100 REPERTORIO AMERICANO Los tres ojos de agua Envio del autor Pedro Henriquez Ureña el enla poza.
una Temprano, esta mañana, nos dispusimos a salir de Santo Domingo con ánimo de volver a ver los Tres Ojos de Agua. Los ojos de agua que desde nuestra infancia no habíamos vuelto a contemplar, pero que sabíamos perduraban claros, inmarcesiblemente claros a despecho de su vetustez de milenios, y seguían vigilantes y fijos, y acaso un poco hipnotizados de crepúsculo, en claustramiento inmemorial de su limbo de sombras y de roca.
Traspuesto el último arrabal, a espalda el río Ozama y todo el campo a la cara, luego nos hallamos al raso, al Este de la ciudad. Si no erramos el rumbo, unos tres cuartos de hora de marcha por una vereda que cierra y ahoga a medias la maleza, deben ponernos en la meta que nos hemos propuesto.
Los terrones, endurecidos por el cotidiano caldeo solar, y las agrias madréporas que afloran a trechos, lastiman nuestros pies; pero el grato recobro de nuestros pensamientos favoritos, obteni.
do gracias a la emancipadora virtud de la soledad, nos impide darnos cuenta del maltrato, ni nos deja apenas sentir el su dor que pronto empieza a correr copioso por nuestras sienes. como avanzamos por la campiña adelante, los aromas silvestres estimulan el ritmo de nuestros pulmones.
Vamos recordando cómo la empresa de descender a la cueva donde duermen su diuturno sueño las zafirianas pozas que buscamos, era en otros tiempos arriesgada, casi temeraria, y cómo exigía músculos robustos y flexibilidad juvenil. Aumentaban sin duda el prestigio milyunanochesco de las grutas los peligros de su acceso. Hoy se enfila comodamente una pasarela de recios maderos embreados. expresamente construída, nos han dicho, para facilitarle a un magnate yanqui en jira por tierras del Caribe el vertiginoso paso a las galerías subterráneas. y en dos o tres minutos se llega a la orilla de la mayor de las pozas. Ya no es, pues, como antes, premio reservado al atrevimiento de los mozos el espectáculo fantástico del antro.
Sitiada de tupidos matojos, descubrimos al cabo, tendida a flor de tierra, la vasta oquedad promisora de alucinantes espantos. Cubre su suelo un hreñal que, por lo pronto, impide columbrar las pozas mágicas. Antes de bajar a reconocer los húmedos senos de la sima, mientras descansamos unos instantes a su borde, nos damos a considerar qué cataclismo o terremoto pudo desgarrarla; mas pronto optamos por ahorrarnos nuestras ociosas presunciones y dejar, como es debido, a los graves geólogos el cuidado de formular conjeturas más probables. Luego, no sin echar de menos el picante riesgo de aquellas caladas inverosímiles de cuando éramos niños, chabrá que decirlo. nos servimos de la advenediza escala.
Nos asomamos al abismo. Una hoya enorme, cuyo carácter catastrófico advertimos mejor por la pavorosa falta de brocal, sirve como de vestíbulo a todo un sueñan, se nos antoja que estamos en sistema de mazmorras naturales. Sus una estación del Metropolitano parisipensos, sin poderlo remediar tornamos a no. una estación, claro está, de estilo cavilar sobre la originaria ruptura y el morisco, con techo de estalactitas, vía consecuente hundimiento ocurridos, en navegable y andenes de roca: precisaépoca hoy imprecisable, en este banco de mente como no la hubo ni la hay, ni seantiguos arrecifes, y a forjarnos el for puramente la habrá jamás en la capitai midable, horrísono estruendo que debió de Francia. Ni dejamos de sospechar de acompañar la tremenda quiebra. que acaso nos hemos internado sin saApenas nos hemos inclinado en vilo ber cuándo ni cuándo no, en la cueva de sobre la sima, sentimos operar sobre nos los Cuarenta Ladrones; pero. sería esto otros, como un imán, la frescura adivi posible sin haber pronunciado la connada de las aguas profundas. Aun no signa que le franqueó su paso a Alivamɔs por la mitad de la escala o puen Babá? quizá, seguimos divagando, nos te, que de ambas cosas participa la pa hallamos en una estancia, toda alberca, sarela ad hoc, cuando ya percibimos el del alcázar de algún olvidado califa de bisbiseo de las caedizas gotas. Desde la Andalucía.
milenios. con inimaginable asiduidad, Mas todo es disparate y puro desvade los mil pezoncillos del calcáreo arte río. Alado hipogrifo, o escamosa quimesonado se desprenden, allá en la gruta ra, o voraz esfinge no hayamos temor de máxima, hacia donde, torciendo la direc que nos salga al paso en estas resqueción primera, nos guían y llevan ahora brajaduras de la Tierra, lueñe albergue los postizos peldaños. oyéndolas mu de esquivas sombras taciturnas No es sitar pausadamente, pensamos si chismea esta agua la Estigia de los antiguos grierán cuitas del agua en el zarco regazo de gos, ni es tampoco el Averno virgiliano. Ni es la argiva Lerna criadora de Ya tocamos el fondo de la hoya, y la hidra policéfala que sólo alcanzara ante nosotros vemos abrirse, sombría y abatir el heracliano brazo. No nos hallam edrosa, descomunal e inmensa, mos, junto al teutonico Rhin, en la vicaverna: nuestra imaginación, dócil a las vienda de los hoscos Nibelungos, ni hesugestiones del paraje, dándose ya a hi mos bajado a los horrendos círculos de lar devaneos, quiere persuadirnos sea la la expiación imaginados por Alighieri.
guarida de algún erizado vestiglo. En No demoran aquí escurridizos gnomos, perpetua acrobacia vital, algunas plan ni adormilado reposa entre las sombras tas rupestres, adheridas a la rugosa bó ignífero dragón. Ni ululan. bajo esta veda como incansables trapecistas, cre anchurosa bóveda espectros descarnacen invertidas en busca de aire y luz. dos de irredentas ánimas atormentadas.
De repente, nuestra vista, que ha ido Nos encontramos sencillamente en una palpando las pétreas paredes de la boca caverna del Nuevo Mundo, antillana, por cue nos traga, como a un nuevo Jonás; la mano del Tiempo, sigiloso alarife, lanuestra vista, que acaba de hundirse en brada en la ribera de la Hispaniola, la la negrura que envuelve el fondo de la de los cartógrafos renacentistas; en una gruta, cuando descendemos otro paso, caverna que, poco más o menos como recibe la helada cuchillada que nos aser. hoy la vemos, debió de existir cuando tan desde lejos los azules inviolados que en descaminado periplo, rebotando de el agua cristalina de la poza engendra al cala en cala a lo largo de las costas braabsorber la escasa luz que hasta ella lle vas de estas tierras a falta de mejor nomga. desde este momento, la grima ini bre más tarde apellidadas las Indias de cial que nos causaban las rocosas fauces, Occidente, arribaron a esta isla las caracede y se desvanece ante el encanto que belas de los Descubridores, en 1492, y en nosotros ejercen los gélidos destellos de fijo asimismo ya desde muchos siazulinos.
glos antes de su arribo. En una caverDejando entonces atrás el piso de la na antaño sin duda frecuentada con presima y la segura claridad del día, prose dilección por los aborígenes y visitada guimos resueltos por la servicial pasare con curiosidad por los foráneos, ya pala, recostada desde aquí en pinas rampas, cíficos, ya conquistadores, oriundos del siempre cuesta abajo, sobre las aristas próximo archipiélago, aquellos pobres del abrupto peñascal. Insensiblementa Caribes que Fray Bartolomé con todo su ingresamos en una atmósfera irreal de cariño no pudo preservar. En una catenues medias tintas, pues como por nin verna, en fin, en donde lo único congún resquicio penetra en la gruta otra gruente con que pudiéramos topar, si luz que la que sesgamente puede calar ello aun fuera posible, sería con una trodesde la boca, los visos que devuelve el pa de autóctonos indios precolombiagua se funden en un claroscuro crepus nos, una tropa de indígenas insulares, cular que flota, propicio a las visiones, tan ajenos a nuestra ideología y a nuessobre la tersa haz de la poza: tras costumbres modernas como Involuntariamente despiértanse en otros a las suyas.
nuestra memoria descabelladas reminis Sitio, pues, exento de nexos europeos cencias: el decorado de ciertas partes de. y limpio de filiaciones mediterráneas y la Tetralogía, las inolvidables estampas germánicas, así clásicas como romántide Doré en el librote aquel que de mozos cas; en donde cumple olvidar las creahojeábamos, llenos de asombro y de te ciones del Arte y de las Letras occidenmor. Luego, con incoherencia semejante tales no menos que las del Oriente, para a la de los descosidos episodios que se abandonarnos integros, despojados de nos. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica