REPERTORIO AMERICANO SEMANARIO DE CULTURA HISPANICA San José, Costa Rica 1933 Sábado de Marzo Tomo XXVI Núm. Año XIV. No. 625 Allonso Reyes Juan Marinello Sonia Benedictus Quevedo en sus obras.
Poemas.
Habla el segundo Presidente Roosevelt Cuaderno de Apuntes.
Libros mexicanos en 1932 El espíritu europeo de Alfonso Reyes Notas sobre Alfonso Reyes George Moore.
Economia Doméstica. Los alimentos.
SUMARIO Diez Canedo 11 Poesia indigena brasileña Agustin Acosta Con los estudiantes salvadoreños.
Juan del Camino Del rio de sangre.
El teatro de Unamuno Antonio Acevedo Escobedo Vilanos en el aire.
León Pacheco El camarada.
Francisco Monterde Libros y Autores.
Don Ricardo Fernández Guardia Elena Torres Arturo Zapata José de. Nuñez y Domiguez Quevedo en sus obras De El Sol. Madrid La colección clásica emprendida no ha mucho por un editor inteligente, e inaugurada con las obras completas de Cervantes en un tomo compacto, al que siguieron en sendos volúmenes las obras de otros autores de fama universal, se enriquece ahora con un Quevedo: un Quevedo compacto asimismo, que se desborda, por lo abundante de su producción, de la medida impuesta y ha de te ner, no ya un tomo, sino dos. El primero, de 620 páginas, más veintiocho de prólogo, contiene sólo las obras en pro sa. El tipo menudo y claro, el papel fino, muy blanco, sin transparencia inoportuna, hacen la lectura fácil; tamaño y encuadernación, en piel flexible y corte dorado, dan al libro aspecto elegante, comparable al de las ediciones de Oxford para autores ingleses (1. aquí estatía ya dicho cuanto hay que decir de una nueva edición de escritos difundidos por la imprenta en las formas más variadas, si no tuviera el libro otro interés que el de ser una edición más. No es eso. Ya la portada indica los propósitos del nuevo editor de Quevedo. reunir los textos genuinos e incorporar. les toda la materia dispersa en impresos y manuscritos que no ha encontrado hasta aquí acoplamiento en las ediciones antiguas.
No es Astrana Marín erudito a secas.
En sus labores pone entusiasmo y pasión. Desde el prólogo, al hacer la historia de la obra publicada de Quevedo, se le ve arremeter sin reparo con los que hubieron de alterarla, desfigurarla y entorpecer su acceso al público. Ello no le priva de reconocer lo que es debido a los antiguos editores, y señaladamente a don Aureliano Fernández Guerra, que tuvo a su cargo en la Biblioteca de Rivadeneyra la edición de Quevedo en lo tocante a la prosa; que los versos, en la misma colección, no corrieron tan buena suerte, ni remedió el mal otra impresión comenzada y no terminada por la Sociedad de Bibliófilos Andaluces, sobre los materiatodo el aparato crítico pertinente. teníamos, pues, a uno de nuestros grandes escritores privado de edición general. no es Quevedo el único.
Mas, con todo, sus obras mayores bien conocidas están, y de muchas poseemos ediciones cuidadas. Hasta qué punto haya mejorado lecturas la nueva edición ha de ser estimado por el cotejo de sus textos, por su tino en la elección de aquellos cuyo manuscrito no haya tenido a la vista. Cuenta y razón de todo ha de dar Astrana Marín en sus aportaciones críticas, reservadas para el volumen de las poesías, y en vista de ellas podrá juzgarse con acierto del que le haya asistido en su formidable tarea.
Formidable, ciertamente; ni él se disimula lo arduo del empeño ni ha escatimado en muchos años de esfuerzo continuo afán ni rcbusca. Para llegar a decir en las primeras líneas de su introducción general: Levanto este monumento a la Quevedo gloria inmortal de Francisco de QuePor Velázquez vedo Villegas. no le haría falta aclarar. Si, ahora, el lector quiere imaginarlo su expresión con los conceptos siguienen los principales momentos de su espiritu, trasládelo mentalmente con aquetes: es monumento porque sus obras llos sus proverbiales anteojos, su melena son un monumento. Sea, pues, Franlarga, su lagarto rojo en el pecho, su cisco monumento de sí propio.
vaga cojera, su distinción a los cuadros Todo el que anda con libros lo sabe: del Museo del Prado. Quevedo el gobernante puede figurar en los lienzos de el editor de una obra antigua ha de lleVelázquez, algo detrás de los capitanes var una abnegación tal a su tarea, ha de y los ministros, bajo el vuelo de la ban aventurar en muchos casos tanto de su dera blanca y azul. Quevedo el estoico, crédito, que hasta el acometerla con noenflaquecido, junto al libro abierto y la calavera, se destacaria sobre el fondo bleza para que recaiga sobre quien lo innegro de un Españoleto. Quevedo el pi tente buena parte de la gratitud que el caresco se concibe muy bien entre los lector llamado a gozar o a aprender en el. cartones y las fantasías de Goya, que pudieran servir para ilustrar sus Suetexto antiguo sienta al disfrutarlo. Laños, y los aspectos más tétricos de su bor espinosa y jamás a gusto de todos.
obra parecen reproducidos en el Triun En primer lugar, dirigida a un públiſo de la Muerte de Brueghel el viejo.
co extenso y no a puros hombres de leAlfonso Reyes tras y eruditos incapaces de retroceder (De Quevedo: Páginas escogidas. Casa editoante una forma desusada, los textos van rial Calleja. 1916. Madrid. modernizados en ortografía y puntuación; aunque, como Astrana lo dice, para les del propio Fernández Guerra en gran dar a algún filósofo en cierne. hueso parte, por don Marcelino Menéndez y a roer y presentar una muestra exacta de Pelayo.
cómo escribía Quevedo, determinados Tenemos, pues. teníamos, mejor dicho, opúsculos y cartas trascríbanse con abso. porque según noticias ha de estar ya pró luto rigor. Aun le queda, pues, a la ximo a salir de molde el tono que con ciencia literaria quchacer si lo busca, y los versos de Quevedo completará la edi: desde luego. reparo que oponer si se emción de Astrana Marín, acompañada de peña: Una edición no excluye otra. En (1) Obras completas de don Francisco de Quevedo Villegas. Textos genuinos del autor, descubierios. clasificados y anotados por Luis Asirana Martin. Edición critica, con niás de doscientas producciones inéditas del principe del ingenio y numerosos documentos y por menores desconocidos. Obras en prosa. Ano 1932.
Aguilar, editor. Madrid. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica