Liberalism

REPERTORIO AMERICANO 291 morado sólo ile las cosas solemnes y de las grandes palabras. Sin embargo, nos aconseja en un poema: cuán grande era el refinado gusto y elevado eclecticismo del vate colombiano.
Interminables nos haríamos si fuéramos a dar una pequeña muestra de las bellezas esparcidas como preciosas gemas a ravés de toda la obra. Algunos poemas como La abadía de Wesminster. El Cálix. Ei trono y la cruz. han sido consagrados como clásicos por críticos sagaces y autorizados.
Con Núñez de Arce tiene extraordinaria semejanza en la concepció de las ideas generales y en el corte mismo de los versos. Valga un ejemplo entre muchos que podríamos citar: Amad tan sólo aquello que no verán dos veces los ojos: lo qite muere, lo pasajero annad.
Nuestros padres con ánimo sereno Hallaron en el campo de pelea Algo fecundo, provechoso y bueno.
Nosotros sumergidos en el cieno, No encontramos un hombre ni una idea.
Así se expresa el vate español y el colombiano dice: Pero nosotros gy. cuando pasemos ¿qué cuentas le daremos a la historia. Qué derecho a sus páginas tenemos, si mantener siquiera no sabemos de nuestros padres la eclipsada gloria. No es esto como un eco anticipado de la sensibilidad de nuestro tiempo. Estudios ingleses y Estudios varios. que integran un volumen, es la obra de crítica de Carlos Arturo Torres.
Allí dedica sendos estudios a personajes tan diversos y heterogéneos como Shakespeare, Spencer, Bourget, Bistoark, Ca.
novas del Castillo, y a Isaacs, Flórez, Murillo Toro, Arciniegas. En el juicio crítico que dedica a Shakespeare, ese creador de un imaginario universo, tiene observaciones tan agudas, como ésta. El humorismo inglés y la risa castellana, acaban el uno con el caballero, la otra con la caballería. Shakespeare y Cervantes siinholizan así, por modo vario, un mismo hecho capital: el fin de la edad heroica y el advenimiento del concepto positivo de la vida, el triunfo de lo real sobre lo ideal.
Al estudiar el liberalismo de Spencer, hace reflexiones que no podemos pasar en silencio, aun a riesgo de prolongar en demasía esta charla, porque ellas no han perdido, por desgracia, su actualidad, ni en nuestra América, ni en Colombia, donde florecen todavía, como en suelo propicio, las peores violencias especulativas y verbales. Dice así Torres. No es posible armonizar, en efecto, sus conclusiones sobre la relatividad de todo conocimiento, sobre el compromiso y la cooperación, sustituídos a la lucha implacable, con el criterio estrecho de lo absoluto, razón de ser del jacobinismo, que le hace partir lindes con el ultramontanismo en su espíritu sectario, perseguidor y fulminador de excomunio.
nes que lo ileva hasta graduar de vitando pecado toda tentativa de criterio personal e independiente. Cómo aspira un pueblo, se pregunta, a generosas instituciones, si no sabe hacer uso de sus derechos? Si en vez de emplear las preciosas garantías que consagra el derecho público moderno, la libertad de la prensa, por ejemplo, en la propagación de las doctrinas y en el estudio de los problemas priblicos, sólo la emplea en la difamación sistemática y en el vilipendio de las personas. con qué derechos aspira a ella? Un pueblo de frenéticos o de insensatos ;no implica un gobierno de represores tutores? Los que aspiren a la libertad deben ante todo formar generaciones que sepan merecerla.
nillo del efectismo criollo, como dice Bunge en gráfica expresión. Difícil y vana tarea sería la de pretender discriminar aquí cuáles fueron las influencias que mayor parte tuvieron en su ideología. En él, como en todos los pensadores cuya formación data de aquella época, podría descubrirse del criticismo de Kani, del positivismo de Comte, del empirismo idealista de Spencer (éste acaso en mayor grado. del amable escepticismo de Renán, del epicureisino de Guyau, del estoicismo y del simbolismo filosófico de Quinet y aun del evolucionismo creador de Bergson, como podría ocurrir con Barrés, con France, con García Calderón, con Sanírı Cano.
Quiso Torres iluminar con el poderoso reflector de su inteligencia aquellos idolillos de talco que son ciertas supersticiones políticas, para que apareciendo en toda su ridícula deformidad, dejaran de ocupar un pedestal levantado por hábiles secerdotes a costa de ingenuos creyentes. Idola fori es en realidad, un extraordinario ensayo de lo que podríamos llamar mitología política. En él, estudia la formación y desarrollo de los mitos o ídolos que trata de poner en evidencia: el mito aristocrático y el mito democrático. Ninguno como éste le marece tan elocuentes y severos reproches.
Es natural, pues ha sido el último en esa larga sucesión, que es la historia misma de la hurganidad, y que se remonta al mito politeísta, pasando por el mito feudal, el monárquico, el parlamentario y tantos otros. Sólo que de éstos nada podemos temer ya, mientras aquél, más peligroso y actual, parece por lo mismo más odioso. Al estudiar las supersticiones democráticas, dice Torres. Si al derecho divino de los reyes ha sucedido el derecho divino de las asambleas, al de éstas se sustituye alguna vez el ho divino de las multitudes: la dinastía de las divinidades tutelares se democratiza y la superstición que las forma una en esencia, aunque asuma en su exteriorización formas diferentes y entre sí antagónicas depone su antiguo arreo de arcángel miltoniano, para gastar el ferreruelo estudiantil o el rojo airón de los tumultos y de los carnavales callejeros. más adelante:. el impulso de las multitudes representa cuanto hay de más inconsciente e irrazonado en las acciones humaEn las épocas en que se solicitan sus sufragios coino la más alta sanción y se la adula conio la deidad más poderosa, la razón vela ante el tumulto la faz pudibunda y sólo imperan en el mundo los dictados delirantes de la pasión. en otra parte agrega. Por el solo hecho de hacer parte de una muchiedumbre un hombre individualmente cuito desciende varios grados en la escala de la civilización; el ser verbo aplaudido o intérprete genuino de esa mucheduinbre son presunciones poderosas para graduarle de instintivo, pues nunca será ídolo de las masas quien pien.
se y hable un lenguaje superior al de las elementales capacidades colectivas.
En Idola fori revela Torres algo que es cxtraño y excepcional sobrema. nera entre nosotros: el espíritu continental, el sentimiento reflexivo de la soMuy bien sabía Torres que al hacer servir la poesía como modo de expresión para trascendentales cuestiones de orden moral o político, se atraería el descontento y la crítica implacable de aquellos mantenedores del arte por el arte, que no conciben cómo pueda servir el verso para tratar asuntos que lleven finalidad diferente del simple placer es.
tético, al que consideran esencialmente desinteresado y ajeno a toda moral, así sea la más elevada. En el discurso, Literatura de ideas, para Torres sinónimo de literatura de finalidad, pronunciado al recibirse en la Academia. Colombiana de la Lengua, abordó con grande elocuencia y acopio de argumentos este problema, que tantas controversias suscitaba entonces y suscita todavía. En el prólogo de su Obra poética dice Torres a este propósito. Sostiénese hoy que es el verso forma apta para expresar no sólo todos los sentimientos sino casi todas las ideas En efecto, no hay concepción científica, ni problema de los que conmueven, al humano espíritu, a los cuales no se les pueda encontrar una faz elevada, trascendental y aun bella y poética: siendo esto así. por qué no expresarla en el lenguaje de la rima y del ritmo? en el estudio sobre Núñez de Arce. El colorismo, la orfebrería, el lapidarismo, son admirables, pero no son toda la poesía, ni siquiera lo más importante y hermoso de ella; lo precioso es estimable, pero lo grande, lo hermoso, lo sublime, lo son más aún.
Para Torres el ideal del escritor era el que aunara en sí al filósofo y al artista. Sólo entonces aquél llegaría a hacerse verdaderamente interesante. Sentir mucho, pero pensar más todavía, he ahí su fórmula. Cualquiera pensaría que Torres fué un eterno trascendentaJista, si vale la expresión, encumbrado siempre en las alturas de su Olimpo, ena. nas.
su Pero la obra fundamental de Torres, aquella que irá siempre apareada a nombre para vincularlo a la posteridad, es su ensayo sobre las supersticiones políticas, Idola fori. como acertadamente lo designó con sugestiva frase de BaMadurado y escrito lentamente, su estilo es castizo y armonioso, sin vanos alardes de prosa arcaizante, ni de exagerada innovación léxica. Torres logró cortar de raíz el apocalíptico manzacon. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica