REPERTORIO AMERICANO 333 De una crisis económica y moral. Ideales en baja. Una clase adine.
rada y sin educación. De unos maestros que ya debieran despertarse (Capítulo de un libro en preparación)
Desde hace algunos años anda nues Envio del autor. Cartago, octabre de 1932 tro espíritu buscándose un refugio en el pasado, en parte ;a qué negarlo? por gusto del pasado mismo, pero muy principalmente por escapar a la angustia y desencanto del presente. Los tiempos que corren son en verdad aflictivos y desconsoladores. El país, hombres, instituciones, costumbres, todo anda muy de capa caída. Económicamente estamos a dos dedos de la bancarrota, endeudados hasta la coronilla, mitad por improvidencia y mitad por improbidad, con casi todas nuestras industrias arruinadas y con tan poca esperanza de salir de apuros como mucho peligro de que a la postre el acreedor. extranjero, cuando vea que no podemos cumplirle la palabra, irrumpa en nuestras aduanas so pretexto de ponerlas en orden y de hacerse pagar.
Pero si el estado de las finanzas del país es malo, sus condiciones sociales y políticas son peores. Al desbarajuste ecoArmario Colonial nómico, ha dicho hace poco don Eías Lo exhibió el Prof. don Elias Leiva en la Jiménez Rojas, uno de los poquísimos Exposición de Antigüedades de Cartago ciudadanos que se dan entera cuenta de estas cosas y que no se callan su opi na escuela para la hechura del carácter, nión, corresponde una profunda crisis tan buena como son malas disciplinas moral, en nuestro concepto más grave lujos y refinamientos que no riman con aún que aquél, porque asume propor nuestros escasos recursos para la ediciones más grandes y porque sus conficación moral de las nuevas generasecuencias afectan hasta la propia raíz ciones.
de la vida nacional.
Ya estamos oyéndonos llamar con hoNo quisiéramos pasar por agoreros raciana ironía: laudator temporis acti.
de calamidades públicas, pero la verdad No creemos, sin embargo, habernos dees que no podemos ver sin aprensión el jado llevar del encanto que presta a las porvenir. La República no nos parece se cosas la lejanía cuando aseguramos que gura en este desconcierto y en esta lu la hombría de bien del costarricense cha intereses egoístas exacerbados chapado a la antigua no es inv de bajo el apremio de las circunstancias, y costumbristas o de poetizadores del tiemno creemos pecar de pesimistas si deci po pasado, sino un hecho real y vermos que los ideales de nuestros mayo dadero, con sus naturales excepciones, res, de quienes heredamos patria inde claro está. es lógico que así fuera.
pendiente y digna, están sufriendo hoy Aquella sencillez de costumbres, aquella una baja tanto o más considerable que la modestia de ambiciones, aquella conforde los títulos del estado o de la divisa midad cristiana que informaban la connacional. aunque tampoco nos gustaducta de la gente de antes contribuían ría sentar plaza de moralistas de clavo a hacer de la existencia, si bien dura pasado, vamo: a agregar, sin embargo, en el sentido de la comodidad que ahoque al decir ideales entendemos también ra disfrutamos, algo menos complejo, las normas de conducta que orientaron menos exigente, menos difícil y menos la de los buenos costarricenses de otros costoso. Por un lado el individuo tenía tiempos. Moral y buenas costumbres van que tolerar muchas mas molestias de orcamino de ser pronto un recuerdo ape den material, pero por otro, su modo de nas del pasado. No hemos sabido conser vivir no le exigía tanto desasosiego y var ese precioso patrimonio y la histo tanto empeño en obtener el dinero con ria tendrá que acusarnos de haberlo di que es fuerza pagar el confort icon sipado.
que ahora vivimos. Había menos demanVerdad es que la Costa Rica de antes das a la vanidad, a la sensualidad, a la no nos ofrecía el espectáculo de una so codicia, que son los resortes, hay que ciedad adelantada, ni de una vida con confesarlo, del progreso, al menos del fortable y llena de refinamientos. Cierto progreso material, pero que también son que nuestros abuelos vivían con poca co responsables de la mayor parte de las modidad y mucha o demasiada sencillez, indignidades y las trasgresiones morales pero al menos la austeridad de sus cosque ocurren con innegable frecuencia tumbres, la modestia de sus ambiciones, en la sociedad moderna.
la varonil resignación con que afronta En el caso de Costa Rica, este fenóban los trabajos y las molestias de una meno parece agravarse por circunstanexistencia bastante primitiva, eran bue cias especiales que trataremos de señalar aunque sea de prisa. Todos sabemos que nuestra clase media ha sido, es y será por mucho tiempo más o menos pobre. Pues bien, la transformación de sus costumbres no ha llevado el paso con el incremento de sus medios pecuniarios. Las comodidades que ha introducido en su vida, aunque pocas, si se las compara con las que disfrutan los individuos de esa misma clase en otros países, son más y mayores de las que sus entradas pueden sufragar. Ninguna observación es tan frecuente entre nosotros como la de que estos fulanos o aquellos sutanos viven con más lujo del que debieran. Cuando la palabra lujo no se refiere a gastos verdaderamente inútiles, como los tragos tomados en el club o en la cantina (y digamos de paso que aquí sería difícil acentuar mucho la diferencia entre clubs y cantinas. o como las pretensiones elegantes de la hija casadera, si bien muy de acuerdo con sus ansias matrimoniales, resueltamente en pugna con los recursos del pobre padre de familia, significa conveniencias o comodidades que constituyen cada fin de mes un desequilibrio en el presupuesto doméstico, y son origen las más de las veces de trampas, enredos, o de otras cosas más graves.
Esto, respocto a nuestra clase media, y con mucha razón respecto a nuestros obreros. Vamos ahora con nuestras llamadas clases altas.
Digamos primero que en Costa Rica no ha habido realmente aristocracia, sin que neguemos por esto la existencia en lo antiguo de gentes de abolengo aristocrático. Sí que las hubo, cuya información de sangre hubiera demostrado quizá cualidades de la más rancia nobleza, pero todas vinieron de España sin gran fortuna, y ninguna logró adquirirla aquí. Esta era una oscura y pobre provincia de la Corona de Castilla, donde no había riquezas minerales ni pingües industrias con que dorar cuarteles nobiliarios. Nuestros nobles no pasaron, pues, de ser lo que llaman en la Península hidalgos de gotera. hombres serios, sobrios, buenos cristianos que viven holgadamente, mas sin exceder los límites de la dorada medianía. Ninguno vivió en grande, ninguno hizo jamás, como se dice, casa de dos pisos, ni comprometió la solidez de su hacienda en locuras fastuosas, convites espléndidos, exquisiteces culinarias, esplendores de guardarropía. No hubo entre los primates de la Colonia o de los primeros años de la República nadie que nos recuerde a un José de la Borda, que se gasto parte de las riquezas extraídas a los cerros auríferos de Tasco en los deliciosos jardines de Cuernavaca que habían luego de encantar 11 alma trágica de Maximiliano; o a un Conde de Rul, constructor magnificente de una iglesia para sus mineros de Guanajuato, que podría ser Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica