REPERTORIO AMERICANO 153 idea de los Centros de Interés, de la que su sabiduría corría parejas con su De noche, cuando dormía, Meterio paglobalización de la enseñanza que conmodestia, y que su dulzura era una saba las manos por unos cabellos larsulta fines profundos de la vida y de suerte de resplandor del alma, al pun gos, ahí en el mismo lecho de Yaya: la naturaleza infantil.
to que la relación de su vida nos hace Yayaaa, Yayitaaa.
Pero como él sabe que la letra mata pensar en el santo laico tantas veces dejaba ir pedacitos de alma su boy el espíritu vivifica; que los hombres elogiado hoy por los escritores.
quilla húmeda de lágrimas. Pero al dessuelen confundir la forma con la esen Siendo él el hombre superior en el pertar: cia en perjuicio naturalmente de las campo educativo llamaba a Dewey su Noo, esta nués Yayaaa.
ideas, no quiso cristalizar sus pensa maestro y lo hizo proclamar benemériIndice de oro, el rayito de sol que se mientos sino sugerir para que los ce to de la pedagogía.
colaba por la hendija, le señalaba dos rebros tengan esa libertad diáfana, esa bocas juntas en la culminación del plaEs este, a grandes rasgos, el egregio cer. entonces: frescura espontánea que permiten la varón que acabamos de perder, y cuya Noo. Esta nués Yayaaa. agilidad, la rectificación y el invento extinción es a todas luces irreparable. Meterio había perdido su nombre y continuos.
Deja al morir una bellísima arquitectu La intelectualidad beiga recibió su en su lugar tenía varios: Baboso, Jarra pedagógica que sus admiradores y tón, Churretes. Era un terroncillo ambenéfico influjo en la Normal y en la Universidad, como también en los condiscípulos tendrán como modelo para la bulante por el vecindario, y traía, en regrandeza de la ciudad espiritual que han posición de aquellos besos húmedos de gresos pedagógicos a que asistía, y dude construir como morada de almas ex sus mejores tiempos, en la cara y en la rante la guerra fundó refugios para los celentes, espalda, la amoratada litografía de una niños en los barrios de Bruselas.
manos inmisericordes. Sólo al caer la Dicen quienes lo conocieron de cerca (Editorial de Cultura Colombiana. Bogola)
tarde le llamaban por su nombre y le besaban los arabescos que en la mejilla Luz en la sombra le trazaban tierra y lágrimas.
Meterio. Envío del autor. Carlos Jinesta. corría alzando las manecillas a Juanico.
La tos de Yaya tableteaba la sombra dera y aquella pensadera, condenación de las amanecidas en aquel suburbio de que no podía quitase. la ciudad había llegado un loco rialeros cabizbajos, en cuyas callejuelas En el tugurio, Yaya envolvía sus rodículo, y la ciudad reía a su paso: el hacía guardia el silencio.
pas, y envolviéndolas, se le mojaban.
Carnaval. Tos pa ser terca. Después alzó en brazos a Meterio, y Sunción quería ir a la prángana, aque Aaay, yesta bendita espalda! estrujándolo hasta hacerlo llorar conlla noche: Insomme, el gallo del guayabo deja tra su pecho enfermo, lo envolvió con ba ir su clarinada lúgubre, tirando el los ojos, a besos largos, muy largos. Tialistás, Juanico, y él obedeció dócil silencioso. En eso, llamaron a la La cencia. Lo que puede la cenpico hacia el maíz de las estrellas. puerta. Era el cartero.
la candela iba en las manos tembloro cia! Hasta prohibile a uno besar el hiJuanico deletrió la carta, y se dirigió sas de Juanico, de la cuja a la cocina, de jo quésdiuno!
a Sunción: algo iba a preguntarle. Pela cocina a la cuja. veces, una lá volviendo la cara para no verlo haro la voz iba a salirle temblona, y sólo grima amarga se ensartaba en la punta cer cucharas al tiempo que alzaba sus de la llama.
manecillas níveas, dejólo en la puerta pudo mirarle de la cabeza a los pies, del vecino, y partió.
con ojos idiotizados que nada veían. Tos pa ser necia. Qué me ves. Aaay, yeste pecho. Nada. se fué patio adentro, con Tizanas, flotaciones, trapos calientes. Una gran tristeza lila caía sobre la un estorbo en los ojos y en el alma. Juanico le estremecia un extraño tem sierra cuando Juanico volvía al tugurio. allá fué a traerlo ella, echándole el blorcillo de piernas, y aquella tos de Las viejas del vecindario hacían cobrazo al tiempo que decía. Yaya, itan necia! se le metía alma adenrrillo en las ventanas. Nos juimos?
tro para subirle después, hecha torsal. Pobrecillo Juanico! lo arrastró ciudad adentro, camino a la garganta. Tanto que liaparentaba!
de la prángana. Costate, Juanico. siagiló, la pilla. Sabe Dios con Qués lo que te trés vos. Vos esPero Juanico no decía palabra, senta quién!
tás como dundo. Pero Juanico no oía, do al borde de la cuja, fija la vista en Sunción, flor del suburbio redimida ni veía nada: iba hecho un sonámbulo.
la sonrisilla de Meterio, que dormía al de un pretérito cuyo recuerdo le amuirincón, y en los ojos de Yaya, grandes, naba, se acercó a Juanico, misericorde y El tiempo se metió en la torre y de hondos, brillantes.
condolida: doce martillazos partió la noche medio. Yorés. Juanico, los hombres no a medio.
Al salir del consultorio, ella suplicaba yoran cuando la pava siagila. Habemos Meterio despertó arropado en la fría tántas mujeres. al médico: oscuridad del tugurio, y rasgó las som Nués. No se lo diga a Juanico. Déjese que yore, Sunción, es esta bras, su gemidillo de vientos tormentopausté mi desgracia. Si usté se lo sojudía hasuriya que traigo en estiojo! sos al abatir los juncos. Quitó el banpla, se despista de yo y me quita a se quitaba el pañuelo.
co de la puerta y se echó a la calle: Meterio.
Aquella misma tarde, las puertas de un duendecillo exilado de su Por sus mejillas lívidas corrió la sanuna gran casa enclavada en la monta fantástico mundo.
gre tibia de su alma. Se hizo un silen ña oycron una voz que se ahogaba. Yayaa, Yayitaaa. cio triste, que rompió el médico. Hasta quitale a uno el hijo qués El viento coreaba el trémolo de su En cuanto al niño, ya le dije. Se diuno, y todo. todo lo qués diuno. lloro.
lo prohibe rotundamente la ciencia! Era el Sanatorio.
Abejón lustroso de ojos de oro, el ómYaya echó a andar hacia el suburbio, nibus venía, borracho de distancias: de toda bañada en sangre de alma.
Tres meses.
pronto chirrearon sus ruedas, zigzagueó. Juanico le escribían con insisten fragoroso, y no se oyó más el gemidillo Desde el andamio de los horizontes, cia. Pero el cartero nunca lo encontra de Meterio.
el alba pintarrajeó a grandes brochazos ba en casa: Juanico era barbero de En la calleja quedó, palpitante, un malva y oro, los cielos indecisos.
montes.
montoncillo macabro. Agitaban las raJuanico iba pa las chapias, cabizbajo. Las cartas iban al fuego, despedaza chas los colochos de Meterio, husmeansin ver el camino, con aquella pensadas con rabia por unas zarpas felonas. do sangre tibia, se acercaron los canes ahí era Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica