REPERTORIO AMERICANO 105 Quiere Ud. buena Cerveza. Tome Selecta No hay nada más agradable ni más delicioso.
Es un producto Traube comque al hablaros en público no se dispare en ditirambos a vuestro valor, a vuestra lealtad y a vuestro espíritu de sacrificio. Pero también habéis aprendido que esos elogios y esa retórica manida no van acompañados siempre de una cordialidad sincera ni de una ayuda social paralela en el sentido de la cultura y en el de las posibilidades económicas.
El militar está mal pagado y está (y.
sobre todo estaba) mal instruído. La sociedad le empujaba a vivir con ostentación no le daba medios normales para ello. No le infundía tampoco una cultura profunda, y le utilizaba en cambio para sus manejos, políticos.
Cuando se ha motejado al militar, sobre todo al español, de sus incurables intromisiones en la vida pública, he sostenido siempre que no era culpa de ellos, sino de los civiles, que les hacían subir para su conveniencia al escenario de la política, tirando de los hilos de su vanidad desde los bastidores para hacerlos accionar a su antojo. En un país con hombres civiles severos e incapaces de enredar en antecámaras y camarillas, el militar está siempre en su puesto. Es muy fácil seguir en la ihistoria inacabable de los pronunciamientos españoles, heredados para mal suyo por nuestros hermanos de Amé.
rica, cómo detrás de cada cuartelada aparece el civil que dirige la escena, unas veces embozado en su capa de conspirador y otras en mangas de camisa, dando al militar el mal ejempio del olvido de sus deberes de abstención política, e incluso el mal ejemplo de embozarse a destiempo o de quedarse en mangas de camisa, cosa que quien lleva uniforme no debe hacer jamás.
Es necio hablar de. deberes a quienes, como vosotros, vivís, debéis vivir, exclusivamente para el deber. Lo que puede decirse es que el deber del militar cambiará en la sociedad venidera. El militai será cada vez menos el hombre de la guerra, porque las guerras (ya sé que muchos no lo piensan asi) están en trance de desaparecer, y aun cuando existan, serán cada vez menos asunto de militares para ser cada vez más gestión de diplomáticos, de ingenieros, de mecánicos, de químicos, de deportistas y de masas populares. Pero el militar tiene la misión futura trascendental de organizar la paz. Será su misión (menos fascinante, pero más trascendente)
la de enseñar y regir la disciplina ciudadana, de la cual deben ser universidad los cuarteles, y mantener al contrario de lo que ha ocurrido hasta aho.
ra el centro de estabilidad del Estado a través de los cambios de la política y de los mismos cambios de régimen. para enseñar la disciplina, como para todo lo que se enseña, la única lección eficaz es cumplirla. será también el Ejército uno de los órgancs, uno de los principales órganos, de la cultura del pueblo. Elemento esencial de la sociedad venidera ha de ser la conexión de la Universidad con el Ejército, para que mutuamente se completen y perfeccionen. Muchas veces he dicho que la fórmula para la creación de las fuertes generaciones del porvenir no podrá ser otra que disciplinar con un criterio militar la Universidad y llevar la cultura universitaria a los cuarteles. Cuando en estos últimos años, desde antes del advenimiento de la Dictadura hasta ahora, he contemplado la situación del Ejército y la de nuestras juventudes escolares, prendía que ambos organismos vitales de la patria sufrían del mismo mal, que es el mismo de la sociedad entera: apetencia excesiva de derechos, debilidad en el sentimiento del deber. los dos se les podría aplicar una terapéutica complementaria: la que acabo de enunciar, que sería salvadora, y que, por serlo, acabará por sernos impuesta si no acertamos a cumplirla de buen grado.
Deberes con la patria y con el mundo aun está el hombre sujeto a otros deberes más generales, pero más trascendentales: a los de su ciudadanía, a los de su doble ciudadanía, nacional y la universal. Deberes con su patria y con el mundo, que están también en una crisis angustiosa, y ahora decimos crisis en su sentido profundo porque la evolución de la Humanidad ha creado en estos últimos años un antagonismo trágica entre esos dos deberes: el nacional y el universal, con lo que se trunca y detiene por el momento una de las líneas directrices del progreso humano.
Yo no creo ni creeré nunca en la desaparición del espíritu nacional, no sólo en el plazo brevísimo de nuestras vidas, sino en el ámbito de las generaciones que durante siglos y siglos nos sucedan No creo en la universalización de los hombres, como no creo en la desaparición del amor al pedazo de tierra que nos vió nacer, ni en la anulación del sentimiento de la familia. Todo esto, que algunos suponen artificioso y postizo, hijo de prejuicios sociales más o menos milenarios, está en la realidad tan ligado a instintos fundamentales que no podría modificarse sin que canbiase cie raíz toda nuestra. estructura viva, y estos cambios necesitan, para producirse, períodos de tiempo que superan a la duración de nuestras etapas históricas. Mientras la vida humana esté organizada sobre nuestra anatomía actual, mientras la vida no busque cauces estructurales diferentes de los del hombre que conocemos en toda la historia del mundo, desde el antropoide hasia nosotros, uno de sus ejes será el amor al país, expresado, más que en sentimientos concretos, en vagos movimientos del alma; en el orgullo, muchas veces inconfesado, de haber nacido allí; en la conciencia o en la subconsciencia de que hay un número de superioridades específicas inherentes a nuestra nacionalidad; en la facilidad del sacrificio por el bien de la Humanidad que vive dentro de nuestras fronteras, y en tantas cosas más, explícitas o confusas, que constituyen el amor a la patria, y que en último término se refu.
gian en una emoción: la ansiedad de bien perdido, cuando se vive en el extranjero, y el goce de entrañable recuperación, cuando se vuelve al hogar nacional después de la ausencia. No he conocido ni uno solo de los hombres más universalistas con que he tenido ocasión de tropezar en mí que no sintiera viva esa ansiedad y esa fruición, acaso enterrada en el fondo del alma bajo aluviones de ideas y prejuicios, pero prontas a vibrar a la vez que les hería el ambiente. Por ello, si yo hubiera tenido alguna vez en mis manos la suerte de otros hombres, creo que nunca me hubiera atrevido a castigar con el destierro a quien más sañudamente lo hubiera merecido, porque no encontraría nunca delito proporcionado a la magnitud del dolor que para mí hubiera representado esta pena.
Asi como los grandes técnicos y mecanicistas de los años pasados, los que han tratado de uniformar e impersonalizar el trabajo humano, vuelven ahora antes lo recordábamos a propugnar la utilidad y la jerarquía del noble oficio manual y de la industria pequeña, llena de sabor humano, así también se inicia, y se agrandará de día en día, un nuovo auge del sentido, más que nacional, localista, de los pueblos. medida que se multiplican las facilidades de comunicarse unas naciones con otras, transformando en caminos llanos los obstáculos geográficos de las fronteras. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica