REPERTORIO AMERICANO 15. o escrito en su frente aparece lo. que a nadie leer es dado, Al fin la sombra de mi reja, frente al jergón en que dormía, como forjada celosía, sobre el muro de cal se refleja, y supo entonces mi congoja dónde el alba de Dios era roja.
Tres largos años discurrieron sin sembrar alli ni plantar; por tres años los hombres vieron desnudo y yermo aquel lugar que a los cielos de atónitos ojos alzará su mirar sin enojos. así seguimos sin afanes hasta las doce; la campana volvió a tañer, y los guardianes recogieron su caravana; con sus llaves escandalosas abrieron las celdas mohosas, y caímos de aquel laberinto cada uno de Infierno distinto. las seis las celdas barrimos, y a las siete todo era en paz.
De pronto el impetu sentimos de un estruendoso vuelo audaz. era que el Señor de la Muerte había entrado, sin antifaz.
Hubo hombres que en su desatino, temiendo sufriese mancilla, no confiaron ni leve semilla a ese corazón de asesino.
Oh, no! la tierra es noble y franca, y a quien un grano al surco arroja la rosa roja da más roja y la blanca la da más blanca.
No iba de púrpura procera, ni en un corcel de albor de luna; con tres yardas de cuerda y una breve tabla de corredera bastaba a su negra fortuna.
Con su lazo de oprobio allí vino el Heraldo a fijar el destino.
Bajo la clara luz de Dios, pero no como ayer se hiciera, avanzamos de dos en dos, al sordo corredor de afuera.
Estaba aquél, muerto de sisto, tenía otro la cara gris. nunca miré más triste gente ver la luz tan intensamente.
De la boca, una roja rosa, y del corazón, una blanca!
Quién dirá la amplitud dadivosa que Cristo a su piedad arranca, desque, en flores, bordón peregrino ante un Papa, mudó su destino?
Como gentes que en sucio pantano van de noche al azar, sin confianza, no pudimos clamar al Arcano, ni arrojar nuestra malandanza; en cada uno algo había muerto y eso muerto era la Esperanza, Jamás hombres tan tristes vi sorber con tal tesón de anhelo aquella cosa azul turquí que los cautivos llaman cielo y las nubes que en la inmensidad huian en feliz libertad, Mas vi también algunos presos muy cabizbajos, pues sabían el destino que merecian al ser juzgados sus excesos: Aquel mató la vida cierta y ellos mataron cosa muerta.
No florecen la rosa de nieve ni la roja en la cárcel maldita: silex, tejos, guijarros remueve quien el antro sin galas visita, que una flor muchas veces le aicanza al provecto niñear la Esperanza.
Del Hombre la justicia bruta marcha siempre, esquiva el desvío, hiere a todos, jamás se inmuta, su andar es implacable y frío; a tacón férreo al fuerte arrasa la parricida, cuando pasa.
Ni la rosa purpúrea de vino, ni la blanca darán sus olores al regar cabe el muro mezquino, el risueño collar de sus flores que alli digan al hombre que pasa de Jesús la clemencia sin tasa.
El que duplica su delito Ilama al castigo a un alma muerta, la despoja del sambenito y hace sangrar sú herida abierta a grandes gotas, inhumano, pero la hace sangrar en vano.
Con lenguas túmidas, sedientas atendimos las campanadas de las ocho, las pausas lentas ese martillo singular con que pierde a un hombre el Azar quie sabe un nudo corredizo para el que bien o mal la hizo.
No obstante que ese nuro odioso el cerco estreche y que no pueda salir un alma a hacer la rueda porque la fije un hierro al coso, y que un espíritu no llore aunque en tan acre tierra more.
Como simios, como payasos, en monstruosa ostentación, constelados de insulsos trazos y flechas de rara intención, circuímos a grandes pasos el patio asfaltado, en montón; aquel silencio aun me labra, pues nadie allí dijo palabra.
Como los quietos monolitos de una llanura solitaria, aguardábamos los precitos la remecida funeraria; el corazón batía con furor como un loco sobre un tambor.
Descansa en paz el desdichado, en paz, o acaso nuy en breve: allí ya nada le conmueve y hasta el diurno Terror se ha marchado, porque reposa en Tierra bruna que no tiene ni Sol ni Luna.
Un recuerdo de horror o ira aullaba como un viento frío, bajo el silencio de esa gira, en cada cerebro vacío: el Horror nos mostraba su faz y el Terror se arrastraba detrás, Del reloj el súbito son sacudió el aire enrarecido, y del fondo de la prisión se alzó prolongado gemido de inútil desesperación, cual la voz de un leproso olvidado turba el yerto fangal asustado.
Ante aquel rebaño de brutos se esponjaban los guardas enormes.
de endomingados uniformes con jerárquicos atributos. supimos su horrendo entremés por la huella de cal de sus pies.
Lo colgaron como a una fiera, sin una plegaria siquiera.
que ante su espanto fuese apoyo; se lo llevaron a carrera y lo escondieron en un hoyo.
Del burdo traje despojado, lo descubrieron a las moscas y mofaron con voces toscas de su lívido cuello hinchado, de su sereno mirar fijo; y con reir estrafalario le previnieron el sudario que lo devora en su escondrijo. como vive horrible cosa tras el cristal de un sueño vago, vimos la cuerda del estrago colgar de aquella viga odiosa; se oyó hasta el rezo del proscrito cuando la argolla pavorosa tronchó su vida en un gran grito.
Donde esa tumba abrió la boca ya no había tumba, solamente poca tierra, guijos y roca cerca del muro penitente, y un montoncillo de cal viva porque el hombre un sudario reciba.
El Capellán no hincó rodilla en aquella tumba que humilla, ni puso la cruz bienhechora que dió Cristo a la hez pecadora, con ser ese hombre, por lo visto, de aquellos que salvaba Cristo.
Esa violenta sacudida, esa voz de desgarramiento, la hiel de ese remordimiento y el sudor de aquella partida nadie lo supo como yo; así, nadie los pudo sentir: el que vive más de una vida más de una vez debe morir!
Pues se brinda sudario al proscrito como pocos podrían desear: en un triste corral de granito, con sus grillos, le dan descansar, y lo estiran desnudo en su cama bien cubierto de un manto de llama.
Todo, muy bien! Dejó la vida por la frontera conocida; lloro ajeno que no se agota irá a colmar la urna rota hace tanto! de la Piedad; lo llorarán cuantos azota y desecha la humanidad. 5 Sin reposo, la túnica ardiente de cal viva la carne y los huesos en la noche le casca, inclemente, y de día le devora a besos; carne y huesos le roe al azar, y el corazón, sin descansar.
No hay Oficios cuando se mece a algún infeliz condenado, pues el Capellán entristece, lleva el rostro desencajado Yo no sé si la Ley es justa o no, mas si estamos seguros los cautivos que el antro ajusta, de la solidez de los muros. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica