280 REPERTORIO AMERICANO Goethe o la progresión Envio del autor. Quito (Concluye. Véase la entrega anterior)
Goethe (Dibujo de Lips hecho en 1791)
Escolios al Fausto. Nuestro geómetra moral, Juan Montalvo, ya buscó para el perfil anímico de aquel grande Juan de Francfort, la figura de la espiral sin regreso. De parecido modo quiso admirarle Rodó, estimando a Goethe como al espíritu, más que de la ascensión, del camino, de la evolución, de la marcha de avante vehemencia, y, a veces, de sabia curva, de buscado zig zag.
No tenía, como los hombres cotidianos, un amor paciente de continuación, ni una fijeza nítida de límite. Era el Goethe remozado y naciente en cada día. Sus obras mismas son una confesión de su camino vario y nunca sofocado por el alto de las poderosas inquietudes ni detenido por la necesidad de volver atrás. La violenta, y de pronto petrificada actitud de la mujer de Lot, no pudo caber en su viaje. Retornaría con ojos espirituales a sus horas viejas, buscaría recuerdos, añejos, más hasta en su pasión de fijarlos en el libro, sería de extraordinario movimiento. No dió a sus creaciones el carácter de película tersa de lo disecado. En sus figuras, aún en las alegóricas, siempre hay algo como sangre fluente y cordaje de nervios prontos a vibrar.
La imagen espiritual de Goethe aparece, como en muy pocos de los libros eternales que conozcamos, en el Fausto, y aun cuando su motivo sea el de una leyenda medioeval de la Germania (1) y de su viejo y ordenado rezago de lecturas quede el mundo dificilmente olvidado de la Mitología y arranque, asimismo, de las creencias, alemanas de los siglos medios y de la preocupación de la alquimia y de la hechicería pronta a desvanecerse ante la exorcista señal, insinuadas, eso sí, sonrientemente, en las escenas que se alumbran con las luces mefistofélicas, la curiosidad de Enrique y la inocencia amorosa de Margarita, jamás ha de separarse, para el examen vital, de los capítulos de la tragedia, como llamó Goethe a su poema, la presencia, permanentemente advertida del viejo Juan Wolfgang que buscaba eternizar allí la historia de una vida en continuo reclamo de las cisternas de la sabiduría, de los filtros de la magia, de la seducción de los amores. Empero no extiende en el Fausto una sola vida su lineal marca o su múltiple variación. Es un libro de muchas vidas y precisamente el pensamiento de Goethe expresado en sus Conversaciones con Eckermann fué el de que no se lo pudiera penetrar por completo. Poseeinos un emplar del Fausto sembrado de anotaciones. En él se quiso aminorar la frase goethiana, y buscar la forma de reducirla a deseo casi deshecho. Para el concepto oscuro ha surgido la explicación, para la alegoría el rayo penetrativo de la linterna, para la frase alusiva la cita histórica. Pero algo quedará en la esencia de la palabra más recóndita, como en la copa del Rey de Thule, vedada para otros labios y destinada, al fin, para el sorbo interminable del mar (1. Por eso, a pesar de la fantasía de mil figuraciones entre las cuales resbala la existencia de Fausto, sobre todo en los actos de la segunda parte, la tesitura de su destino es humana, profundamente humana, como lo es también el ápice de su albedrío. Así pensaríamos, aunque con remota prueba, en las vidas de la tragedia griega, moldeadas, en desigual, pero al fin contorneador dilema, entre la fuerza desconcertante del destino y la fiera conciencia de su voluntad. Del mismo Libro de Job, muestra primitiva en el tiempo y compleja en la sabiduría, se ha dicho que es el Fausto oriental invertido (2. De verdad, y si en trabajo de abstracción hemos de conceder por hoy importancia única a la dirección humana, el Doctor de Goethe ha revestido la quieta sapiencia de Job. En éste, la espera es la perpetua búsqueda de la ver. dad en el alma. Para qué indagar por ella en los caminos? de la felicidad en el diario desvestirse de los deseos. Casi le absorbe la llaga creciente como una ola de ahogo en singular naufragio está.
tico. de la explicación de estos padecimientos brota el diálogo, matizado de reflexiones y de consuelos, raíz múltiple de varias de las flores de la poesía que se llamó didáctica. Fausto, al contrario, quiere gritar su angustia, trocar su conocimiento ponderable por el desliz curioso o por el satánico arrebato. No sabe lo que desea a punto fijo y pudiera, en otro tiempo, da.
jarse caer en la sima del suicidio, como Werther. Tiene a medias conciencia de su locura y el corazón insatisfecho y agitado. Busca lo terreno, quiere arder aquí y ai paso de su violenta fiebre y de su cuerdo desconcierto, el fuerte taconeo nos lo representa firme para buscar a la mejor de las Margaritas por los jardines simples de virginidad o por las vecindades de la Iglesia, y el ala de su capa, en vuelo como de huida, nos lo muestra a veces casi en desprendimiento. No sabemos si su Fausto abandonará, de repente, a Mefistófe les, para contemplarlo de más lejos, de más alto, como a un escorzo de fuego a una etcétera de ceniza. no es propiamente su espíritu una cubeta de alquimista. Le ha tocado el ambiente de la magia, pero sin saturarlo. Interna mente se ríe del mismo diablo. Los libros han puesto en su. visión conjunta del mundo un severo disgusto. Mas hay algo de niño y mucho de poeta en sus divagaciones a lo largo del camino. Para él se ha dicho que el hombre yerra mientras tiene aspiraciones y al adivi.
nar la frase despectiva de Mefisto, no me vengan a ní con cadáveres. comprende que de la movilidad, del no darse reposo, ha de nacer el dominio sobre la vida. Tiembla sobre su frente pa.
radógicamente aridecida por el largo y constante penetrar en las fuentes del saber, la voz del Señor: Presto le guiaré a la claridad. Confía, por eso, en las nuevas luces, dándonos, a cada momento, la dubitativa inquietud de pasar, deteniéndose: el fuerte cortorno del brazu que se aferra para aprisionar el talle de Margarita y la pluma flotante del cabello que quisiera ser la cola de un cometa, el fuego fatuo, el imán de la vía láctea. es así como la mitad del Fausto, por la voluntad del sar niento, ha de quemarse en la brasa y la otra temblará en aspi(1) Leyendo con detenimiento el amplio y minucioso estudio de Emil Ludwig sobre Goethe, lo que él ha llamado shistoria de un hombres, me convenzo de quepara penetrar en el intimo sentido de una obra, sobre todo de una obra maestra, hay que ver, muy de cerca, la vida de su autor. Con ningún otro de los alemanes me creia tan familiarizado como con, éste; había leldo varias veces el Fausto y ahora descubro que mi conocimiento de esta gran obra era puramente exotérico. No habla pasado de la superficies. Enrique José Varona. REPERTORIO AMERICANO. 2) DUntzer. 1) Leyenda extendida en múltiples obras, entre ellas, aparte de la de Calderón, el Fausto de Maximiliano Klinger, con recuerdos del siglo xviii alemán, de Fron. cia, Inglaterra y Espafia, de Torquemada y las víctimas del Santo Oncio, y el Fausto del poeta francés Gerardo de Nerval. Pasa a la página 284. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica