346 REPERTORIO AMERICANO gración obrera del canal se le sepa asi Rica les conviene prohibir los comisa llas de Manuelita Sáenz. cortadas de milar. Conjuntamente con los planes de riatos norteamericanos. Así, lo que per vientos, de terrales y de brisas agrias, la construcción del canal urgirá hacer derán los nativos por la invasión de el cuello prieto como el higo nuestro un plan de educación para asimilar a braceros, lo recobrarán en el comercio hasta doride la chaqueta lo amparaba, y la enorme población que se nos echará y en la producción agrícola intensificada las manos callosas de correa de riendas encima.
para satisfacer las necesidades de los como las. asentadoras de la montura; la los intereses de Nicaragua y Costa recién llegados trabajadores.
completa lástima del Bolívar de las «llegadas famosas. de las «entradas» reales.
Salomon de aiseva Ese Bolívar verdadero, porque diecioSan José, Costa Rica, a 22 de enero de 1931.
cho años redondean una verdad, no lo tenemos en ningún cuadro todavía, y hasta a mí me hace falta en esta mesa.
del hotel extranjero donde me acompaña La falsa estampa al lado del Sarmiento cuyano.
Si tiene ojos la tierra americana, es De El Tiempo. Bogotá estará más molesta que yo de la silueta Jóvenes bolivaristas, del más sincero un «sombrero de hojas de, palmeray con que la engañan, al acordarse del bolivarismo, me han dejado ver varias de unas «alpargatas» peoninas. Leary, hombre que le corrió encima a lo largo veces cierto Bolívar que corre entre la el contador capital, habla de su comida de quince grados de latitud, que le bemasa y que siendo agradable de voltear «sin mesa» y seguramente sin servicio, bió de pie y. de bruces en cuantos ríos como las monedas de oro, es, moneda a pura mano, de la aldea de Setenta, y ella posee; que le alentó en cuantos refalsa, un Bolívar que triunfa todos los él mismo nos ha trasmitido la bata co pechos y bajadas cuenta su lomo; que días de la semana, un Bolívar especta mica con que estaba vestido en la ha le abrió bosques y praderas con las pacular, carne de apoteósis permanente, maca de Casacoina, donde no tenía ni tas de su caballo y con su pecho mismo, ridícula como las ferias permanentes. Es un peso y se saboreaba la Lima virrey. y que dejó sus tratos con ella, con la que a los jóvenes les gusta mucho el nal como si ya la tuviese en la mano; tierra marcadora y señaladora, sólo para triunfo, mala cosa, porque a causa de y el último cronista, el médico francés acabarse.
de ello al tercer contraste con la vida Reverend, tuvo la feliz ocurrencia de Me decía una vez un leñador de Terijosa y difícil se quedan ellos por allí contarnos el entierro con la camisa muco, en la araucanía nuestra, cuando le derrengados de decepción y con la boca ajena. Si no se la ofrece un acomedido. preguntaba yo el nombre de no sé qué pasllena de acedia.
se acuesta con la prieta de la tierra, con tos. Que si los conozco todos? No hay Las tres entradas solemnes en Bogotá, la camisa del buen barro americano. arbolazo, ni crío del árbol que no me en Caracas y en Lima, cubren varios Las demás. pellejerías. son fáciles de haya arañado por cualquier parte y que metros del fresco bolivariano, pero como imaginar. Aquel pobre cuerpo echó de no me sepa el sabor de la sangre. El el fresco de esta vida cuenta leguas, las sí tales sudores que comenzó en delga cuerpo de Bolívar es eso en relación famosa «entradas» triunfales se vuelven dez para acabar hecho una espina; las con el Trópico: no hay árbol que no le puras pecas de anécdotas, mejor aún ta botas lustradas y tiesas con que salía a haya salpicado desde las botas a las machuelas de bronce que sostienen el fresco la campaña a lo galán, ya a medio ca nos desnudas. Una madre Ceres tropical, legítimo, formado de una especie de mino estaban sobajeadas de ijar caliente lamiéndolo como a su hijo, hallaría en traición segmentada e inacabable que de caballo; el sombrero grande que pi esa carne todos los sabores de sí misma.
va desde Páez hasta los septembrinos, den aquellos soles aguerridos iba que Diego Rivera démosle a hacer este de cien desalientos y de más angustias. dándose en garfios de árboles y en lianas Bolívar de veras, machucado de cuerpo Las breves complacencias de Bolívar pa de tomar y coger, y las monturas se y con el desorden de la carrera y de la recen dichas violentas de alcohol que abrían desquiciadas o partían! la cincha tierra apuntando en caballo, en aperos duran cuanto más la noche y donde el en el momento de la pelea de locos, y vestimenta. El otro, aderezado y rehombre se calienta las manos un rato, cuando no importaba bestia ni cuerpo, luciente, que les sirve a los jóvenes a aprovechando el reposo y el resplandor ni alma.
quienes daña con su falsedad, que se para mirar a las mujeres.
Cualquiera puede pensar lo que sería quede eu las salas de las presidencias, Todavía más necia que esta cinta rojo esa cara a los cuarenta días de resola para el gusto de aquellos grandes poloro de entradas victoriosas es la otra nas o sol crudo, lo que serían las meji trones.
de los Bolívares «señoritos. Cierto es que en el viaje por las Europas del tiemGabriela Mistral po, Bolívar que era todavía hombre de Nueva York, 1931, Fernando VII anduvo vistiendo mamarrachos de felpa y sombreros que él bautizaba, Ocho años le toman esas boberías; pero la galopada por la incortable cordillera, la atravesada de aguas granPara Miguel Angel Asturias des y de pantanales podridos se lleva nada menos que dieciocho años; como a El desayuno del indio La campana nadie se le cuentan los de cuna y los de la adolescencia inconsciente, y como Entre las cañas oro y humo.
Dan. dan. campana.
murió a los cuarenta y siete, las sonadas El jarro abre la boca haciendo gárgaras Nodriza de la finca. Va lu son sensualidades de Bolívar ocupan ocho con el café ranchero. agua viva cayendo en borbollón años, que no es lo suficiente para que Desayuno. Tortillas, sobre la rubia piel de la mañana.
este hombre se nos fije en una casaca. rubias tortillas entre aplausos Son de campana. recamada y de unos zapatos de hebilla. caen desnudas al circo del comal son de campana obrera y capitana.
Conviene sacar a lucir las siluetas que y con soberbia indigena, Lirica ducha que espabila le hemos echado atrás por antojo de eco de hazañas cuando la conquistael friolento letargo de los cerros pintarlo en una especie de quetzal de un plátano, sonriendo allá por donde el eco de una esquila copete y cola persas; y también, será se chamusca el pellejo en los tizones.
entra al corral llorando entre los perros.
bueno hacer salir del baúl negro y ve La llama rídico las prendas desgraciadas y grorie en el filo de los azadones.
Toda la madrugada tescas que pudieron ser las más nobles.
y el cigarro campero está temblando en un cantar El oficial inglés, anónimo habla de tiene en la punta el ultimo lucero.
salpicado de leche en la majada. la blusa hecha con pañuelos, de todos los. colores. de unos pantalones blancos Flavio Herrera y rotos que le llegaban a la rodilla; de (El Impurciul. Guatemala)
Bulbuxyà, 1930.
Sinfonias del trópico. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica