330 REPERTORIO AMERICANO Voltaire, galante. Viene de la página anterior)
sión, el niño Mozart, que con su casequita de seda brochada, su es.
pada de un palmo y su violín bajo el brazo se inclinaba con adorable gentileza para besar su mano perfumada en los salones de Versalles.
Otra favorita de Luis XV, la condesa de Mailly, declarada querida oficial del rey en 1736 isi, oficial. así las gastaban en el siglo xviii. Nota para los que tienen por tema predilecto la desmoralización de los tiempos actuales. La señorita Claison, cantante de la Opera, y luego actriz dramática en el Teatro Francés. Fué discípula de Voltaire en la tragedia. Estuvo una temporada a su lado en Ferney. Después, favorita del margrave de Ausprach, vivió con fausto regio en Bayreuth, pasando de soberana de las tablas, casi casi, a soberana auténtica.
Fanny, condesa de Beauharnais, novelista, separada de su marido y consolada por diversos devaneos sentimentales. En su salón se reunían politicos, nobles, artistas. Era tía de Josefina de Beauharnais, la futura emperatriz de Francia, y tan chorlito la una comp la otra.
La condesa de Horn, hija natural de Mauricio de Sajonia, y abuela de la célebre Jorge Sand.
La mariscala del Luxemburgo, protectora de Rousseau.
Madame, Geoffrin, cuyo salón, abierto a todos los intelectuales, fué uno de los inás famosos del siglo xviii en París y de la cual ha dejado Sainte Beuve un innortal retrato.
La duquesa del Maine (Ana Luisa de Borbón. nieta del Gran Condé, que presidia una brillantisima corte en Sceaux, adonde era asiduo concurrente Voltaire, y en cuyo teatro brilló como actor y autor el sociable poeta.
La encantadora Olimpia Dunoyer, alias Pimpette. primera querida de Voltaire, que le fue presentada en La Haya cuando éste tenía diecinueve años. La guapisima aventurera acabó casánãose con el conde de Winterfeld. Las catorce cartas que se conservan del joven Arouet a Pimpette se publicaron en 1720, entre las Cartas históricas y galantes. Parece que Voltaire en esto más poeta que filósofo guardó toda su vida el recuerdo nostálgico de este amor primaveral.
Juliana Francisca de Buchwald, de Sajonia, cuya opulenta belleza de rubia ninfa a lo Rubens, era el pasmo del ilustre francés, aunque, en general, no le gustaban ni chispa las alemanas. con otra regia excepción. Sabido es que anduvo enamorado de la princesa Ulrica de Prusia, hermana de Federico II, más tarde reina de Suecia. Madame Denis, hija de una hermana de Voltaire, a quien profesó paternal afecto el filósofo necesitado, en verdad, de toda su filosofia para mirar con indulgencia la conducta de esta viuda alegre. La cual se encargó de dirigir la casa de su tio, lo acompañó a Francfort y a Suiza y se convirtió en la amable castellana de Ferney, donde vestía con lujo despampanante y coqueteaba (bueno, esto de coquetear es un eufemismo) con quien bien le parecía.
Muerto Voltaire, la sobrinita volvió a casarse.
La madre de madame de Stael, madame Necker, en cuyos salones se fraguó el proyecto de erigir a Voltaire una estatua. propósito del caso, el poeta escribia a su amiga, desde Ferney, esta carta, donde chispea el elegante desenfado de su estilo. Mi justa modestia, señora, y mi razón, me hacían creer, por de pronto, que la idea de la estatua cra pura broma; pero, puesto que la cosa va er serio, permitidme que os hable seriamente. Tengo setenta y tres años, y acabo de salir de una larga enfermedad, que ha maltratado mi cuerpo y mi alma durante seis semanas. Pigalle, según dicen, ha de venir a modelar mi cara; pero, señora, sería preciso que yo tuviera cara, ya que apenas se adivinaría el sitio donde la hubo. Mis ojos están hundidos tres pul.
gadas; mis mejillas son viejo pergamino pegado sobre huesos que no se sostienen; los pocos dientes que me quedaban han desfilado.
Todo esto que os digo no es cogietería: es la pura verdad. No se ha esculpido nunca a un pobre hombre en semejante estado. etc.
La duqusa de Montenero, hija de la marquesa del Chátelet (1a divina Emilia. y por consecuencia casi hijastra de Voltaire, aunque el protestaba de tal suposición con gazmoños aspavientos cuando Federico II le escribía algunas alusiones maliciosas, hasta el punto de que el augusto corresponsal acabó por dirigirle este párrafo desde Postdam. Veo que os formalizáis, por lo que creo de vuestra pasión por la marquesa del Chatelet; yo creia merecer las gracias por tales suposiciones. La marquesa es hermosa, amable; sois sensible y ella tiene corazón; tenéis sentimientos; alla no es de mármol; vivis juntos hace diez años. Queréis hacerme creer que en todo ese tiempo solo de filosofia habéis hablado a la mujer más amable de Francia? No og enfadéis, mi querido amigo, pero habríais desempeDado un triste papel. etc.
En un viaje que el rey proyectó a Bruselas, donde residió mu.
cho tiempo la marquesa, ésta invitó al augusto visitante a alojarse en su casa, cuya invitación declinó Federico II. Quizá a causa de este desaire, la del Chatelet llegó a profesarle una tirria feroz. En una ocasión escribía a Argental, el antiguo camarada de Voltaire. El rey de Prusia se sorprende de que lo dejen para ir a Bruselag. Ha hecho los imposibles para retener a nuestro amigo (por Voltaire. y creo que está contra mi; pero lo desafio que me odie más de lo que yo le odio a él.
Y, por su parte, el rey escribía así a Jordan. El seso del poeta es tan ligero como su estilo, y espero que la seducción de Berlin tendrá bastante poder sobre el para hacerle volver, máxime que el bolsillo de la marquesa no está siempre tan bien provisto como el mío. Aqui toca el rey, con certero instinto, otro punto flaco de Voltaire. Existió positivamente una rivaliaad sin tregua entre marquesa y soberano por el afecto del gran hombre. Este, a los vehementes ruegos Feueric, le escribía, con su inaudito cinismo adulador. Hay en Europa un monarca, gloria de su siglo; y me digo al fin: voy a ver pronto a este monarca encantador, este rey hombre, este Chaulieu coronado, este Tácito, este Jenofonte; sí, quiero ir; madame del Chatelet no podrá impedirmelo; dejaré a Minerva por Apolo. Sed más galán, cortesano. pesar de estas promesas, Voltaire no arrancaba, ya con pretextos de su mala salud, ya del tiempo invernal y de las penalidades del viaje, ya de su incesante trabajo.
En muchas de sus cartas el suberano alemán no olvida sus corteses cumplimientos a la marquesa; pero ésta no pudo sufrirlo en toda su vida, que no fué muy larga. Murió al traer al mundo un hijo, resultado de una infidelidad a Voltaire con el marqués de Saint Lambert, última pasión de la voluble intelectual.
Trágica fué la desesperación de Voltaire, sin que la consideración de la causa la atenuase ni la templase toda su filosofía.
Escribía al rey. Señor: Acabo de hacer un esfuerzo, en el horrible estado en que me encuentro, para escribir a Argens; haré otro para ponerme a los pies de He perdido una amistad de veintcnco años, un gran hombre, que sólo tenía el defecto de ser mujer, y que todo París llora y enaltece. Quizá no se le ha hecho justicia en vida, y no podéis quizá juzgar de ella como lo habríais hecho si hubiera tenido el honor de ser conocida de Muerta la divina Emilia, sin cuyo defecto de ser mujer es de pensar que no se le hubiese aficionado con tanta vehemencia su ilustre compañero, ya nada impedia a éste ceder a las reiteradas solicitudes de Federico II para permanecer en su corte, donde el rey le colmo de honores y le asignó la bonita pensión de veinte mil libras aunque Voltaire juraba y retejuraba en todas sus cartas que a él no le importaba el dinero, sin más tarea que la de corregir los muy medianitos versos que el monarca prusiano escribía en francés tarea que debía molestar bastante a nuestro poeta, pero la molestia estaba bien pagada. Más correspondencia con grandes damas? Con la marquesa Du Deffand. cuya amistad empezó Voltaire en la juventud y que no cesó hasta la muerte. Esta dama fué gran amiga de los librepensadores de su siglo, de Horacio Walpole, y de apasionada señorita de Espinasse, con quien acabó por reñir fieramente. La distinguida señora tenía un genio de mil demonios, agriado al fin de sus días por la ceguera; un genio tal, que Rousseau, que tampoco era de lo más sufrido, decía de ella: Frefiero su inquina a la peste de su amistad. Pero Voltaire demostró, sosteniendo esta relación sin cansarse, más tacto, o más afecto, o más paciencia.
Con la Dumesnil, actriz de raro mérito, y que, fuera de empinar el codo con alarmante frecuencia, era un encanto, al decir del burlón peru indulgente Voltaire. Con la sobrina del glorioso Cornville, cuyo desamparo remedio Voltaire escribiendo sus Comentarios sobre Corneille y poniendo el saneado produ en renta a nombre de la huérfana. Su amor al prójimo podia en él a veces aún más que su cariño al dinero en su complicado carácter.
No termina con este nombre la lista de damas con quienes Francisco María Arouet sostuvo correspondencia epistolar, pero quede aquí para no cansar la paciencia del lector, todo esto, el viaje de Voltaire a la corte de Federico II motivo el celoso despecho de Luis XV; su marcha voluntaria se convierte en destierro por irrevocable orden del déspota. En vano Voltaire escribió dos cartas a la Du Barry para que intercediese por su regreso a París, donde le esperaba todo el apogeo de su gloria, con un esplendor conocido por pocos mortales.
No pudo volver hasta la muerte del rey, en 1778, último año también de la fecunda vida del filósofo, el 30 de mayo, después de haber visto coronar su busto de mármol con inmarcesibles laureles.
Matilde Ras Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica