REPERTORIO AMERICANO 309 horas en la América nuestra por obtener para el indio ejido, escuela y ciudadanía de verdad, y al cual pertenezco yo con alegría de corazón y de inteligencia, se llama a sí mismo la familia de Las Casas. como podría llamarse la de don Vasco de Quiroga. y esta sola mención prueba una entraña sin odio hacia la España de nuestra segunda fundación.
He hecho, señor director, esta larga digresión para explicar a usted la razón bastante peregrina de la leyenda de antiespañolidad con la que cargo hace algún tiempo sufridamente, como persona que desdeña un poco la clasificación de los bastos, que nunca entenderá de muchas cosas y en los cuales no puede perderse la poca vida y la menor salud que se destinan al trabajo provechoso y a la acción que a la larga quemará todo ese montón de necedades sombrías. No es ésta la primera vez ni será la última en que un español de cólera pronta y de buena entraña me diga ofensas que son indignación malbaratada en un grueso equívoco sobre lo que he hecho o he dicho aquí o allá. Los que creemos en la Providencia, y después de ella en la razón, dejamos correr a algunos esteros y también avalanchas de odios con cierta frialdad, que no es sino confianza en el Tiempo, amigo de Esquilo y de mu chos sufridores.
Me es sobremanera penoso el que una publicación que prefiero llamar torpe a llamar malintencionada, me arrastre discusiones desagradables en el momento en que la prensa española, y de mane ra especial La Libertad. me dispensa una salutación unánime del carácter más generoso que darse pueda. Ella no ha correspondido, yo lo sé la primera, a méritos extraordinarios míos, porque soy solamente uno de tantos que en mi Con tinente trabajan la lengua y la raza con algún celo; esa subita fraternidad periodística ha correspondido al conocimienº to de una actitud espiritual. Si la señorita Teresa Escoriaza conociese siquiera parte de mi trabajo de diez años en diarios americanos, sabría que él contiene páginas y páginas de cumplido respeto y de racional consideración hacia su patria española, Si alguna cosa supiese de la mujer a quien ha juzgado tan atoINDICE OCTAVIO JIMENEZ Abogado y Notario LIBROS ACABADOS DE LLEGAR: Alexis Tolstoi:El secreto delos rayos infrarojos. 75 Ramón Góinez de la Serna: La hiperestésica. Novela. 50 Ramón Gómez de la Serna: La nardo. Novela grande. 50 Jorge Mehli: Plotino 75 Ricardo Palma. Las mejores tradiciones peruanas. 25 Magallanes Moure: Sus mejores poemas. Selección y prólogo de Pedro Prado 50 Don Juan Manuel: El Conde Lucanor.
Pasta.
2:50 Salvador de Madariaga: Arceval y los ingleses. Juicios postumos sobre Inglaterra que escribió Julio Arceval. 50 Solicitelos al Adr. del Rep. Am.
ROGELIO SOTELA ABOGADO NOTARIO OFICINA: 50 varas Oeste de la Tesorería de la Junta de Caridad.
Oficina: Pasaje Dent TELEFONO No. 3090 Tel. 4184 Apdo. 338 Casa de habitación, Teléfono No. 2208 MATLAT (Fantasía indigena)
por EUCLIDES CHACON MENDEZ Envio del autor, Alajuela, Costa Rica, 1933. No espere Yara tal cosa de Matla. ciosa de aquel corazón que la llama de!
Ella sabrá ser fiel a su tribu; no mancha. dolor devora con ferocidad de. bestia rá con la traición la memoria de sus hambrienta. Sin embargo, en Matla no muertos sagrados! Matla sufre mucho, ha muerto la compasión: mujer al fin, pero cumplirá con su deber!
ante el destrozo que el infortunio causa Yara lo ha perdido todo; no le que en Yara, la vieja esclava se angustia.
da más que morir: Yara sin Xiloti es Existe en su ánimo maternal sentimiencomo tronco sin savia la cautiva dice to de protección, propiciatorio de los estas palabras lentamente, retardando perdones generosos. pesar de eso la entre sollozos cada sílaba. Hay en su deslealtad con los suyos la horroriza.
acento la más profunda desolación. Ha Ella, mujer y madre, sabría perdonar; ce un instante su alma se abría a la es pero Matla, juez ante su conciencia, sólo peranza como rosa al sol, y ahora, un mi puede condenar!
nuto después, el ave de su ensueño plie de este modo, mientras las ideas ar ga las alas en postrer vuelo. Igual que den como leños secos en su cerebro, tallo tierno la cabeza de la infeliz se do Matla,. de pronto advierte que Yara ha bla sobre las rodillas y esconde sus lá salido. En el rescoldo quedó la huella grimas entre las palmas trémulas. la de su última lágrima.
suave claridad del hogar Yara semeja Matia no hizo ningún movimiento. extraño ídolo derribado por mano sacri solas con sus reflexiones, la ausencia de lega. En su amargura el pensamiento de la muchacha no la preocupó; quizá hasla muchacha se envuelve en sombras y ta la favorecía, puesto que libre de su la desesperanza cuelga, como garfio, de presencia podría enhebrar mejor el hilo su alma desolada. Matla, en la penum de su pensamiento. Hasta ese momento bra, parece no advertir la tragedia silen. la vieja esclava había logrado mantener se leal a su tribu; pero en adelante, conforme pasaban las horas y el frío de la madrugada le entraba en las carnes flacas, Matla vacilaba, perdía indudable mente la firmeza, la seguridad de aquel amor de la raza, de la tradición, de la ocstumbre, del culto que la enlazaba con su gerte. Poco a poco vencía, sobre todas estas sugestiones ancestrales, la muy femenina flaqueza de su compasión por Yara. Matla era vieja y débil, pronto la tierra brindaría regazo a sus hue sos; y no la asustaba la muerte, por el contrario, la esperaba con cierta impaciencia. qué seguir viviendo sus días pálidos, sus noches sin luna y sin sueño!
Achacosa, llena de males como el cardo de espinas, Matla pensaba en su tumba como inicio de su liberación final. Ahí mismo, en su aposento abandonado, percibía su futuro igual que una sombra vaga, incierta: días monótonos, exactamente iguales unos a otros, sin emociones, lentos como el ritmo de su corazón; días de frío para su alma agrietada por los padeceres; días sin horizonte, teñidos de melancolía, de nostalgias incoloras, mientras llegaba la hora, la hora única, solemne, definitiva, de entregarse a la eternidad. Matla sentía que la vida que le restaba no era ensueño feliz, sino funerales de ilusiones perdi: das.
Yara, aun en capullo, tenía derecho a ser feliz. Poseía el tesoro tan codiciado por todos, la juventud. En el búcaro de Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica