106 REPERTORIO AMERICANO nuestra apatia por toda alegría que no.
sea la nuestra, es precisamente el precio de nuestra existencia práctica. Sólo en algún soñador digno de lástima, en filósofos, poetas o novelistas, como en el enamorado, puede la externalidad abrirse paso e iluminar la mente, con lo que nos es dado vislumbrar el mundo eyectivo (ejecutive world) como le llama Clifford, el vasto mundo de la vida interna, plus ultra de la nuestra, tan diverso del de las externas apariencias. James La canción del farolero. Véase la entrega anterior)
canza a ver.
de barro y viejo hierro, de deseos y tcmores cuyo olvido nos avergonzaría, de deseos y temores que descuidados olvidamos; mas de lo que no hallamos eco alguno, es de aquel bello páājro fascinador que alegró nuestras horas.
La descripción (en una novela realista. de escenas como las citadas de los por. tadores de linternas sobre la playa, nos pintaría unos muchachos ateridos de frío y de terror charloteando entre sí con palabrotas vulgares. Lo que no nos podrá pintar el escritor es el recóndito placer albergado en aquellos infantiles pechos de llevar sobre sí. isu maloliente linterna! Es verdad, es difíci! dar con el motivo íntimo de la alegría del prójimo. Puede ser, a veces, cosa tan inverosímil como el llevar oculta una linterna, o desviarse de cosas meramente triviales. Tantenues pueden sus lazos con las cosas externas que hasta no las rocen para nada; así la verdadera vida del hombre, aquello por lo que consiente en vivir, pertenece por completo al campo de la fantasía. La poesía suele ser el hilillo oculto que el observador analista no al¿Cómo saber lo que pasa en una persona con sólo mirarla? Veremos el tronco por donde se nutre, pero su vida no está allí mismo sino en otras partes además: en la verde cúpula del tollaje, mecido por los vientos, arrullado por los ruiseñores, que en ella fabrican sus nidos. Así, el verdadero realismo no sería sino el del poeta que, encaramándose en la copa como ardilla, puede así atrapar algún resplandor del cielo. en que vive. El verdadero realizmo siempre y en todas partes es el de los poetas: buscar el reino de la alegría y pregonarla desde allí con argentina voz. perder la alegría es perderlo todo!
En la alegría del que obra hállase el sentido de la acción y ella es su explicación y su excusa. Para quien no posee el secreto de la linterna, la escena de la playa carece de sentido. De aquí la agobiante y fantástica irrealidad de los libros realísticos. No hallamos ellos la poesía personal, la encantada atmósfera, la irisada labor de la fantasía, que da color a cuanto no lo tiene y todo lo ennoblece; la vida es en ellos puro y pesado barro, no el globo airoso que se eleva entre las tintas del crepúsculo; y, siendo ciertos, son libros inconcebibles, pues no hay hombre que viva en la verdad externa entre sales y ácidos sino dentro de la cálida fantasmogórica cá.
mara de su cerebro, de pintadas vidrieras e historiadas paredes (1. amarilla sobre el charolado macadam.
Faroles de gas, junto a los cuales la verja de hierro conserva todavía el cucurucho invertido conde antaño pagaban las antorchas.
Lejos, en el horizonte que se presume al final de la calle, se ha borrado la última grisalla crepuscular. La noche cae rápidamente; las ventanas bajas COmicazan a encenderse, y en el círculo luminoso de las lámparas se abren las Biblias. El jefe de la familia, padre o abuelo, larga perilla, chaleco de gamuza, mangas de camisa de apretado puño en donde brilla el grueso botón de carey, lee el versículo del día, la familia en torno, las mujeres y las niñas mirando humildemente sus manos enlazadas, los muchachos perdida la vista a lo lejos, a través de los muros diáfanos para su fantasía, el codo en la mesa, la barbilla en el hueco de la mano.
Roberto Luis Stevenson conoce a aquellas muchachitas de trenzas breves que rabillean descubriendo una nuca fresca surcada por una hendidura profunda.
Conoce también a aquellos chicos que le miran de frente, alzando la cara cchando hacia atrás con un gesto duro el mechón de cabellos. Con qué gusto Roberto iría con ellas a los prados en busca de buttercups y daffodils. Con qué gusto les contaria a ellos en la grammar school las extrañas imaginaciones que le ocurren mientras arrebujado en las faldas de su abuela ve caer la noche tras de la ventana en cuyos vidrios teclea la lluvia una sonata pequeñita mientras el viento la acompaña en su violin.
Pero Roberto es un niño delicado: No puede ir a la escuela pública y los maestros que vienen a la casa tienen un aspecto raro, sin csa simpatia que el niño pide a todo lo que le rodea, cosas o personas. Sólo hay mujeres en la casa. De ellas, la abuela es la que sabe nutrir mejor una imaginación sedienta que, al caer la tarde, echa un vaho ardoroso sobre la frente del niño. La abuela ha corrido tierras lejanas donde el sol tiene un brillo insospechado por el cielo de Escocia, y donde la tierra está impregnada de olores ásperos y penetrantes.
Seres extraños pasean por ella sus indu mentarias ricas de color, y la vida es muelle, perfumada, lenta de movimientos que se desenvuelven en curvas elegantes.
Roberto ve pocas veces a su padre.
Un oficio prestigioso le aleja de la ciudad, reteniéndole en las costas, cuyos altos picachos, los más valientes en meterse en el mar, recorre, sembrándolos de estrellas de luz. Arquitecto de faros, el padre de Roberto acudirá años más tarde a la memoria de Stevenson cuando, a punto de que el alumbrado eléctrico pespuntease las ciudades, se acuerda de los anocheceres en la casa de Edinburgo llena de mujeres, recogido entre las haldas sedosas de la abuela y siguiendo con la mirada fija al farolero que con su aijada de luz pincha el flanco de la noche, salpicando la calle de puntos azules. God bless tlie lamplighter! La abuela murmura la frase ritual. God bless him, indeed! añade Stevenson al escribir largos años después plea for gas lamps (1. Dios bendiga al farolero. Su paso era una de las piezas constantes en el programa del día y la ligera canción con que aliviabá su camino era como un toque de queda. Ayer todavía, nuestras abuelas nos pedían volver a casa cada tarde antes de que se encendiesen los faroles. Gusanos de luz, los faroleros, que surgían en la calle en paz con las primeras sombras, ágiles sembradores de granos luminosos a quienes ha destituído el funcionario sedente ante el cuadro de distribución, lleno de contactos eléctricos. Las ciudades modernas lo ignoran ya, salvo en los suburbios, y la época actual, más ingrata que las clásicas, no ha hecho de ellos, como Stevenson pensaba, el noble mito de unos dispensadores de claridades urbanas que, recogidas en el doméstico aldebaran que es su instrumento, van dejando tras de sí una estela chispeante, mientras ellos se hunden en la negrura anónima.
en Tiene Ud. Dispepsia?
Se cura fácilmente usando SAL UVINA en su dieta.
4GRURAS FLATULENCIA. MAL ALIENTO. DOLORES DE CABEZA Síntomas todos de que su digestión anda mal.
Los mencionados párrafos son lo mejor que conozco de Stevenson. Perder la alegria es perderlo todo!
Así es.
No somos sino cosa finita y cada uno lleva en sí mismo su propia vocación especializada. lo que parece, la energia al servicio de las particulares obligaciones individuales, sólo surge por insensibilidad cardiaca hacia todo cuanto no se acomoda a aquéllas. Por lo tanto, Desaparecen RAPIDAMENTE con el uso de la SAL UVINA Adolfo Salazar (1) The Lantern beavers, es el volumen titulado Across the Plains. Abreviado en la acotación. HERMANN ZELEDON BOTICA FRANCESA (1) plea for gas lamps, en Virginibus puerisque, Obras completas de Roberto Luis Stevenson. Challo and Windus. Londres. Vol Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica