220 REPERTORIO AMERICANO La casa abandonada La tarde va declinando, en efecto; en esta hora de tristeza y de meditación, es cuando vamos a franquear la puertecita; puertecita que, seguramente, va a chirriar con dulzura, como quejándose quejándose del abandono al ser abierta. Nos detenemos un momento en el umbral; estamos emocionados, hondamente emocionados. Echamos, antes de entrar, una ojeada al paisaje.
El paisaje es verde, húmedo, con arboJedas, con colinas suaves revestidas de césped sedoso; el cielo, de un gris de plata, pone en nuestros nervios una dulce y deleitosa sedancia. Hace muchos años, una mujer que vivía en estas tie rras, fué a Castilla; Castilla con sus llanos inmensos; polvorientos en el verano; Castilla radiante y desnuda, hizo que esa mujer sintiera más vivamente que nunca el amor a este dulce y voluptuoso paisaje. No podía ella acomodarse a los llanos de Castilla.
ND Firesies lan Irisles llanos, mais firecheos, Dios cremente, soyo para os castellanos.
Los que escriben para el público suelen recibir muchas cartas; las recibe también el autor de estas líneas; no por De La Prensa. Buenos Aires su persona, que es bien modesta, sino por la autoridad y la difusión de los periódicos en que escribe; dos únicos periódicos: una en la península ibérica, y otro en la Argentina. Entre el turbión de cartas llegadas estos últimos días, una epístola interesante; una carta de un oficial de Correos. Tengo viva, vivisima simpatía por el cuerpo de Correos; es excelente en España; a pesar de lo menguado de los sueldos, se esfuerzan los empleados postales en realizar su cometido con verdadera perfección. El oficial de Correos que me ha escrito se llania Pedro Claramonte; es ambulante de Madrid a Vigo; parece cosa entretenida el viajar siempre, el viajar a la continua, el viajar todos los días del año; viajar es el mayor de los placeres; lo dice todo el mundo; los via: jes instruyen y deleitan; también dice esto todo el mundo; sobre todo, lo dicen los que viajan sin darse cuenta de nada. Pero, en fin, no divaguemos; no usemos de la ironía para regatear el provecho y el placer de los viajes. nos pueden decir que somos viejos regañones; nosotros podemos contestar que el mayor filósofo moderno, Manuel Kant, no salió nunca de su pueblo. La disputa sería interminable; vamos con nuestro buen amigo Pedro Claramonte; este buen ambulante de Madrid a Vigo, para entretenerse en los ratos que el fatigoso trabajo de la ambulancia le deja libres, tiene una preciosa má.
quina fotográfica, con ella va captando, aprisionando, archivando los paisajes más bonitos que encuentra en sus andanzas, los pueblos, los monumen tos, los tipos, las montañas, los mares, los ríos; cuando, fatigado, regresa a. Rosalía de Castro su hogar, Pedro Claramonte goza en mostrar a los suyos todo este caudal de cosas y figuras que él ha recogido. aquí en su atenta,. amable carta, vienen banco y sillón aparecen medio cubiertos por la incluidas algunas fotografías que Claramonte fronda de los árboles.
Silencio profundo; ha hecho en alguna parte del Noroeste de nues quietud inalterable. En esta mesa de piedra tra amada España. Qué interesantes son! se podría escribir; se escribiría en medio de Una casita, un jardin, una solana o carasol. la soledad, del sosiego, del silencio gratísimo.
Contemplo estas fotografías durante largo ra Aquí, un poeta haría seguramente versos magto. quiero que el lector de La Prensa níficos, poemas henchidos de dulzura y de emotambién las vea. Acompáñeme el lector; jun. ción. No nos decidimos a dejar este lugar tos con el buen Pedro Claramonte vamos a ir de reposo, verde y callado. Pero la casa nos a los lugares donde han sido tomadas, estas espera.
La puerta se halla cerrada. Es una vistas: El Noroeste de España. Un pueble puertecita, como verá el lector en la fotografia, cito. en el pueblecito, una casa; la casa está que no tiene nada de particular; mas, precisacerrada; cerrada desde hace mucho tiempo. mente, estas puertas anodinas, vulgares, son Las casas cerradas tienen una profunda me las que que más nos atraen. Una profunda melancolía. Un poeta castellano, que fué muy lancolía se desprende de la puertecita y de la combatido en su tiempo, Emilio Ferrari, es casa toda.
autor de un poema en que se describe una casa No sé que extraña sensación de frío, campesina cerrada.
qué malestar de ausencia y de vacío, Hace ya muchos años que, desierla, produce al caminante aquella ruina, cortando sobre el pálido celaje, sin que se abra jamás aquella puerta, la monótona línea del paisaje, que el viento acota y la humedad carcome, a la luz de la tarde que declina.
con tristesa la mira el aldeano de los contornos, aguardando en vano que un ser viviente a su dinlel asome.
DR. HERDOCIA Donde el ser viviente debía asomar es en Enfermedades de los ojos, el umbral; pero no nos entretengamos en este pormenor. La casita que vamos a visitar con oidos, nariz y garganta Pedro Claramonte tampoco está habitada; no se asomará a su umbral ningún ser viviente.
Horas de oficina: Hemos traspasado una cerca; estamos en un jardincito; la maleza lo invade todo; los ár10 a 12 de la mañana boles, sin podar hace mucho tiempo, dejan crecer su ramaje, bravíamente. Nos detenemos y de a de la tarde ante una losa ancha de piedra; junto a esta lancha se ve un banco; hay también una espeContiguo al Teatro Variedades cie de sillón de piedra con respaldo. Mesa, Para los castellanos los llanos infinitos y sin árboles; para ella, los apacibles prados y las arboledas verdes.
bajo un cielo de plata oxidada. Hemos meditado ya bastante en la puerta de la casa? Entremos; las estancias son chiquitas; en una de ellas encontramos un baúl; lo abrimos; vemos en su fondo una corona funeraria. La contemplamos en silencio. por la puerta de enfrente, se ve el remate de los árboles. Franqueamos esa puerta y nos hallamos en una galería. Desde su barandal de madera, acodados en el tosco pasamanos, atalayamos el reducido jar.
din. Cuántas veces se habrá asomado a esta solana alguien que vivía en la casa! Alguien que sentía la sugestión de este paisaje mejor que la ha sentido nadie. Acaso, cuando estamos contemplando el jardín desde la solana, llega a nuestros oídos el eco lejano de una canción; nos sentimos conmovidos hasta el fondo del alma. Esa canción es una música suave, gemidora, de una dulzura profunda, como un canto litúrgico que se va desenvolviendo bajo las vastas naves de una catedral. Cuando la mujer de que hemos hablado antes estaba en Castilla, triste, acordándose de su tierra norteña, de pronto oyó una canción.
Una canción que también hizo vibrar toda su sensibilidad.
De pronto in un cantar, cantar que me conmoveu hastra facerme acorar.
Era a gallega canson, era o alalá, que fixo bater o meu corazón, Como el corazón de esa mujer, así ha batido ahora nuestro corazón. no sabemos, lector querido, cuánto tiempo hemos estado en esta galería, donde se asomaba la mujer que se sintió triste en Castilla; la mujer que vivía en esta casa; Rosalía de Castro, en una palabra. La casita que nos acaba de hacer ver Pedrò Claramonte, en Padrón, es la propia casa de la gran Rosalía. La casa se hunde; la casa está hipotecada en dos mil quinientas pesetas; si no se dan esas pesetas, no se sabe lo que va a ser de esa casita: sa grada. Sagrada para todos los naturales de Galicia; sagrada para todos los españoles. detodos modos las paredes se están resquebrajando, los techos están llenos de goteras.
No pasará mucho tiempo sin que la casita sea una ruina. Pedro Claramonte me dice que yo haga un llamafrasa a la página 929. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica