REPERTORIO AMERICANO 317 Poesías Hago todos los días mis pequeños poemas: yo decoro el paisaje sobre una cumbre erguido; poeta de los campos, cantango dulces temas, mientras reviento en flores y sostengo los nidos. Envio del autor. Cuenca, Ecuador.
LA EPOPEYA DEL ARBOL Alzado sobre el campo, presido algún idilio, mientras la tarde apaga sus cárdenos fulgores, y después canto y lloro, cual si fuera un Virgilio que dijera sus églogas sobre amor de pastores.
Yo tuve antes que el hombre la vida en el planeta: Patriarca fui en las cumbres con mi soberanía; mis formas ya gigantes llegaron a su meta y, tranquilo y señor, gozaba y florecia, Saluda desde lo alto mi ramaje a la aurora y desde él le saludan las aves con sus cantos.
Despide al sol mi copa que en sus rayos se dora, reflejándole al mundo sus últimos encantos.
cuando dieron mis flores toda su esencia pura. a la hora eterna y santa de amor y bienandanza en la que el buen Señor, desde su sacra altura, dijo. Haganios al hombre a nuestra semejanza.
La clara agua del río que junto a mi desliza, pone mis pies desnudos con besos de sus olas; las auras me despeinan de otoños con su brisa, y van mis hojas secas en la corriente a solas. fuí el primero en todo en protejer al hombre; yo fui prestigio y gala del dulce Edén florido; arrancaba mis flores porque él su senda alfombre; fui su primera casa, más que casa. fui nido!
Me prestan los ramajes sus límpidos cristales para la gloria dulce de mirarme florido, y copian en su fondo paisajes ideales: un cielo azul. la luna. y un árbol con su nido!
Yo presidi el primer idilio de la vida: a mi sombra el primero de los hombres fué amado.
Yo presidí su triunfo, presidí su caida; yo cubrí la primera vergüenza del pecado!
Tribuna soy del canto de las nostalgias hondas de tórtolas que dicen sus muertos amorios: oh, cuántas veces ellas lloraa desde mis frondas con las alas abiertas sobre aidos vacíos. Fue dolorosa, como clamor de una elegia su erranza por el mundo, solo y desconocido, y su único consuelo fuiste tú, sombra mía, del frio santo amparo, del abandono nido.
Yo le acompaño al hombre con afán inefable.
Soy grande con los grandes: en las Cortes soy trono; soy humilde y pequeño con todo miserable; trabajo en sus labores y nunca le abandono.
Todo esto hoy día extraña, todo esto hoy día asombro pero fué asi. De tarde, llegábanse las nieblas, la inmensidad teñía con su negror la sombra, yo amparaba el terror de las mudas tinieblas. Fuí del hombre la eterna salvación y el consuelo; mis ramajes formaban sus únicas barreras; yo le he cubierto contra la inclemencia del cielo, le he defenilido siempre del furor de las fieras.
Hasta en sus emociones, vibro en toda su pauta: yo canto en los pianos, me quejo en los violines, y si el hombre es pequeño, soy humi:de: soy flauta, y lloro con el indio en todos los confines.
Pero él ha sido ingrato con todos mis favores: me ha desnudado en cambio de que yo le he vestido; sin que le importen nada mi angustia y mis dolores, me ha quitado la vida, por la que él ha vivido. Oh el divino martirio de ser flauta que llora; ser la voz de una herida profunda que da quejas.
No es la misión del trono más dulce y seductora que ser flauta y quejarse en las casucas viejas. Este mismo ramaje que le fué sombra, luego, cuando viejo y enfermo se marchita, se mustia, él lo lleva a la hoguera, donde crispa de angustia, y crepita vibrando en mil lenguas de fuego.
Clamores de elegia damos a la querella que es la voz de una vieja, infinita tristeza. La cita de la selva. para llorar en ella yo mi antiguo reinado y el indio su grandeza!
He dado todo al hombre, y al hacerme una herida, él da al olvido todo, en su frío egoismo. Carpintero: esas hachas que me cortan la vida, se mueven con un trozo, formado de mí mismo. Con el Señor, me vuelvo de infinita grandeza, cuando llego a las Hostias hechas de espigas de oro, iy soy la dulce cárcel de su misma Realeza cuando en el Tabernáculo custodio su Tesoro!
Al fin, llegué a vengarme de la crueldad del hombre que gozo de mis bienes y después me dió muerte: ime convertí en patibulo para infamar su nombre: en mi le torturaron, en mí le he visto inerte!
Extendiendo mis brazos secos y descarnados, en medio del silencio profundo del olvido, medito decorando paisajes olvidados en todos esos grandes poemas que he vivido!
Pero es triste misión la de hacer mal. Mis flores dan un dulce deleite con su esencia sagrada, mis ramajes dan sombra. Olvidé mis dolores causados por el hombre, no recordé de nada, Te bendigo, Señor. Yo te bendigo, en nombre le mis grandes hazañas, con ardor muy profundo: iyo acompañé a Colón para encontrar un mundo; vo fuí, con Jesucristo, la redención del hombre. no recordé de la honda tortura en que me he visto, y perdonando todas mis angustias sin nombre, dejé de ser patíbulo, al mandato de Cristo, y figuré en la empresa de redimir al hombre!
MI OFRENDA Bien sabes, oh Madre, que en mi poesia arruilo, plegaria, gemido, oraciónme vierto yo mismo, me vuelvo armonía.
en la voz sonora de mi honda emoción.
Hice altar de mis pobres ramas viejas y rotas, y henchido de alto gozo celestial y profundo, sentí caer er él esas sagradas gotas de sangre, que sellaron la redención del mundo!
Yo tengo mi lira formada, oh María, con ias mismas fibras de mi corazón, que hoy rotas exhalan clamor de agonía si quiero pulsarlas para tu canción. Yo me he sentido hermano, muy hermano del hombre él me da su cariño y yo le doy mis flores; acato fiel las órdenes que recibo en su nombre; yo vivo en sus hogares, trabajo en sus labores.
Esta vez tu Mayo florido, refleja su lumbre en la sangre que vierte mi herida encuentra en el alma tan sólo dolor!
En vez de mi canto, recibe mi queja can pobre y tan triste, tan honda y sentida. no tiene otra ofrenda que darte mi amor!
Hago el bien satisfecho, pues mi auxilio es fecunde cuando de mi se vale para algún grande anhelo: iyo acompañé a Colón para encontrar un mundo, y hoy ando con el hombre por el azul del cielo!
Manuel Coello Moristz Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica