REPERTORIO AMERICANO.
vez contadas tenían el sabor de la tierra y hablaban de una nueva civilización.
Recordó amablemente a Lowell, a quien había conocido no hacía mucho tiempo, OCTAVIO JIMENEZ y bastó que su visitante mencionara. a Howells una sola vez para que en su Abogado y Notario próxima visita encontrara un ejemplar.
dę La vida veneciana en la mesa de OFICINA; Turgueniev. Consideraba también a Bret Harte como a un escritor de brillan50 varas Oeste de la Tesorería.
tes cualidades, a quien suponía echado a de la lunta de Caridad.
perder por el éxito. Hablo con entusiasmo de Walt Whitman; veía buena semi.
lla en todos ellos. Parece que al poeta Tel. 4184 Apdo. 338 lo había descubierto un año antes. Habiendo prometido un trabajo corto para La Semana (Nedelya. y no teniendo nada listo, decidió darle al editor, como me ha ocurrido o que ha llegado a mi observación.
le escribió a Annenkov, varias traducciones de poemas líricos del notable poeEn efecto, nunca pintaba un tipo puta americano Walt Whitman. ha oído ro. sus protagonistas están como en fousted nombrarlo. con una breve introtografías compuestas. cómo le inquieducción No puede imaginarse nada más taban hasta que conseguía dominarlos!
original. Annenkov tomó interés y Cuando leía le susurraban sus opiniones al oído; cuando se paseaba criticaban quiso ver el trabajo, pero la enfermedad a todo lo que le salía al paso y todo lo de Turgueniev se interpuso y las tra.
que veía y oía. Carecía, como le dijo a ducciones fueron abandonadas y al fin nada quedó del proyecto.
Boyesen que podía haberlo notado, de espíritu filosófico. Había visto y saDe su propia obra Turgueniev habló cado conclusiones de lo que había visto.
con su habitual espontaneidad. El joven Las cosas abstractas se le aparecían coamericano le dijo que sus relatos habían mo figuras concretas; cụando podía penetrado en su vida hasta tal punto que transformar su idea en una de esas figu.
ya no podía distinguir las impresiones ras se sentía dueño de ella. Estas imácreadas de las que pertenecían al mundo genes llegaban a ser la esencia de la reareal. Eso es precisamente exclamó lidad.
Turgueniev lo que me había propuesto, Europa, por ejemplo, dijo. a. su Nunca trato de perfeccionar la vida; visitante la imagino a menudo como un trato simplemente de ver y compren templo amplio y vagamente iluminado, der. Cada una de las líneas que he de ricos y magníficos decorados, pero escrito ha sido inspirada por algo que con el crepúsculo escondiéndose bajo los jarcos de sus naves. América se me presenta como una vasta y fértil pradera, desnuda a primera vista, pero con el alba gloriosa naciendo en su horizonte. Au revoir in America fueron las palabras con que Turgueniev despidió a su huésped cuando partió. Pero Turgue.
niey nunca fué a América. Tuvo que contentarse con los vagos visitantes de la Unión, que iban a verlo a París, Cuando Emerson estuvo en la capital de Francia, se prometieron cenar juntos, pero se interpuso la gota. En 1878 conoció al abolicionista Thornas Wentworth Higginson, delegado al Congreso literario internacional que Turgueniev, presidió con mucho embarazo. Le habló con gran entusiasmo de sus compatriotas, citando a Emma Lazarus, con la que mantuvo correspondencia así como con Boyesen. Mr. Higginson le encantó este ruso genial, que unía a la dulce y hermosa cabeza de Longfellow, la figura de: Tha.
ckeray. y cuya cautivadora delicadeza sobrepasaba aún la de. Longfellow. Pe.
ro cuando fué a buscar una fotografía de Turgueniev por las librerías de París, descubrió con desagrado. que, su nombre era totalmente desconocido. Estos peregrinos de la Unión trataron a Turgueniev con una consideración que debe haberle impresionado por lo distinto del tratamiento a que estaba acostumbrado en su país.
Otro de sus admiradores americanos fué Henry Holt. Habiendo publicado una traducción inglesa de varias de sus obras, no sólo le escribió a :Turgueniev una carta amistosa, sino que también le remitió un cheque. Turgueniev que nunca había recibido ni esperaba recibir ninMATLA (7. Fantasía indigena)
por EUCLIDES CHACON MENDEZ Envio del autor. Alajuela, Costa Rica, 1933, EL AMULETO DELATOR Aquella mañana toda la tribu vió salir el sol. Desde la primera luz la plaza estuvo llena de gente. Mensajeros para tían con diferentes rumbos: se registra ban los contornos del poblado, se disponía una expedición hacia lejanos bos ques y el mar. La noticia se divulgó con alas de relámpago y en todas las cabañas se hacían animados comentarios, Jamás motivo alguno despegó tanto la lengua de aquellos indígenas de hábitos silenciosos. Todos manifestaban gran indignación e imaginaban crueles Casti.
gos.
La actividad en el valle crecía conforme avanzaba la mañana y disminuían las probabilidades de aprehender a los fugados: Cada una de las chozas fué objeto de minucioso registro, los vecinos sometidos a detenido interrogatorio; pero todo inútil, nadie sabía nada. De vez en cuanto regresaban los enviados que habían partido temprano, cansados del trote infructuoso de muchas horas.
Desde lugares apartados acudían gentes con la mismar respuesta: los fugitivos no daban señales. favor de corriente el río hormigueaba de canoas colmadas de guerreros, mientras en sus orillas se apiñaban las mujeres y los niños, presas de la mayor excitación.
Caraıé, como fiera en trampa, desesperaba entre la esperanza y el fracaso.
Vociferaba a cada rato y con sordo acento terribles órdenes. En el colmo del furor hacía azotar a aquellos de suis men sajeros que regresaban solos, sin rastro alguno de los perseguidos. Sospechaba de todos; maldecía a todos. Perdía la fe en los dioses e injuriaba a los sacer: dotes por la ineficacia de sus plegarias, En su cabeza había un volcán; en su corazón la tormenta. Estaba feo, horrible, con la fealdad de los ogros; la cólera encendía sus pupilas con destellos siniestros. El alma del Cacique era abismo, cráter hirviente, el infierno. El torcedor de los celos le exprimía como a un racimo de uvas la llama del sol. Yara, que era a su corazón como el perfume a la flor. estaba verdaderamente perdida para él. Qué espíritu hostil la arrebataba de sus manos? En su apasionado temperamento la impaciencia le ahogaba. Cada hora que transcurría de vana persecución era un dardo clavado en su pecho: veces lloraba, él, jefe de una tribu aguerrida y valiente, hecha para el peligro y el dolor.
Asi pasó el día y llegó la noche. Hasta el amanecer todo seguía igual, todo esfuerzo perdido. Pero al brillar de nue.
vo el sol, el regreso de los últimos mensajeros, trajo a la tribu el postrer gajo de esperanza marchito: Xilotl y su compañera habían cruzado el golfo!
Como por encanto la actividad del Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica