138 REPERTORIO AMERICANO Sabed, pues, que el hombre ya ido no tornó a andar entre acusados y aun sé que supo estarse erguidor en el negro cubil de penados, y que nunca en tu mundo de paz oh, Señor. me hallaré su faz.
Coser de sacos, partir bloques, hundir el taladro terroso, contra las gamellas dar choques, bostezar himnos, sin reposo, sudar al crujir del molino: mas en nuestro pecho cuitado el terror dormía sosegado, El gallo gris cantó una vez y el bermejo cantó después, pero la luz no apareció.
Se acurrucaban presurosas larvas del Miedo tortuosas que cada rincón asiló, y todo espíritu del mal que rige un ser que nadie nombra, loqueaba desde la sombra y nos hacía mueca infernal.
Cual dos barcos que en la tormenta pasan junto sin señas ni voz entre el peligro, silenciosos, así nos cruzamos los dos: cómo hablar si era el día de la afrenta y no la noche azul de Dios! a tal punto que todo dia pasaba frente a nuestros ojos como una ola con despojos de algas que hurtó a la mar bravia; y así olvidamos el destino que espera al sandio y al ladino, hasta que un día de fecha incierta cruzamos una tumba abierta.
Un mismo dombo nos cubría, proscritos éramos al par, el mundo no nos recibía, el Señor nos quiso negar, y la trampa que asecha al que falla nos había cogido en su malla.
Se deslizaban y pasaban y resbalaban velozmente como viajeros entre bruma, y se mofaban de la luna en un rigodón esplendente de laxitudes insidiosas; y con marchas ceremoniosas se apresuraban a sus citas. entre zalemas melindrasasesas sonámbulas malditas.
Su boca enorme y agresiva bostezaba por carne viva, y hasta el limo, rojo alimento le pedia, al asfalto sediento, y supimos que al brillo importuno de la aurora colgaban a alguno. En el coso de los Deudores, de muy áspero pavimento y altos muros rezumadores, él rumiaba su tormento, y de allí veía el firmamento, entre dos mudos Vigilantes que celaban su vida constantes.
De la Muerte, el Terror y el Destino inclinamos el alma al yugo; con. su saco y la cuerda de lino, sigiloso, pasó el verdugo en las sombras, y el grupo entero huyó al numerado agujero.
Con sus truhanadas y sus muecas vimos pasar grácil, oronda y mano en mano, aquella banda que danzaba su zarabanda girando en fantástica ronda; y los condenados grotescos, tumbados por árida pena, simulaban los arabescos que el viento dibuja en la arena.
Sentábase entre aquella gente que io espiaba de orto a ocaso, que atisbaba su lloro ardiente y hasta su ingenuo rezar paso, por un negro temor que no cesa de que hurtase a la horca su presa.
Esa noche los pasadizos colmaron formas inquietantes, y hibo pasos escurridizos entre las paredes gigantes; tras los barrotes tapa estrellas, rostros de dulce claridad miraban con curiosidad.
Con piruetas de peleles danzaban en puntas de pies, y sus flautas, con notas crueles pasaban el alma a través; y movían su atroz mascarada con cantos de sones inciertos en voz ruda y con voz velada, para despertar a los muertos.
Aquel Alcaide era muy fuerte en Artículos del penal; el Doctor definía la muerte. hecho científico normal. y el Capellán iba dos veces con sus folletos y sus preces.
Como en césped de primavera, él reposaba en blando sueño: turbó a los guardas la manera de su dormir y de su ceño, y aquella calma en ese trance teniendo al verdugo a su alcance. Oh! decían el mundo da vado; piernas atadas andan mal; una vez, dos correr el dado es distinguido y señorial; mas si jiigáis con el pecado, perderéis, como es natural.
Nunca se gana, como es obvio, sobre el tapete del Oprobio. él dos veces también por día fumaba su pipa a sabor y con belfo goloso bebía cerveza de negro color; alma pronta, en su pecho no había un desván que asilase el temor, y anunció le sería placentero si el verdugo llegaba ligero.
Es imposible que se aduerma el que por vez primera llora, y así nosotroschusma enfermavigilamos hasta la aurora; y en el cerebro de cada uno, sobre sus manos de Dolor deslizó como un trepador el ajeno terror importuno.
El por qué de aquel íntimo brote, Guarda alguno le osó preguntar, que es severa consigna en un zote de ese oficio, el oír y callar: buen cerrojo a la boca pegada, para rostros de máscara helada.
No eran ipardiez! formas inanes aquellas figuras grotescas que daban zancadas truhanes con dislocaciones simiescas.
Esos monstruos aparecidos no eran vanos cuentos de viejas a los que viven entre rejas, grillete al pie, como tullidos.
Ay! es horrible devorar el crimen de otro; recto al alma hasta do el pomo en hierro empalmael Mal su estoque logra entrar; y como plomo derretido fué nuestro llanto que fluía por sangre que no hemos vertido De otra suerte la humana ternura llegase lo3 pechos a herir, y asesinos de cáfila impura no pueden piedad recibir.
Qué palabra de amor sobrehumano diese alivio a un espíritu hermano?
Bailaban las locas parejas, a la redonda, en torbellino; semi beatas, taimadas viejas miraban con guiñar ladino; por las escalas discurrían y con gestos provocadores y agudos sarcasmos de fuego, hacia nosotros se movían y acompañaban nuestro ruego.
Con lenta marcha balanceada, de nuestro patio en derredor ejecutamos la Parada de los Locos, con mucho ardor.
Brigada del Diablo o de Momo forman jocosa mascarada testas sin pelo y pies de plomo.
Con sordas babuchas de fieltro rodaban los guardas, apenas, a mirar con ojos de espectro tras el candado con cadenas; y con pasmo y miedo veían unas extrañas formas grises que en el polvo se retorcian, y darse cuenta no pudieron por qué oraban arrodillados los que nunca jamás lo hicieron.
Hincada al suelo la rodilla, rezºmoz toda aquella noche camo locos que a trochemoche llevan in muerto en su camilla.
La media noche sus plumones estremecía como aírones de un funeral y negro coche; vinagre en esponja al sediento, tal nos supo el Remordimiento.
Gimió la brisa matinal frente al terco negror de la Noche que en su telar descomunal iba tramando, hilo por hilo, pesares, en vaivén tranquilo; y tưrbó nuestro orar, con sevicia, el anuncio del Sol que ajusticia, Deshilachábamos a: tientas cables untuosos de alquitrán, con uñas roídas, sangrientas, y frotábamos con afán los bancos, pisos y herramientas, o fregábamos las vajillas rozando platos y escudillas, Giró por los gélidos muros el viento en dejo gemidon; como rüeda de cuchillos duros, e! minuto hería con furor. viento lloroso, por quié, di, se nos hace velar así? Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica