292 REPERTORIO AMERICANO Criollismo literario Envio del autor, La Habana.
puro, y sin embargo, su obra está nutrida de un alto concepto de americanidad, y de las normas que nos llevarían a nuestra realización cabal. Para Martí, io primordial era dar al aprendizaje y a la cultura un pleno contenido americano. Predicó en mil formas el deber de enseñar al dedillo la historia de América, de los Incas acá, aunque no se en señara la de los Arcontes de Grecia.
Ahora bien: señaló un camino que no podía dejar de recorrerse; pero los ca minos de la cultura universal nunca estuvieron cerrados para él, ni pensó que debieran cerrarse para América. Estuvo muy lejos de encarnar la actitud super americanista del enjambre de reformadores políticos y sociales que se improvisaron y padecieron en nuestros países.
Se espantaba, sí, de que en nuestras universidades se excluyera el aprendizaje de nuestra historia y de nuestra realidad americana, mientras en cursos dilatados se estudiaban minuciosamente las cultu.
El traje hace al caballero y lo caracteriza y LA COLOMBIANA De Fco. GOMEZ Para la curiosidad más reciente de los viajeros empinados en la connotación internacional digamos Keyserling, Waldo Frank, Ortega y Gasset, América es una tierra grávida de un mensaje que por siglos ha ido entrañándose. Ese mensaje puede estar muy cerca, o pue de que no llegue nunca; pero la faz de América ha hecho pensar en una promesa, palpitante en el caos. no es: posible que sea de otra suerte: América no ha dicho su palabra, porque ha vivido en el tanteo de encontrarse a sí misma; su gran tarea ha sido buscarse, sin saber que se buscaba. Quien aun ca rece de la propia conciencia de sí, no está en la hora de su mensaje. Pero la promesa le asoma por las esquinas de su múltipie inquietud, registrada en los barómetros de los viajeros de altura.
Hombres que se avecindaron, en un continente remoto y desconocido, los conquistadores tuvieron primordialmente la tarea de constituir pueblos, en lucha de afincamiento y de adaptación. La conquista de la independencia va fué obra de las generaciones nacidas en América. Descendientes de una raza vieia, de la que habían quedado desvinculados, no se enraizaban tampoco con la raza indígena, sobre la que habían quedado superpuestos. El hombre americano resultaba así un ser sobre el que no gravitaba, fundamentalmente, ninguna tradición de cultura, y al que tampoco aguijoneaban anhelos de con quistas espirituales.
Fué largo proceso el de su despertar a la cultura, que por lógica consecuenº cia de las circunstancias, había de buscarse en los pueblos europeos y en Nor.
te América, Haciendo un somero recuenº to, señalemos las orientaciones capitales.
que se trazaron al mundo americano. Alberdi y Sarmiento, con los ojos puestos en Europa y Estados Unidos, buscaban.
Ja norma para nuestra cultura. Lo americano, es lo bárbaro, propugnaha Sarmiento, y proponía: Seamos Estados Unidos. Europeizante fué también Andrés Belin. no nhstante haber lanzado an: tes la declaración de nuestra indepen denria literaria. Más tarde, el arielismo de Portá muiso dar a nuestra cultura un sentido helénico. Conductor por un momento de la conciencia americana, se orientó hacia una Grecia que impregnaha las náginas de sus ensavos, en los que la aspiración a la sofrosine clásica era demasiado evidente. En este as.
pecto, la obra de Rodó vino a significar un cambio radical de posición. ya que el ideal de una cultura griega estaría en los antípodas de los ideales de civilización práctica que Sarmiento había encarnado, y sugería en su imperativo yanquizante.
Una posición genuinamente americana, contrapuesta a la viciada del helenismo, había mantenido Martí mucho antes. Martí no se le ha reconocido bastante su condición de americanista ras clásicas. Al hombre de América había que llevarlo a fijar la vista sobre la realidad en que vivía, a descubrirle su sitio en el cosmos, a darle el sentido de su tierra y de su responsabilidad particu lar, por el hecho de haber nacido en ella.
Un nacionalismo exacerbado, rabioso, fué, sin embargo, la reacción contra las actitudes europeizantes que habían dominado. Se inculpó a la cultura europea de habernos cerrado el camino, y en la ceguera del exceso, se quiso desconocer cuanto debíamos a su aporte. Llegó a suponerse, con extravío peligroso, que la cultura europea había deformado, cuando no borrado, nuestras características. Se desconoció, en fin, que lejos de sofocar nuestro propio espíritu, la cul: tura curopea que no podía venirnos a la medida sirvió para ayudarnos a com prende: cuál era el lugar donde estaba nuestro destino cultural.
Indudablemente, el destino auténtico de América no podía hallarse sino en dirección hacia su propia entraña. Pero de igual modo que la herencia de la antigüedad clásica, con la que se nos había querido, entroncar, no podía mover núestros resortes de pueblo nuevo sin fondo real de tradición, la barrera de un aislamiento inexorable, por temor a una in fluencia a la que se concedieron fantásticos poderes capaces de anular o desvirtuar el espíritu nacional, sólo redundaba en una limitación empobrece dora de nuestras virtuales capacidades y realizaciones.
Con su claridad orientadora y rigurosa, Pedro Henríquez Ureña ha precisado los términos del problema, sentando de inicio que todo aislamiento es ilusorio. No sólo sería ilusorio el aislamientola red de las comunicaciones lo impide. sino que tenemos derecho a tomar de Europa todo lo que nos plazca: tenerios derecho a todos los beneficios de la culº tura occidental. Pero de todos modos, la energía nativa había de ser el fondo de su originalidad: aquella cultura extraña afectaría sólo a la forma de la nuestra, no a su fondo espiritual.
Hay una frase de Martí que marca bien esta posición, que es precisamente nuestra más fecunda posición actual: Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas.
Un criollismo pintoresco, costumbrista, sin sustancia humana, fué la conse cuencia de aquel nacionalismo estrecho. superficial y aislador. De igual modo que la influencia europea, especialmente la frar. cesa, dió el tono menor a nues: tra literatura, los engendros del nacionalismo a base de reproducción del paisaje aniericano y los gestos pintorescos, no daban la medida de profundidad de América. Ya el romanticismo americano había sido en buena cuenta un movimiento enraizado en la tradición; sólo que el paisaje de nuestro suelo había sido lo primordial, no el hombre, americano. El ultra nacionalismo puso a relucir lo típico, que no es por supuesto lo auténtico, y desfiguró así lo verdadele hace el traje en abonos semanales, mensuales o al contado. Cuenta con un surtido completo en casimires y operarios competentes. para la confección de sus trajes.
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