siempre la rectoría del mundo.
Quien escribió Viaje a pie y. Pensamientos de un viejo es un enamorado de la naturaleza y del arte; sabe que en aquella está la armonía imperecedera, la quietud paradisíaca a que los hom.
bres nunca podrán llegar, y como un Fernando González La vida es un hilo continuina cuyn Entierro de Tobías elogio supremo a aquella naturaleza que la certeza del escritor que hace una incursión cotidiana, con linterna y bisturí, sobre el terreno frágil y resbaladizo de esta zona que es la existencia humana. agrega: morir es un acto largo, por orden, lento, preparado. No es acaso esto, exactamente, lo que el hombre hace desde cuando tiene uso de razón, desde cuando la vida comienza a pesar. sobre sus hombros como una cadena de torturas?
Hay una honda filosofía en sus afirmaciones; es un breviario que debieran estudiar con reflexión y detenimiento quienes aspiran a conseguir una reputación de hombres. preparados para observar con serenida y astucia el desenvolvimiento paradógico y maravilloso de esta serie de pequeños acontecimientos y sucesos que hacen de la vida algo digno de estudiarse.
Pero Manuelito Fernández le ha dado una nueva y misteriosa interpretación a la serenidad. Sin duda alguna, la serenidad como la entendemos y practicamos los latinos, se adquiere merced al funcionamiento de facultades negativas. Cuándo debe ser el hombre sereno, quién es el hombre sereno? Asimismo, en las desgracias, en las preocupaciones y en las miserias se llega al supremo desespero que se llama serenidad. para los que desconocen la verdad o son incapaces de comprenderla, don Mirócletes, el audaz filósofo de la montaña, ofrece la fórmula perfecta: La verdad es el estado en que se vive.
Fernando González da la tónica y señala el índice de lo que es un filósofo, investigador incansable que observa a Uno de los fragmentos característicos de la novela Don Mirócietes. Editorial Le Livre Libre. Paris, 1933 Estaba muy mojado el suelo, el cielo y el aire. Un día horrible para enterrar a Tobias. Ya todos lo queremos. Ya comienzan sus virtudes! Apenas morimos, principiamos a ser ejemplares. Almorcé a prisa y sali. Me asomé a la iglesia y estaba únicamente el árbol. trunco, con la cruz de cinta negra. Subí por la calle fangosa y encontré el cortejo cuando salía de la casa. Perdí el filosófico espectáculo ile la viuda, porque la mujer no quiere al marido sino el dia del regalo de boda y apenas lo sacan de la casa con los pies para adelante. El resto son menesteres domésticos que irritan los nervios, Caras inexpresivas, almas insípidas. Lo único interesante era el doctor Tobar, con su pelo rubio y tieso cortado en cepillo. Qué rubio tan feo y tan parecido. Código de minas de Antioquia!
Fué mi maestro y nos hacía aprender el indice de ese mamotreto, el número de articulos; después, el número de títulos, los capítulos y sus nombres. Por eso desiaca en este entierro, porque tiene un método, capricho método y lo encarna. Farece un indice. Se corta el pelo del mismo modo desde que es abogado; es decir, desde que echó pelo, y se parece en el saco, los ojos y el arrugado de la frente a un interdicto posesorio del Código de minas. Tobar es un hombre, y los demás asistentes al entierro, no. Es un hombre parado en sus dos pies, firme en su capricho, o sea en su ama intima. Tuve ganas de abrazar a mi maestro. Los demás íbamos arrepentidos de haber obrado como obramos. No somos inocentes, no mani(Pasa a la página 205)
cho: En la naturaleza no hay nada brusco; uno muere así como nace.
El autor de Mi Simón Bolívar crce que los hombres deben ser puros y sinceros, afirmativos y rotundos como los personajes que él ha creado, y solicitando esa fortaleza de espíritu que preconiza dice a sus lectores: Para qué hacer cosas de que nos arrepentiremos o para qué arrepentirnos? el Fernando González que conoció la muerte de don Mirócletes y que observó filosóficamente la agonía de Epaminondas; que reflexionó sobre los despojos del padre Urrea, comprendió que la muerte es el final elocuente y magnífico de esa veloz carrera de la vida y, como un místico del siglo xix, exclamo: Hay que aprender de todo, especialmente a morir.
Aprenderemos los hombres a morir?
Seguramente no; pero entre tanto el atormentado escritor americano seguirá copiando de sus notas de observaciones, tal y como fué haciéndolas. Así el lector comerá pedazos de carne humana cruda; esa es la literatura de esta humanidad ansiosa de hoy. Somos antropófagos como él lo afirma.
Plumas autorizadas e inteligencias de brillo han dicho y dirán cuánto vale este Don Mirócletes de Fernando González, un libro escrito con la ruca verdad del hombre que no teme decirla.
Para nosotros el último libro del filósofo es notivo de hondas reflexiones. Rafael Mejía Rivera Manizales, Colombia, 1933. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica