376 REPERTORIO AMERICANO En la vida de Rómulo Rómulo Rozo Envio del autor. México.
a mueve, El beso De Romulo Rozo Esto ocurría cabal hace diez años.
El barco había volteado, durante cerca de un mes, las aguas del Atlántico. Verde, azul. Aprisa, despacio. Noche, día. la vista, esquivándose y definiéndose como una mujer, la costa de Cádiz. Sobre cubierta está un hombre, pequeño y concentrado. Contempla, medita. Contempla el diáfano color de las aguas, sin manchas de aceite, trozos de madera ni desechos flotantes, como en el puerto lejano. Agua limpia, igual que el aire que respira y la ambición que a él lo Medita en el camino recorrido a través de los años: la infancia pobre: la salida de Bogotá a Barranquilla, en tercera clase y en tren de miseria; las rudas faenas de cargador en el puerto, un paso no más de los barcos suntuosos que recogían a desocupados aburridos y opulentos; las creaciones entrañables que realizó en una modesta fábrica de loza; la ayuda mezquinamente retribuída que presió, en la decoración del Club y el Teatro Municipal de los señores honorables de Barranquilla. Privación, esfuerzo, ahorro. Luego, cuando la voluntad ensaya posturas abatidas, una carta del protector generoso, en que le manda ánimos ¿nada más? y dineros. Decidido: a Europa. Verá cumplida su vieja aspiración de acercarse a los centros artísticos, visitar y estudiar en los museos, conocer a los maestros contemporáneos de la forma. Además, él mismo hará el hallazgo de un cauce para dejar correr su vocación plástica.
El hombre, pequeño y concentrado, sonrie. Es Rómulo Rezo.
parte su habitación y declaran que es artista. De allí en adelante será el preferido, blanco del deseo de emular a un creador que viene del mismo origen que ellos. Cada día, después de la devota faena en la fábrica de sagrados objetos, Rómulo Rozo esiste a la Academia de San Fernando. Estudio, trabajo. Espíritu, materia. Ardor, desaliento. Todo muy bien, sí; pero el costo de la vida sube, el sueldo no basta, el hambre acecha.
pensión; quiere participar la nueva sus camaradas. En un close up agresivo y hostil, el rostro del casero lo detiene. Afuera! El que no paga, no entra. Afuera! No ine importa tu lucha y tu miseria. Afuera. qué empeñarse? El honibre desvalido, solo, se busca, acomodo en el quicio de la puerta. Las de la noche. El estómago vacío estimula la imaginación, aviva los recuerdos, atrae los sueños. Se entrega a éstos, indolente. Qué. Pero aún hay gentes que dan afectuosas palmaditas en la espalda? Es la una de la mañana y la esposa del patrón le alarga dos duros, para que canccle, en parte, su adeudo.
Otro close up del casero, ahora en planó de sonrisas. la cama, paraíso. Ciertamente es dura, incómoda; pero se duerme, se duerme. Con la espuela de la angustia clavada en lo profundo, Rómulo Rozo, al otro día, redobla su tenacidad para lograr otro puesto. Inquiere, camina, se agita: el sustento plantea imperativos categóricos. Ya está y qué bien!
Victori: Macho le ha aceptado como sirviente en su estudio. Cuando el deber está cumplido, nuestro hombre amasa, enérgicamente, barro para sí mismo.
Cuando no esculpe, modela. Maravillosa transformación de la materia inerte y sucia, que al contacto de la mano o el circel va soltando calor humano y morbidez. Victorio Macho analiza sus esculturas, alienta su vocación, gusta de sus obras y le abre a él y a ellas dilatados caminos. Los amigos del gran escultor lo van conociendo y estimando y en 1925 es invitado para participar, dentro de la sección española, en la Exposición de Artes Decorativas de París.
Presenta en cila un Llamador de la Puerta del Paraíso y lo acompaña de una banderita con los colores colombianos: amarillo, rojo, azul. La obra es declarada fuera de concurso y se le pide a Rozo la nacionalidad española para otorgarle el premio que le cayó en suerte.
El se resiste a la exigencia y se contenta con la medalla de oro que le correspondía en su simple calidad de colombiano.
En los medios burgueses, un hijo de familia da fin a una carrera indistinta: médico, abogado, ingeniero. Para pulsar el porvenir, recurre a ecuaciones clementales y egoístas: 12 años de estudio, casa, mujer mujeres y automóvil.
Eso es el futuro inmediato; ahora, entre tanto, la casa paterna refulge y resueña.
Hay música, viandas y amistades. Se le festeja y felicita. Pero el mundo no es igual en todas partes: se mueve, gira.
Aquí tenemos, por ejemplo, a Rómulo Rozo, que hoy resultó aprobado en los cursos de dibujo. Llega apresurado a la Madrid. Por el único ventanillo de la estancia, la mañana deja penetrar, con intensidad progresiva, clarinadas de luces. El hombre, en su rincón, se despierta. Llena sus ojos, todavía, la neblina azulosa de los sueños. Pero pronto, como en el libro aromado de tinta que leyera días antes en la biblioteca pública. el total acaparamiento de la atención por el mundo sensorial, con su poder destruye casi la totalidad de las imágenes oníricas, las cuales huyen ante las impresiones del nuevo día como ante la luz del sol el resplandor de las estrellas.
Vuelve la mirada a su derredor. Soledad. Sus cinco camaradas el ebanista, el albañil, el plomero, el fumista y el pintor de puertas y ventanas han iniciado su combate por el sustento sin esperar el alba. iTan generosos, tan cordiales!
Apenas llegado a Madrid, y en cuanto se colocó, a razón se cinco pesetas diarias, en la fábrica de cbjetos sagrados del fraile Granada qué remota la poesía del otro. Rómulo Rozo se instaló en esta humilde pensión de extramuros, con esos camaradas disímbolos. El compañerismo y el cariño inutuos fueron surgiendo.
Un día los cinco descubren el temperamento y designio del hombre que comUn día, el ademán vigoroso de Victorio Macho fija a Rómulo Rozo junto a sí.
Le dice. Debes irte de mi lado. No fallarán a veces los oídos? Rozo ce atribula, no quiere comprender lo que escuchó. Macho, con sonrisa generosa, repite. Debes irte de mi lado. Eres ya un cscultor y debes crear tú solo.
No es.
egoísmo mi indicación de que te retires: el medio de aquí pucde amanerarte.
El aire ya es más agradable para respirarse. El corazón sigue con la vibración alterada; pero el gozo la provoca y no es lo mismo, siendo igual. El maestro le pregunta dónde le gustará fijarse, y Rómulo Rozo, balbucea: París. Pasa a la página 382)
Rómulo Rozo Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica