EDITOR: REPERTORIO AMERICANO Suscrición mensual 00 García Monge EXTERIOR: CE 560, 156. 60 3m Correos: Letra SEMANARIO DE CULTURA HISPANICA Giro bancario sobre Nueva York.
INTERPRETACIONES Juan Ramón Tagore. De El Sol. Madrid batos de éste no son más que finos camblantes de un puro crepúsculo oriental.
Sin embargo, y precisameate por esto, es necesario indudablemente necesario para situar hien estas dos figuras, trascender a innuinerables puntos de vista, colocándolos subjetivamente individuales, aunque una penetrante mirada totalizadora y abstracta haga presuponerlos como u: solo dosel con dos facetas.
Observemos, pues, indaguemos, si cs preciso, en la calidad poética de cada uno. Examinemos los mapas de Europa y Asia.
Dog peninsulas, la India y España, se señalan al sur de cada continente.
Como dos peninsulas también, en el océano poético, avanzan cos nombres: Juan Ramón Jimuez y Rabindranath Tagore.
He aqui: un misniu cielo para dos bosq:12s, Juan Ramón y Tagore frente a frente, tienden un puente a la inna desde la alberca de Moguer hasta el asiático Kaddam. atravesando el espacio, silente, cruza el niño sobre Platero, a la luz de La luna nueva, de Oriente a Occidente.
Dos bosques azules unidos por u, lirio o por un rápido vencejo de la inspiración, que se mantiene inta:igible en los espacios. Hay, sin duda, un moniento en esta trayectoria en que, para acentuar más su carácter de semejanza, se tocan y confunden en un punto. Es éste el punto transito do una traducción, de varias traducciones.
Mas hay que tener en cuenta que la palabra traducción cobra aquí un sentido superior al que en general suele dársela. Traducir una obra de Rabindranath, como de Juan Ramón, significa un esfuerzo de asimilación bien semejante. el más ligero error cuando. ésta la calidad poética de que se trata pucde conducir a insospechadas distancias de interpretación.
El conseguir dicna exactitud supone, desde luego, una proximidad intelectual, tanto mayor si la traduccića, aunque supeditada, se convierte en una labor creadora. Tales son las traducciones de Zenobia Camprubí,. en las que, por otra parte, y como cosa natural, el hálito de Juan Ramón aporta nuevos quilates al valor total de traducción: ésta, en ese preciso momento, deja de serlo para tragformarse en una lenta transición de dos espíritus. súng Juan Ramón Jiménez poniendo en contacto los más diversos tonos poéticos.
De este contacto ha surgido, sin duda, el chispazo renovador de una rebelde generación. Es su rebeldia auevas maneras, nuevos horizontes; espíritu nuevo, en suma; destructor y creador, por consiguiente.
Escuchad los silenciosos pasos de Tagore.
seguido de los también callados pasos infantiles, que anhelan, ingenuos, perfección, superación y ain felicidad de filosófica renun cia, comprendiendo de antemano la única actitud posible en la vida: una quietud plena en desdibujados deseos, en pacíficas añoranzas de reposo, del puro reposo de la ingenuidad.
Pensad que un niño puede hacer feliz a un screno deseando fervorosamente su linterna maravillosa.
Pensad también que, aunque un padre puede impunemente emborronar cuartillas de papel, no debe ser permitido cortar estas en mágicos buques que, puestos en el arroyo, se irán alajando, alejando. Quizá hasta el infinito. Pasando, acaso, por debajo de aquel puente. Mirad, mirad este iño; contempladle bien: absorto en su tatantil navegación, abismado también en su silencio, cuando el magnifico juego de los palitos, más divertido, sin duda, que el sordo aburrimiento del padre escribiendo a más y mejor. No es, acaso, este niño toda una raza. No late en sus venas todo el misterio del nirvana hindú, estoicamente brahamánico?
Esa es su vida y esa es su fuerza: una quietud absorta e: lo inducible. estos son, sin duda, los espléndidos niños tagorianos.
Representan, sin duda, el tono de un lirismo tan auténtico como exclusivo. Un lirismo en las cosas mismas, no sobre las cosas.
Se cnticndo: en las campanitas azules y blancas mariposas de Juan Ramón, como en las ajorcas de Ranindranath Tagore, hay una esencia que escapa a las facultades investigadoras del análisis. Vibran en una plenitud de matiz conseguido, y complementario, se diría. cada uno de ellos. Asi, hay momentos en que, por una a simple vista paradójica asociación de ideas, vemos en Tagore momentos de un indudable andalucismo; andalucismo, desco lucgo, exclusivo de Juan Ramón, del mismo modo que algunos espasmódicos arreMas, sia embargo, observad que no son de un mismo palacio estas dos estatuas; la santa rebelión, er. Tagore, son sus apostólicas barbas blancas, plácidas, despreciando el des. precio.
tin anhelo, un ansia de infinito refleja cada buen niño de Tagore; un oscilar de superación también. veces, lo que se podría llamar supersensibilidad filosófica e busca de un hálito celeste.
Una enmienda Debe hacerse en el artículo Juan Mon.
talvo y yo que entregamos en la edición pasada. En la columna tercera de la pág.
186, al final del artículo, dice: la cirujía heroica de la esteva para dar a luz Debe decir: la cirujía georgica del arado para dar a luz En Juan Ramón son realzados sus tilos amarillos por simnólicas amapolas de protesta.
Como sangrientas zarzamoras hispanas, las Baladas de primavera, las canciones de Regalo de amante, los desviados a veces. gritos de la primera antologia, señalan la escala cromática de su magnífico espectro.
Malva y plata es la casi constante tonalidad de su espiritu, siempre florido en color.
Juan Ramón es el color mismo. El color l blandos poemas, como el pan moguereño.
Como suaves gajos de naranja, las oracioúes liricas de Gitanjali, los anhelantes diálogos de Amal con su jardinero, esperando al cartero del rey.
Además, un nuevo valor acumulan estas dos figuras: un valor objetivo y puramente representativo; una dirección luminosa, que abre paso a una posterior geaeración no española, no indin; algo por encima de las naiones y de las razas, universal y magnífico, Deteneos a contemplar ahora esta algarabía de colores, este angelus maravilloso de flores que caen sobre nuestros hombres, sobre las campanas, invadiéndolo todo.
Qué gritos, qué alegre desorden. cuando Platero. el tonto de Platero. apoya su tierna cabezota en el cristal.
Sí, sí; mucho tenéis que correr, dulces aiños, para ganar el libro de estampas que, como premio, os ofreció el poeta; mucho ten.
dréis que correr, porque al final, la gordezuela aiña retrasada, entre risas y lloros de pro.
testa, os arrojará aquella breva, y una blanda batalla blanda de puro emocional empezará entonces, acabando por envolver con vuestros ardientes proyectiles la candida impasibilidad de Platero, que será entonces único blanco de vuestra cólera infantil.
Mucho tendréis que correr, porque, al ser hombres, un ideal de vacilantes prisas arrebatará vuestras alma, con un fuego desconocido de fe en la llegada primero que nadie a la meta de una dicha soñada; mucho, para que nadie os la arrebate, aun cuando algo ingenuo y más torpe, sia querer casi, os gane el inútil premio de vuestra añoranza esperanzada.
Arturo Serrano Plaja.
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