REPERTORIO AMERICANO SEMANARIO DE CULTURA HISPANICA Tomo XXVI San José, Costa Rica. 1933 Sábado 18 de Marzo Núm. 11 Año XIV. No. 627 SUMARIO Visita Enrique Federico Amlel.
Sin querer. Crónica de un viaje aéreo México Gambetta.
La maravilla del radio Pablo Zelaya Ventura Garcia Calderón Augusto Arias Rogelio Sotela Ramiro de Maeztu Alejandro Alvarado Quirós Poesias Economia Doméstica (3)
Tribunales de Illinois que no permitieron aumento en las tarifas eléctricas Campanas de Cartago El alcance en el tiempo Maria Wiesse Elena Torres Juan del Camino Mario Sancho Stefan Zweig Visita a Enrique Federico Amiel De La Prensa. Buenos Aires Cada vez que paso por Suiza me detengo a visitar los santos lugares donde él solía pasear su perfil delicado, sus soñaciones sin rumbo y aquel afán perentorio de hacerse daño. El puente de Bergues que recorría de arriba abajo una noche de euforia, el risueño cementerio de Clarens donde hubiera querido reposar sus huesos, y las orillas donde el nuevo Narciso inclinaba el rostro desencajado hasta confundir el agua del manantial y sus lágrimas en la misma fluencia triste.
Me parece comprenderlo y quererlo mejor ahora que se ha quedado solo.
Malos vientus soplan sobre su gloria póstuma. En pasados meses, cuando su infatigable y abnegado admirador, el señor Bouvier, a quien debemos tantas páginas ignoradas del Diario íntimo. publicó los Er. sayos críticos de Amiel, la crítica francesa se mostró incomprensiva, desatenta, y casi hostil con aquel olvidado silenciario. En realidad, nada más inactual que, el famoso Journal intime. Pasarse la vida calándose el fondo del alma. hay actitud más fuera de moda? En nuestra afanosa edad de novelas policíacas y documentarios de película parece un fantasma aquel hombre que no quiso vivir para mirarse vivir.
Admitimos el perpetuo análisis de Marcel Proust que se instala como un comején en la aristocracia apolillada para reducirla paulatinamente a polvo dorado; nos pirramos por los psicólogos que se calzan las gafas de Freud para seguir en cl substrato de cada cual las podridas bifurcaciones de la sensualidad, y nos seducen los complejos de Edipo y de Caín. Pero un poeta enfermizo como Rodembach, que mire prolongado en los espejos el semblante de su perplejidad, un divagador como Enrique Federico Amiel que pretenda captar las irisaciones de la melarcolía en su Lemán interno. Cinco años de guerra despiadada nos han hecho volver a la Europa de Hobbes y de Shakespeare, donde los hombres eran lobos y escaseaba the milk of human kindness. En la trasguerra brutal y presurosa ya no parece haber lugar para los místicos ni cabe imaginar entre sus ruinas una nueva encarnación del maestro perfecto.
Un budista, un mistico oriental reenEnrique Federico Amiel Por Hornung (1852)
blico pergeñando para sí propio sus intimas tristezas sin saber que debería la inmortalidad a tal exploración de su fuero interno en donde busca asilo toda la casta de Hamlet.
Nunca creyó en su propio talento. Mi combinación orgánica sólo fué mediocre. Dudó de sí como dudaba del mundo y a la manera del poeta francés fracasó su vida por delicadeza.
Semejantes organizaciones suprasensibles parecen condenadas al fracaso. En literatura decía donosamente Jules Renard sólo cuentan los bueyes.
Los genios son los más gordos bueyes, los que trabajan sin fatigarse dieciocho horas diarias. La gloria es un esfuerzo constante. Es también una estrategia del éxito que encierra, como el arte militar, lecciones de impetuosa brutalidad. Ay de los delicados que viven estremeciéndose al contacto de todas las rudezas del vivir! Nadie los comprende. Nunca en grado tan superlativo como loy fué el mundo poco favorable a los poetas.
El caso de Amiel es más extravagante aún. Era poeta, pero sus rimas del Penseroso no captan nuestro interés.
Sus facultades críticas, con ser tan sutiles y diversas como en sus magistrales estudios sobre la señora de Stael y.
Rousseau, no las ejercito sino eventualmente. Jamás se decidió a escribir, como le aconsejatan sus amigos, unas charlas del martes que hubieran sido acaso el parangón de las Charlas del lunes de Sainte Beuve.
Estamos seguros de su éxito fulminante en esa disciplina? Si le sobraba al ginebrino la comprensión fraternal del ajeno propósito y de los dolores de todo parto espiritual, le hubieran hecho falta esa cruel imparcialidad, esa cizaña que crece tan fácilmente venenosa en el espí ritu admirable y repugnante de Sainte Reuve. Digamos todo nuestro pensa miento. Crítico y poeta. de probados timbres, nos hubiera interesado menos.
Lo que cautiva al lector, con inocente sadismo tal vez, es que Amiel haya sangrado sin término, que cada noche al rezumar la errancia del día y castrar sus colmenas, la miel sea tan amarga como la de las abejas negras de nuestra selva.
Cuando está solo, cuando libera su alma de los humanos compromisos ¡cómo se carnado en Occidente, esto fué al envejecer con eclipses y pausas el extraño profesor de Ginebra y quizás sólo nosotros los semiespañoles. a fuer de nietos de árabes, es decir, orientales a medias, podemos comprender la inutilidad sublime de una vida que se consagra a meditar en la inanidad de vivir pidiendo a Dios el supremo letargo: Tú que puedes hacer la muerte ¿por qué me tienes vivo en esta muerte. Por qué me tienes muerto en esta vida?
parece decirnos cada día Amiel con versos de nuestro Fernando de Herrera y no sé de mejor epígrafe para el Diario íntimo. Soliloquio y coloquio con Dios son sus páginas alternativamente plácidas y arremolinadas como un lago suizo.
Ningún caso literario parece comparable al de este escritor decepcionado de su propio talento que con mortal y señera abulia se rehusaba a escribir para el pú Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica