REPERTORIO AMERICANO 112 la de los poemas marítimos de Byron, inspirados, tal vez, como los leímos, a la sombra de las velas, al ruido armonioso de las olas, en el silencio animado de los mares? Alberdi emprendió la composición de un poema que tituló con el nombre del bergantín que los llevaba. Lo que yo escribía en prosa por la mañana, Gutiérrez lo ponía en versos elegantes por la noche. El manantial era el mar; el pensamiento, la poesía de Byron. Desembarcaron en Génova, a los dos meses de haber partido del Plata; durante los veinte días que permanecieron en ella fueron agasajados por la hospitalaria pléyade mazziniana y, al tomar la diligencia para Turin, despedidos con abrazos y besos de adiós, dados en la boca, al estilo italiano. En Turín, Gutiérrez fue secuestrado por la admiración y el cariño de un antiguo empleado de la Universidad de Buenos Aires, quien se lo llevó a pasar una temporada con su familia en un pueblecillo alpestre. Alberdi se trasladó en tonces a la capital de Saboya, y obedeciendo a su vocación profesional, inició allí el estudio de la jurisprudencia de los Estados sardos. Pero descubrió en Chambéry la casa que habitara Rousseau. El recuerdo de Julia despertó en su alma, acaso con la apremiante ansiedad de un sueño revivido. el aguijado tomó inmediatamente la ruta de la vecina Ginebra, ávido de pisar el suelo en que se posara el hada de su adolescencia.
bra del mago. Toma la calle que lleva su nombre y se detiene ante la casa que mueslia esta inscripción: Ici est né Jean Jacques Rousseau. Visita su estatua en la Ile de Bargues. especie de jardin aislado que comunica por medio de un puente con otro de los que cruzan el Ródano. Una orquesta da su concierto vesperal a espaldas del bronce de Pradier: desafina concienzudamente, como por galantería, a fin de justificar las aserciones de Rousseau sobre la música de aquende el Alpe.
Concurre a la Sociedad de Lectura, que tiene 40. 000 volúmenes y 300 lectores, y se extasía, en una de las salas, frente a un óleo de La Tour que representa a Juan Jacobo a los 30 años de edad. Deslumbrado por la belleza de aquel rostro, escribe con su candorosa admiración: Confieso que, nacido mujer, difícilmente hubiese podido rehusar mis simpatías a tal hombre.
Ahora me explico enteramente el extravío que por él padeció madame Warens. Luego se embarca en un vaporcito, dispuesto a conocer los sitios en que Rousseau coloca las escenas de su Nueva Eloísa.
LA COLOMBIANA SASTRERIA GOMEZ Veintisiete años antes, dos poetas ingleses habían tripulado el único bote con quilla que existía entonces en el iago, también para visitar el país que pertenece a kousseau. Ambos llevaban como guía un ejemplar de la Nouvelle Heloise. Recibidos por una tempestad tremenda en el preciso lugar donde otra había puesto en peligro la vida del caballero de Saint Preux, desvistiéronse en espera del naufragio: Byron, excelente nadador, para luchar; Shelley, inerme pero impavido, para entregarse.
Salváronse, como el héroe de la novela, y siguieron tranquilamente sus huellas.
wyron comprobó, sobre el terreno, la tuerza y la exactitud de las descripciones y la belleza de su realidad. Shelley fué de St. Gingoux al castillo de unillon alternando la contemplación del panorama con la lectura; en Clarens coniuvo más de una vez el llanto por respeto a los fríos prejuicios del mundo. pero cortó algunas rosas, descenaientes, tal vez, de las flores que plantara Julia.
Un rayo extraño al mundo físico iluminaba aquellos lugares desde la aparición de la famosa novela. Por vez primera un pintor literario había proyectado en la naturaleza los fulgores y las sombras del alma, y desde entonces las montañas, los árboles, las aguas, el aire, tenían, en aquel rincón suizo, un reflejo sentimental. Vivía Rousseau en las vecindades de París al escribir su obra; pero su memoria de pintor conservaba, intacto, el recuerdo del paisaje familiar, y al describirlo con detallista fidelidad, asoció sus imágenes al sentimiento de los personajes en un acorde armonioso que trasfunde en las cosas un matiz de las alnas y comunica a las almas la coloración del ambiente. El complemento pictórico y emotivo del cuadro local, cuya ausencia advertía el ginebrino en las novelas de Richardson, su modelo inglés, dió así, a la suya, un realismo topográfico que debía vincular su nombre, definitivamente, a la región humanizada y convertida en personaje principal por su pluma. En adelante, el sentimiento del paisaje, descubierto y revelado en las páginas de la Nouvelle Heloise. invade la literatura; y el romanticismo inmediato que lo proclama entre sus conquistas, envía a nuestra pampa su simiente, que germina en el color local de los octosílabos de Esteban Echeverría. Piensa Alberdi en esa correspondencia sutil entre el paisaje y sus morad res? la topografía de la novela alude en su carta, y es indudable que el lector conduce al viajero. Llega a Vevey después de cuatro horas de navegación. En el trayecto ha saludado a Lausana, la ciudad que albergó a Gibbon, y lo ficticio y lo real se identifican en su espíritu al arribar a Vevey, la patria le Julia, el pueblo nativo de madame Warens. Mas renuncia a trasmitir sus impresiones de aquel refugio idilico, amparándose en cómoda escapatoria: no hay pincel que pinte sus encantos. pasa a Clarens; y recordan(Pasa a la página 119). Le escribo para describirle algunos accidentes de esta comarca adonde Byron, Dumas, Hugo y Jorge Sand han venido, como yo, a llorar en presencia de Vevey, de Clarens y de las tristes rocas de Meillerie. Miguel Cané dirige Alberdi su carta, desde la capital suiza, el 21 de julio de 1843. Cómo olvidar al fortuito iniciador que puso en sus manos el libro inolvidable? En aquel día, que recuerdo como si hubiese sido ayer. habriz usted dicho, mi querido Cané, que llegaría ocasión en que le escribiría ésta desde las orillas del lago de Ginebra, donde nació el autor de Julia y donde él colocó las inmortales escenas de su romance?
Vuelve a leer La nueva Eloísa. y su admirable elocuencia le produce la impresión de una obra desconocida.
Como la vez primera, llora con el libro que hacia llorar a Mirabeau. Sus páginas tienen ahora para el proscripto un atractivo más: todos los recuerdos porteños de su juventud están mezclados a ellas y se levantan del fondo de su corazón al recorrerlas. Sin embargo, Ginebra no ahonda su nostalgia de Buenos Aires, cuyo parecido reconoce en las costumbres simples y republicanas de sus habitantes. en la dulce temperatura de la estación estival y en la analogía de sus mujeres, por lo que mira a su aire y maneras. tan estimables por su graciosa sencillez.
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