REPERTORIO AMERICANO 109. Es usted, de verdad. Sí, Cintita; quítate il gorro.
Confiada, tira ella su gorro, como ha tirado ya las hojas de su varita. Quitate la blusa, Cintita.
Ella obedece y tira su blusa, como ha tirado las ramitas de su varita. Quítate la falda, Cintita.
Va ella a desatar con una mano los cordones, pero ve en su otra mano la varita, sin corteza, toda desnuda, y volviendo en sí de pronto, Cintita recoge púdicamente su gorro y su blusa, y huye lejos del libertino, que quería engañarla una vez más y que se ríe, escondido detrás de los árboles.
LA TORMENTA La prima Anita ha hecho dos agujeros en la parte baja de su puerta: uno para que pasa el gato, y otro, para que salga el rayo. El del rayo es más pequeño, porque ella sabe que el rayo es muy capaz, si quiere, de ensartar una perla.
Verdad es que la sequía dura desde hace mucho tiempo, que nos falta el agua y que con esta tormenta tendremos un poco en los pozos. Pero, por una gota de agua sobre nuestros labios y nuestras legumbres. qué angustias!
mañana pescaremos. Tú llevarás la red! redondeles sobre el mantel deslumbrante. continuación, el señor Sud tiró el Un poco más allá, adivina Cintita que casquillo del cartucho, menos impor aquella estrella ha caído de una pata tante ahora que una colilla apagada, y de pájaro; esa grande, de una pata de como su pantalón de pana gris estaba ganso, y esa otra, desconocida, de los cie.
manchado de sangre, mojó en el agua su los, tal vez.
pañuelo, iy se esforzó como un crimi En una ocasión, las suelas, que la lenal en lavar y en frotar las gotas rojas, vantaban hasta las chozas y la daban que reaparecían siempre!
vértigo, se desprenden. La muchacha se desploma y permanece largo rato en LA PARTIDA DEL SILENCIO el suelo, tumbada en cruz, muy quieteA Louis Dumur cita, mientras se va moldeando su retrato.
Han tomado la sopa y la carne. La Luego se hace un niño de nieve.
madre quita la mesa, la traslada muy Tiene éste unos miembros retorcidos cerca de la estufa, para el padre, y la y encogidos por el frío. Tiene unos ojos hija coloca sobre ella la lámpara. El hijo huecos; en la nariz un solo agujero, que clige en el cajón un leño. Las mujeres vale por dos; una boca desdentada, y cogen su labor y el padre su periódico.
un cráneo sin pelo, porque el pelo y los Las agujas muerden la tela. El periódico dientes son demasiado difíciles.
va y viene entre los dedos, con pausas. iPobrecito. dice Cintita.
La estufa ronca, como debe ser, pues su Le estrecha contra su corazón; le mepuertecilla está entreabierta y el hijo la ce, silbando, y, en cuanto se derrite un vigila. No se oye el tic tac de un reloj: poco la nieve, le cambia de ropa, de prino hay reloj; pero un perol silba como sa, haciéndole rodar maternalmente souna nariz atascada.
bre la nieve fresca, para envolverle en ¿Están todos?
unos pañales limpios. Ah! La madre se olvidaba de subir, de una vez para siempre, la mecha de Cintita, se pierde la lámpara, y de bajar la pantalla, que es azul.
Cintita sale, si se le antoja; va adon¡Bueno, chist! de ocho a diez, con de quiere, y su inocencia la protege.
los labios apretados, los ojos apagados, Anda de prisa, no se pasea, parece huir los oídos dormidos ya, en suspenso su siempre.
vida, toda la familia, para saber quién Esta mañana, como ha salido de su callará mejor, juega, sin hacer el menor casa hace una hora, se detiene y disruido, su diaria partida de silencio. Dios mío. Me he perdido!
Mira, reflexiona, se orienta, turbada. CINTITA, LA LOCA El campo desaparece bajo la nieve.
Los árboles muestran sus ramas cargaEl Cristo castigado das de ella; diríase que ese de ahí se ha Al pasar al pie de la cruz, erigida en vestido como un viajero que espera la las afueras del pueblo y que parece dediligencia. Pero Cintita ve sobre la fenderle de una nieve sus propias huellas, muy recientes, sorpresa, Cintita, la loca, ve que el Cristo se ha caído.
y se le ocurre la idea de seguirse, para Sin duda, esta noche, el vendaval le encontrarse.
Unas veces coloca ella suavemente sus ha desclavado, tirándole al suelo.
Cintita se santigua y levanta el Cristo, pies en el hueco de sus pasos, y si otras tomando precauciones, como con una huellas se cruzan con las suyas, se baja y las separa y arregla; y otras veces persona que vive todavía. No puede dejarle completamente solo, al borde de la corre, jadeante, como si llevase una manada de lobos a su zaga.
carretera.
Además, se ha hecho daño en su caída Cuando llega al pueblo y reconoce su y le faltan unos dedos.
casa entre las masas agazapadas. Voy a llevar el Cristo al carpintero He debido volver, sencillamente dice ella, para que le arregle.
piensa ella.
Le coge piadosamente por la mitad Ya no se da prisa. Respira, se desprendel cuerpo y le transporta, sin correr.
de de su inquietud como de un mantón Pero pesa tanto, que se escurre entre sus demasiado pesado sobre sus hombros, brazos y tiene que volver a subirle, con empuja la puerta y dice, con el corazón frecuencia, de una violenta sacudida.
tranquilizado: cada vez que lo hace, los clavos, que Ya lo sabía yo. aquí estoy!
atraviesan los pies del Cristo, se enganLa varita chan en la falda de Cintita y la levantan un poco, descubriendo sus piernas. Queréis estaros quieto, Señor! le Cintita da vueltas a una varita entre dice ella.
sus dedos, la araña con sus uñas, la Cintita, alma candida, da en las memuerde con los dientes, la despoja de su jillas del Cristo unas leves palmaditas, corteza. Se adelanta por la carretera y delicadamente, con respeto.
dice a los árboles. Ya sabéis que me caso hoy. Os lo El niño de nieve digo de verdad. El me quiere, y le espero.
Les sonrie derecha y a izquierda, y Nieva, y por las calles, con la cabeza ensaya la ceremonia.
al aire, Cintita, la loca, corre desatinada. De pronto, una voz, que sale de los Juega ella sola; coge, al vuelo, moscas árboles, la ordena: blancas con sus manos amoratadas; saca Quítate el gorro, Cintita.
la lengua, sobre la cual se disuelve una Vacila ella: mira a los árboles, de los ligera pastilla, que se saborea apenas, que brota un hálito, y pregunta, temy con la punta del dedo traza palotes y blando: Si obscrvo la casa cuando hace sol, si la mido con la mirada y estudio el sitio que ocupa en el pueblo, me digo: El rayo caería más bien sobre mis vecinos.
Pero en cuanto se aproxima la tormenta, olvido las casas de los demás y comprendo perfectamente que el rayo no puede caer más que sobre la mía. Oh, ese cielo angustioso! Cuando era yo pequeño, las nubes pasaban más próximas a la tierra. Estoy seguro de que mis nervios echan chispas. Qué viento! Los perros huyen de lado, con el rabo casi delante, y las gallinas ruedan como sombrillas vueltas.
No basta con meterse los dedos hasta el fondo de los oídos: hay que procurar no pensar, porque ciertos pensamientos atraen el rayo. Qué magnífica colección de rayos!
Es el parpadeo de un negro, es el panadero que abre y cierra de repente la puerta del horno, es el arma blanca que raja al enemigo de arriba abajo.
Algunos, breves, chisporrotear apenas, como un mosquito que cae sobre la llama de una vela, y otros rayan el cielo entero, interminables y caprichosos, como firmas de grandes hombres. Buena puntería, rayo de Dios!
El cielo queda aplastado, por un ins.
tante. Pero nuestro orgullo se vuelve a alzar en seguida. He aquí un sol nuevo.
Los gallos. quién se ha imaginado el efecto de una tormenta en una cabeza de gallo. cantan victoria y toda nuestra alma se airea. Volvamos a intimar con Dios: acércate, querida; ahora podemos ya darnos una buena panzada de amor.
Jules Renard Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica