360 REPERTORIO AMERICANO PERSIFLAGE Arcadia en Yanquilandia Colaboración directa Para William Rose Benet, gran poeta, dichoso de que fuese el a quien, después de a la Poesía, amara Elinor Wylie; con carlfio fraternal.
La casa editora de Alfred Knopf, de Nueva York, acaba de publicar, en 311 páginas, las poesías completas Collected Poems de Elinor Wylie. La sección de revista de libros del New York Times le dedica a este suceso su página de honor. Esta página aparece exornada con el retrato fotográfico de Elinor que hizo Nicholas Muray: La graciosa cabeza es como un loto cerrado, sobre el grácil tallo del esbelto cuello.
Del cuello abajo, hasta las liliales manos recogidas una sobre otra, algo hay de monja en esta pose. Espeso y brillante el cabello, se parte en ondas y cae copiosamente hasta mitad de la mejilla, cubriendo la oreja; sobre la nuca se hace.
moño. Fuertes las cejas, dan sombra de tempestad a la dulzura, a la tristeza, de los ojos grandes.
El misterio de esos ojos queda inviolable. Adjetivo ninguno podía darnos idea cabal de ellos. Más certera que cualquier adjetivo es aquella frase de William Blake sobre la lágrima: tear is an intellectual thing. Lágrima que estos ojos lloran sería, en verdad, asunto intelectual. La nariz, de mesurado tamaño, es a la vez indicio de exquisitez y de sensualidad: Tiene las alas abiertas para volar a caza de todo perfume, para catar el viento, para temblar de emoción. La boca es grande y bien detallada. La curva de la barba firme y delicada a la vez. Los hombros son finos. El talle es ascético en extremo, sin asomo siquiera de seno voluptuoso. Las manos tienen nervio; los dedos son lo más fino que Dios hizo. Tal, quien mire bien este admirable retrato fotográfico, verá a Elinor Wylie.
Yo la recuerdo con los brazos des.
nudos hasta el hombro. Ni rama de cerezo en flor fue nunca tan bella como eran bellos esos brazos. Los de las Gracias que Botticelli puso alzados en aquel detalle de danza de su Primavera, parecen groseros comparados con estos brazos. Heywood Broun, que está a mi lado, le digo en voz baja: Esos son los brazos que aprisionaron a Endymion.
Estamos en casa de Heywood. La vasta sala tiene un largo piano y varios couches cubiertos de pesada pana azul oscura. Hay cuatro o cinco siſlones. En el fireplace arde leña auténtica. Sobre el mantlepiece del fireplace hay una colección de figulinas en terracota.
Contra las paredes, hasta la altura de los hombros, las estanterías están llenas de libros. En este lugar se han juntado una veintena de espíritus selectos. Aquel señor presumido es el famoso editorialista del New York World, Walter Lippman: la muchacha lánguida con quien habla es autora famosa de cuentos trágicos y burlones a la vez; el caballero flaco y alto y recto como un mástil, que mueve los brazos huérfanos de velas, es siado claras, los labios móviles, la cabellera de cobre y oro y bronce y puesta de sol, a pesar de todo lo cual parece una hoja de almendro que el marchitarse doró y estrujó. Heywood Broun es gordo, alto, desaliñado, con hermosa cabeza de Júpiter. Junto a él estoy yo, menudo y tímido. Luego no sé quién que me tiene lleno de temor: Una rusa que fuma cigarrillos raros y echa en recio respiro el humo por la nariz. La rusa no me hace caso: Está en conversación profunda con un negro. El negro es Paul Robeson. Aparte, sola, casi como en éxtasis, está Elinor Wylie, esposa de William Kose Benét, remendando quién sabe qué red para coger el viento, afilando quién sabe qué flechas para herir el corazón de la noche y abrirle al arcano nueva estrella.
Paul Robeson ha estado cantando. So hizo un silencio a su redor. Luego el silencio se deshizo en flecos de todos los colores en las conversaciones de dos a dos, de dos a tres, de uno y uno. Yo Elinor Wylie sueño en los amores de la Luna y, como he dicho, le digo a Heywood Broun, mirando a Elinor: Esos son los brazos que Farewell, Sweet Dust. aprisionaron a Endymion.
Robeson vuelve a cantar. Canta ahora Versión de de la para Rep. Am.
la canción negra del Mississipi Ole Man Rivah. Los hombres vienen, los homPues te perdi, esparcire, en justicia, bres van; el río fluye eternamente. El de hoy más y a todo viento, cuanto fuiste: tema es antiguo. El tema es como para No que me importe a mi, sino para leticia ponerse uno a filosofar en la robusta de lo demás del mundo triste.
forma primitiva. Tal vez no tan primitiva que digamos. El río que cruzamos, Especialmente ahora que no brilla, cuando cruzamos un es y no es, en por ser invierno ya, como brillaba el sol, cl acto en que lo cruzamos, el mismo ¿quién no quisiera dar, con alguna astilla río. El negro dice con su voz de node lo que fuiste tú, para el fogón?
che tachonada de estrellas, que el río es el mismo los siglos de los siglos.
Los copos de la nieve tendrán más suaves plumas ¡Cuántos siglos más antigua es la lírica más blancas plumas, también, las nubes agoreras, que la filosofía! La raza negra es líri.
y la lluvia porque su esplendidez tú la reasumasca. Tenemos un amor y en ese amor asumirá, por ti, lo espléndido que eras.
alcanzamos lo infinito; mas lo infinito nos lo roba el tiempo: He aquí que lle¡Adiós, barro dulcísimo. Jamás ful miserable: ga un día cuando a un pobre negro no sólo un instante te dio. mi el destino: le queda más que duda, vacío, llanto, cuanto saber hube de ti, fue deleznable: dolor. Empero, el río, fuerte siempre, Pero el ciprés embriaga como si fuese vino!
sereno siempre, el mismo siempre, no Elinor Wylie sufre alteración jamás. En la música hay una melancolía honda, insondable: En la música hay una emoción surgida, en el decurso de incontables siglos, desde William Rose Benét, el gran poeta del los abismos del corazón de una raza. El Halconero de Dios que Salomón de la negro, el hombre negro, es superlativaSelva tradujo hace años al español: Bemente poeta lírico. En esta emoción de nét es de origen catalán; un abuelo suyo, thora está la angustia de todo cambio, marino, estableció la familia en los Estael padecer de los adioses, la nostalgia de dos Unidos, e hizo poetas a sus nietos los ayeres, la asfixia de la muerte. Si.
William Rose y Stephen. Vincent, el Nacemos y amamos y morimos. La cosa cantor épico de John Brown. hablánno tiene remedio. Sólo el río es inmordoles del mar y de los misterios del mar. tal. La voz de Paul Robeson es una no.
Edna St. Vincent Millay también está che estrellada. Las estrellas que brillan allí, la sonetista perfecta, la prodigiosa. en esa voz se reflejan como en piscina cantora de Renascence, criaturita que clarísima en el rostro de Elinor Wylie, tiene los ojos apagados, las cejas dema(Pasa a la página 367. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica