REPERTORIO AMERICANO 61 Un lector argentino de Sainte Beuve De La Prensa. Buenos Aires.
Entre un capítulo de María. la entonces flamante novela de Jorge Isaacs, y el artículo de Pedro Goyena sobre la vida corta y la obra débil de Laurindo Lapuente, la Revista Argentina. dirigida por José Manuel Estrada, sometió, en su entrega quincenal del 15 de enero de 1871, al areopago literario de la gran aldea. el fruto carnudo y sazonado de un escritor francés, de 23 años, residente desde hacía cinco en el país. Tratábase de un estudio sobre Espronceda, primer ensayo, en castellano de Paul Groussac. Al mes siguiente, un nuevo ensayo del crítico bilingüe acerca de la poesía popular y los cantares del vizcaíno don Antonio de Trueba, brindó, desde la misma revista, el fruto gemelo, prueba definitiva que esperaba el tribunal porteño.
Uno de los jueces, atento siempre a la voz de los jóvenes y siempre dispuesto a tenderles su mano generosa, quiso conocer personalmente al autor. Era aquél don Nicolás Avellaneda, ministro de Justicia e Instrucción Pública de Sarmiento. Tenía 33 años; había sido ya legislador, ministro provincial, profesor universitario; se le contaba entre los grandes oradores de la época: su libro juvenil sobre las Tierras públicas mostraba el consorcio del escritor, del catedratico el estadista. Hombre de pensamiento y de acción, emprendedor y laborioss, absorbido desde la adolescencia por la lucha política y altas funciones de gobierno, refugiábase en los libros confidentes de su mocedad y buscaba en ellos el rescoldo de una vocación literaria nunca extinguida, siempre coartada. Cuando puedo sustraerme a lo mule me rodea releo mis antiguos libros escribió en aquellos días parece que se renueva mi ser. Vuelvo a ser joven, Lo que pasó, está presente; creo por un momento que puedo envolverme de nuevo en la suave corriente de Ins sueños desvanecidos, cuando repitiendo con acento enternecido el verso de Lamartine o de Virgilio, los llamo los nombro con las voces de mi anti9110 cariño. Estudiante en Córdoba, había descubierto los compañeros dilectos de su soledad en los poetas e historiadores latinos, Luego, el deslumbramiento de Chateaubriand le selló el alma para toda la vida con la fascinación de su melancolía fastuosa el amplin ritmo forestal en que se expresa.
nrecedidos por Byron, heraldo, inevitable del cual el mundo entero ecoutait en tremblant les sauvages concerts. llegaron después a la intimidad de su corazón, los grandes líricos románticos de Francia, Amaba a sus poetas con fervor exclusivo, y aun admirando el arte de un Gautier exigía en la pintura poética la nota viviente que sólo sube de las profundidades del alma y que ha hecho eternos el murmullo de las aguas del Lago de Lamartine, el movimiento de las hojas descoloridas del otoño en la Tristeza de Olimpio. el paseo de El joven Groussac visitó al ministro en su despacho. Hablaron de literatura, naturalmente, y dados los gustos del político y la nacionalidad del visitante, de literatura francesa: Chateaubriand, Villemain, Saint Beuve. El causeur de los Lunes era leído con avidez por los intelectuales argentinos que nuestra historia política y literaria denomina globalmente la generación del 80. y entre los cuales contábase el doctor Avell aneda. Mucho antes, entre 1832 y 1837, otra generación argentina, lectora de la Revue de París y concurrente al Salón de Marcos Sastre, alistada bajo el pabellón del prefacio de Cromwell y las doctrinas de Echeverría, ha. bíase sentido principalmente arrastrada cl verbo y la referencia pertenecen a uno de los actores, don Vicente Fidel López por Lerminier, Pedro Leroux. y Saint Beuve. No era éste en aquel período sansimoniano de su carrera y de la juventud porteña lo que explica el arrastre del trío el maestro sin par de la crítica francesa, al que tres décadas más tarde seguían, como a un mentor, los colaboradores y amigos de la Revista Argentina. fundada en 1868. fué un día de gloria para ellos aquel cn que circuló por los cenáculos la noticia de un Sainte Beuve argentino que, adoptando su sistema, estudiaría quincenalmente, desde aquella publicación, los libros nacionales. Don Pedro Goyena, joven abogado profesor de grandes prestigios, cumplió su propóstito durante varios meses; pero Ja producción casera no podía ofrecerle materia quincenal para persistir con brillo, y ya decaía su entusiasmo cuando, por su propia gestión, Groussac, entregó al público el ensayo sobre Espronceda. La tácita trasmisión del cetro y li triunfal acogida lograda por el crítico, explican que el ministro, en siz revoloteo literario con su visitante, se posara sobre el nombre del maestro francés, Mas no fué en aquella entrevista de la cual salió el joven extranjero con la promesa de dos cátedras se cundarias en Tucumán, sino once aics después, cuando el doctor Avellaneda explayó su juicio. Haría cumplido ya su período presider. cial, como sucesor de Sarmiento, y sin desvincularse ning funciones públicas de gran responsabilidad el rectorado de la Universidad y la senaduría nacional por su provincia. consideraba llegado el feliz momento de dedicarse, casi por entero, a su labor literaria. El Ensayo histórico sobre el Tucumán. de Paul Groussac quien durante la década pasada había sido educador periodista en el jardín de la República. sugirió a su pluma, en 1882, un hermoso comentario, cuyo comienzo completaba, como se verá, la impresión pretérita. Han pasado ya algunos años, desde qué el nombre de don Pablo Groussac nos fué por vez primera revelado. Escribía cn una de nuestras revistas sobre Nicolás Avellaneda Estatua de piedra por José Fioravanti Musset por el bosque de Fontainebleau; y para igualar la prosa mágica con el ritmo alado, aquel canto que Cimodocea suspiró en las rejas de su prisión, confiando su libertad y sus amores a los vientos y a los bajeles de Ausonia.
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