Rómulo Betancourt

Repertorio Elmericano Tomo XXII SEMANARIO DE CULTURA HISPANICA 1931 Sábado 25 de Abril Año XII. No. 535.
San José, Costa Rica Núm. 15 SUMARIO.
La moral del automóvil en España.
Shelly, el niño perpetuo Bibliografla titular.
Poesias Apreciaciones La carretera panamericana. otro de los funestos Degocios del imperialismo yangui.
José Ortega y Gasset Francis Thompson Jorge Saenz (ordero Antonio dediz Bolio, Ricar do León y Alfonso Reyes Juan del Camino Una noche en los pantanos.
Qué hora es. El estudio de la matemática Apostilla a an Persifage.
Donde nos dan gato por liebre Defendamos nuestra energia eléctrica Vasconcelos en Paris.
Panait Istrati Bertrand Russell Romulo Betancourt erriles Enrique Jiménez Nunes Carlos Deainbrosis Martins La moral del automóvil en España Al acrecer los aranceles para la entrada de automóviles y sus accesorios, el Gobierno se ha propuesto exclusivamente una finalidad política que usa en este caso de un expediente hacendístico. Yo no sé si politica y económicamente tal disposición es buena o es mala.
Supongamos que es pésima. No obstante, la aplaudo fervorosamente, por una razón inesperada en que el Gobierno no ha pensado un momento. Esta razón, impolítica y tal vez antieconómica, es una razón moral. Si estuviese en mi, mano, yo haria subir diez veces más los derechos sobre importación de estos admirables artefactos. Acaso extrañe al lector hallar que manifiesto opinión semejante, ya que es bastante notorio mi entusiasmo por este objeto semoviente. Pero quizá es este mismo entusiasmo quien me ha hecho reflexionar un poco sobre el comportamiento de mis compatriotas con el automóvil y me ha llevado a.
descubrir: que es sencillamente inmoral.
Se trata nada más que de un detalle, ya lo sé; pero es un detalle ejemplar. La conducta del español en su trato con el automóvil puede valer como un paradigma de la inmoralidad general en que, no sé bien desde cuándo, ni si años o siglos, ha decidido constituirse.
Conviene saber que es España uno de los países donde hay mayor número de automóviles, proporcionalmente al número de habitantes. En alguna estadística he visto que ocupaba el cuarto lugar. Aun cuando fuese éste algo más bajo, debería sorprendernos.
Porque estamos habituados al bochorno de que en casi todas las estadísticas sobre activididades humanas positivas nuestro país ocupa el último puesto, o simplemente no ocupa nin guno, porque nuestro país es el único que no se ha molestado en hacer lo más ingenuo que en un orden cualquiera cabe hacer; esto es: una estadística. Pero si en vez de formar ésta buscando la proporción con los habitantes se investiga la proporción con la riqueza, que es la contracifra más expresiva cuando se trata de posesión de máquinas, el puesto de España seria el segundo, si no era resueltamente el primero. No importa al caso la exactitud de esta evaluación, porque de todas suertes resplandecería la más extraña desproporción entre la pobreza española y el número de sus automóviles.
Es sobre manera raro que nuestra casta manifieste entusiasmo por cosa alguna del universo; pero mucho más que resulte de súbito enardecerse por una máquina y en general por un uso modernisimo. Cuando esta regla sufre alguna excepción, la causa no suele ser de buen jaez. Así, la rápida extensión del alumbrado eléctrico se debió a un error. Se creyó que por fin la desventaja que para la vida económica del país representaban sus desniveles iba a convertirse en un provecho holgadísimo y de muy sencilla obtención. Pero De El Sol, Madrid.
brir lo que verdaderamente significa el automóvil en España.
Francia se caracteriza por la suciedad y modestia de sus coches. Está bien.
Pero se caracteriza no menos por haber sido el país inventor del automóvil, por haber creado la primera industria cronológicamente de este utensilio, por haber vencido las dificultades técnicas mayores que se presentan siempre en la primera etapa de una creación mecánica.
España, en cambio, sobresale por el lucimiento y repulidez de sus coches, que van por esas calles y paseos como si acabasen de abandonar las fábricas. Pero sobresale también por ser el único país europeo de gran población donde no hay fábricas nacionales de automóviles. Por qué se satisfacen los señoritos celtiberos mirándose en el espejo de charol que sus vehículos les presentan? Ni ellos, ni sus familias, ni sus compatriotas han producido esos prodigiosos objetos. Si al menos lavasen ellos mismos sus coches, aun tendrían algún derecho a envanecerse de su brillo. Pero aquí viene otra grave diferencia con Francia, y en general con el resto del mundo. El esplendor de nuestros coches se debe simplemente a estas dos causas: Primera. Que es España el país donde proporcionalmente hay menos autos sin mecánico asalariado, lo cual a su vez procede de los siguientes hechos deplorables: a. que el criado es todavía barato en España, síntoma terrible de retraso político, económico y moral; que el automóvil no, es lo que es ya en todas partes: un aparato de utilidad para facilitar el ejercicio de las profesiones, y no excluPor Amighetti. sivamente de lujo. Por eso fuera de España usa del automóvil muchísima gente que lo necesita y no tiene fortuna para pagarse un chauhubo error en el aforo de los torrentes, y las fá ffer. De aquí su descuidado aspecto.
bricas de electricidad arrastran el peso del estiaje, Segunda: Los coches españoles brillan mucho y España está ciertamente alumbrada de punta a por su resplandeciente pintura, pero brillan mucho punta por la luz eléctrica, pero una luz eléctrica más por su ausencia de las carreteras. Aqui está mala y cara.
la esencia de lo que el automóvil es para el espaQuedamos, pues, en que es nuestra nación una ñol. No lo usa como el francés o el alemán, para de las que más automóviles poseen, y en que esto viajar a sus negocios ni para recorrer curiosaes un poco sorprendente. Pero no para aquí la mente las tierras, sino para darse una vuelta por maravilla. Cuando el señorito madrileño se asoma los paseos urbanos y lucir el vehículo. La cosa a Francia vuelve lleno de desdén por los francesería inverosímil en cualqueir otro pueblo donde ses, que gastan unos coches mal tenidos, sucios no pulule el señorito. pero entre nosotros es y de calidad inferior. En cambio, en Madrid así. por esta razón de vanidad la nación espano sólo hay un número proporcionalmente fabuloso de automóviles, sino que éstos suelen ser de ñola, que es muy pobre, hace sacrificio de comsuperior calidad y están siempre lucientes, lustroprar al Extranjero proporcionalmente más coches sos, como recién salidos de la fábrica. el seño que otra ninguna.
rito madrileño se queda sumamente satisfecho, El señorito es la especie de criatura humana orgulloso con la averiguación.
más despreciable y estéril que puede haber. Yo Pero este superlativo de la maravilla resulta conozco sólo dos pueblos donde se produzca con francamente excesivo, y a todo el que no posea abundancia bastante para constituir una clase de una cabeza de cartón, como la usufructuada por hombres predominante y saturar con su modo de esos señoritos, le pone en la pista, para descu. existencia la vida colectiva: España y la Argen. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium la Universidad Nacional, Costa Rica