Para Game denot REPERTORIO AMERICANO 229 Carta del director de la revista Cervantes Manizales, abril 9, 1932.
Señor García Monge, San José (Costa Rica. Mi distinguido amigo: Le acompaño un bellísimo poema de Antonio García, cuyo nombre intelectual no debe de ser desconocido de usted ni de ninguno de los lectores de esa tribuna de América que es Repertorio.
Antonio García es una de las mentalidades jóvenes colombianas, más inquietante. No sólo como poeta sino como dramaturgo, ya ha dado bastante que hacer a la crítica. Este muchacho, que por sobre todo es un bello espíritu, se propone revolucionar el teatro tradicional (si es que tenemos alguna tradición en este sentido. pretende volver al teatro antiguo; resucitar el coro griego y hacer del teatro, más bien que una diversión para los sentidos en que se explotan sólo movimientos mecánicos, exteriores, sin interpretación espiritual, un espectáculo puramente interior, emotivo, aparte de una cátedra revolucionaria. Naturalmente, esto requiere una larga educación, no sólo de parte de los autores y actores sino del público.
Como temperamento revolucionario, Antonio Garcia es una de las figuras. jóvenes más prometedoras que tiene este país. Es un convencido de sus ideas y las expone con una honradez y una sinceridad absolutas. Es ésta una de las facetas dominantes en este muchacho, tanto más exóticas cuanto que en los momentos actuales de nuestra America, cuando se quiebran todos los valores éticos, es dificil encontrar hombres que no estén contagiados de cobardia.
No me extiendo más porque mi áninio era sólo presentarle a Antonio Garcia.
Servidor y amigo, Arturo Zapata foglio Antonio gaining Antonio García (Apunte de Ramón Barba)
Poema puro Para León de Greill Sus manos sabias no habían aprendido a morir. habían acariciado las llagas y los vestidos de los hombres cuerpo grotesco del espíritu.
Sus manos sabias se habían salido de la carne coino las manos de los ahogados, que quedan fuera del agua agarrándose del hueco infinito por donde ellos vieron el cielo, el cielo viejo y desconfiado como los animales nostálgicos.
Sus manos sabias no podían querer: se alargaban a todas las sombras igualmente como los ojos de los perros locos.
Por eso la quise para mi: porque ella no esperaba a nadie.
Se echó en mis brazos y no me dijo. has llegadc. No me dijo nada, porque quizá ella me esperaba a mí!
Amé como casi todos los hombres a una buena mujer de alma inmortal y cuerpo puro. Cuerpo que habían llenado todas las bocas de sus fugaces raíces, de sus raices inútiles. yo la quise para míl La quise flotante en su red de raíces como recién salida de un río estancado en un bosque.
Para poner en el tesoro intacto de su vientre la sangre espiritual de mis hijos: mis hijos profelas. mis hijos locos, mis hijos grandes sin hambre y sin amor.
Yo la quise para mi: en su boca se sentía la forma frustada entre el espíritu embalsamado del aliento, como si se saquease el cadáver de una princesa.
Sus brazos escondían como los velos sutiles color de rosa pálida, la aristocracia de los huesos vírgenes.
Yo la quise para mil Recogía entre mis manos su cabellera tibia, dorada y blancadorada y tibiablanca y fríacomo un lugar solo, un sitio vacío, donde se hubiese quedado muerto un paisaje de sol y luna.
Sus caderas se abrieron como las barcas que se llenan de aguas agua de mar, agua salada que beben los náufragos al gritar; agua amarga. Pero yo besaba sus caderas rotas para reconstruir la forma pura sobre el ritmo descuajado, sin voluntad.
Sus senos desbordados, hojarasca primaveral, se fueron labrando como una escultura de Job en yeso sensible, en marfil vegetal, asi era fresca, en hueso brillante.
Sus manos largas, cansadas, flacas, amarillas, fnas, se hicieron dóciles y confiadas como los ciegos conducidos por un niño.
Ella tenía la carne virgen amedrentada al rededor de su sangre, como un rebaño intacto al rededor de una hoguera.
Su carne brotó cuando yo canté mis canciones aurorales, mis canciones puras, de vagabundo que aprende en todos los pueblos las canciones de fiesta.
Su carne salió a oírme como una novia campesina, al balcón verde, claro, vegetal. Yo sabía canciones bellas que inventé para que bailaran las mujeres tristes. Las aprendí callándome, con el oído pegado a mis venas como una conchita recogida en el mar.
Igual que un pájaro enjaulado que se pone en el viento nuevo, ella no sabía si reír o llorar. reía con un alan miedoso de perder la risa. lloraba con un miedo afanoso de no volver a llorar, Se le atajaba la risa y las lágrimas, y no se atrevia a caminar hacia este mundo pequeñito, mío y maravilloso, que empezaba en una canción.
Amé como casi todos los hombres a una buena mujer de cuerpo puro: pero ella no tenía el alma inmortal!
Popayán, Colombia.
Antonio García Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica