Bourgeoisie

2144 REPERTORIO AMERICANO El niño no miraba; berreaba. Afanasij Pesrovich intentó calmarle con una y otro cosa; el sudor ya le inundaba. Pero el niño gritaba cada vez más. Un coche!
como capuchas Uno de los muertos era una En c! ecto; justo sobre la línea del horizonte, mujer. Sus cabellos estaban sueltos y casi en flotaha upa polvareda color rosa.
su mitad cubiertos de polvo, negros y amarillos. Probablemente kirguises.
su blusa de soldado se abombaba sobre su pecho Comenzaron a discutir. Drevesinin afirma de mujer.
ha que los kirguises vivían mucho más lejos. ahora. dijo Drevesinin La culpa y no vendrían a ponerse, al alcance de Seliva es suya. Si no se hubiera puesto un gorro de nov. Afanasij Petrovich opinaba que, se soldado. Quién iba a matar una mujer. iguramente, eran kirguises, a juzgar por la Precisamente, necesitamos mujeres.
magnitud che la polvareda. Pero más tarde, Afanasij Petrovich gargajeó. cuando la polvareda se desarrolló más cerca. Eres un monstruo, un burgués. No tietodos quedarois de acuerdo: nes corazón Gente desconocida. Alto. interrumpió Selivanov. no somos la voz de sus amos, los caballos ventearon. salteadores. Hay que hacer el inventario de Algo extraño se acercaba en el viento. Levan los bienes del pueblo. Trae acá papel.
taron las orejas y, aun antes de oír la voz de Pero en el pescante había, entre otros bienes mando, se acostaron en tierra.
Sus cuerpos del pueblo. una cesta china de junco trenzado, grises y morenos, con las delgadas patas, pare y en ella un niño de pelo y ojos claros. Un niño cían en la hondonada grotescos, lamentables. de teta, que gemia débilmente y sujetaba en su Como por vergüenza, los animales cerraban los manita la punta de una oscura colcha.
grandes y espantados ojos y jadeaban en cortas Emocionado, Afanasij Petrovich, dijo: inspiraciones. Miradle. También el dice en su lengua Selivanov y el cajero Afanasij Petrovich se que.
tendieron al borde de la hondonada. El cajero Los mujike compadecieron otra vez a la mujer hablaba de nariz, sorbiendo sus lloros. Para y decidieron no despojár al cadáver de sus ropas.
que no se amend rentara, Selivanov ld tenía Pero el hombre fué enterrado desnudo en la arena.
siempre a su lado. Su planir de niño casi le divertía, y hacia latir con petulancia su rudo corazón de mujik. lo largo del camino se desarrollaba la Afanasij Petrovich volvió en el coche; acu.
nube de polvo. En apretado ritmo rechinaban naba al niño en los brazos y le cantaba bajito: la ruedas, y como polvo tremolaban las largas y negras crines de los caballos.
Ruiseñor, pajarito.
canario, canario, Rusos dijo Selivanov, convencido. llaque, cantas tristemente mó a Drevesinin. En un carro nuevo de mimbre sentábanse dos viajeros, tocados de gorros Recordaba el puello de Lebiąshij su tierra; militares rebordeados de rojo. El polvo no los ganados, la familia, los pequeños, y lloraba.
permitía distinguir las caras, que parecían flotar El niño también lloraba. La arena quemaba, entre un humo amarillento. Se veía sobresalir sedienta, seca, pasaba aprisa y lloraba. Sobre el empinado cañón de un fusil, y, de tiempo en sus elásticos caballitos mongoles galopaban los tiempo, un brazo que restallaba un látigó. milu jiks; quemadós están los rostros, resecas Drevesinin, después de meditar, dijo: las almas. lo largo de la senda, tiembla la Oficiales. Oficiales en comisión. Una planta del ajenjo, ahogada por el sol, menuda, expedición.
apenas visible, casi igual a las arenas. la guiñaba los ojos y el rincón de la boca: arena es como el ajenjo: fina y amarga. Buen recibimiento van a tener. Oh sendas. Sendas de musmones. Desier. El coche acercaba a los dos viajeros, los tos de arena. Amargos arenales! Mongolia, acercaba indefectiblemente, seguramente.
Los feroz y triste animal!
caballos tiraban delante, y la polvareda, de Los mujiks revisaron los efectos de los ofitrás, como el rabo de un zorro, barria los rieles ciales. Libros, una maleta con tabaco, instrude las ruedas. mentos de reluciente metal. Uno de ellos, monPlorante y despaciosamente, dijo Afanasij tado sobre tres largos pies, una cajita cuadranPetrovich: gular de cobre con una escala. so no, muchacho. Mejor será cogerlos Los mujiks se agruparon.
Miraban, palpaprisioneros.
ban, manoseaban los objetos. Los sopesaban en ¿Y tú no piensas en tu cabeza?
la mano.
Selivanov se encolerizo; y sin decir nada, de Los mujiks trascendían a sebo de carnero. En la misma manera que si fuera a desabrocharse su largo tedio, no hacían más que comer, y sus un botón, apoyó el dedo en el gatillo de su ropas se habían impregnado de grasa. Unos fusil.
eran de pómulos salientes y labios finos y sua No es cosa de llorar ahora.
ves; éstos procedían del Don. Otros, de cabellos Lo que más le exasperaba era que los ofi. negros y largos, y morena piel, eran los de las ciales se hubieran aventurado solos por la es minas de cal del Irtich. Todos tenían las piernas tepa, sin escolta, como si el número no tuviera arqueadas y la voz gutural de la estepa.
importancia para venir a desafiar a los mujiks. Afanasij Petrovich alzó el instrumento de tres Uno de los oficiales se alzaba constantemente pies.
en el coche examinando lá estepa; pero sólo veía Un liliscopio dijo.
el polvo, el viento rojo de la tarde sobre la hierba guiñando sus ojuelos, añadió: agostada, sobre aquellas dos piedras al borde de. Un buen tiliscopio, que vale millones. Por la hondonada semejantes a grupas de caballos aquí se ha visto la luna, muchachos, y se han muertos. en la roja polvareda, el coche, las descubierto en ella minas de oro. qué oro!
ruedas, los hombres, y con ellos sus pensamientos. Ni siquiera se necesita lavarlo. Oro puro como Disparos. una descarga.
harina! No hay más que echarlo en sacos.
Los dos gorros chocaron uno con otro y ca Un joven, que había estado en la ciudad, reyeron a la vez hacia atrás, derribados. Las rien ventó de risa. das se aflojaron. de pronto como si hubieran. Qué fantaseas tú ahí. reventado. Los caballos se encabritaron, impe Afansij Petrovich montó en cólera.
tuosos. Primero, desbocados al galope. Mas. Que yo fantaseo? Espérate, tú, barbas de pronto, sus cuellos se cubrieron de lechosa es de maíz.
puma. Con sus elásticos músculos, temblando, inclinaron la cabeza y se quedaron quietos. Repartieron el tabaco. De los utensilios se Aganasij etrovich declaro: encargó Afanasij Petrovich, que como tesorero. Están muertos!
podía cambiarlos a los kirguises por otra cosa, si Los nujiks sė acercaron a mirar. Los dos a mano venía.
viajeros estaban muertos en efecto, sentados hom Él puso los intrumentos delante del niño. bro contra hombro, las cabezas caidas hacia atrás. Anda, diviértete.
Los rancheros trajeron la comida. Olía fuer.
temente a manteca, sémola y berzas. Todos sacaron de la caña de su bota la ancha cuchara de madera, y sentáronse a la redonda sobre la hierba pisoteada. La cañada es honda y sombria. Arriba, un centinela a caballo grita. Acabad pronto. Quiero comer. El relevo!
Después de comer, acordáronse de que el niño también tenia que ser cebado. El pequeño seguia llorando, sin consuelo.
Entonces Afanasij Petrovich mascó un poco de pan para ablandarlo, y lo empujó en la boquita abierta y húmeda, castañeteando con los Jabios. Ta, ta. está muy bueno. come, gorrión. Pero el niño cerró la boca y apartó la cabeza.
No quería. Lloraba. a más y mejor. Los mujiks se habían reunido alrededor y miraban al niño, unos por encima de otros. callaban.
El calor era abrasador. La grasa relucia en labios y mejillas. Las camisas desabrochadas y los pies desnudos, tan amarillos como el suelo de Mongolia. Uno propuso. Démosle sopa de berzas.
Afanasij Petrovich mojó el dedo en el stschi y se lo metió al niño en la boca. La sabrosa sopa grasienta resbaló de los labios y fué a manchar la camisita rosa y la manta de franela.
El niño no quería tomar nada.
Un perro cachorro es menos tonto, porque nos chupa el dedo. Pero entre un perro y un hombre hay su diferencia. De todos modos.
No había leche de vaca. Pensaron entonces en la leche de yegua; yeguas si tenían. Pero se quedó en que esta leche no es buena. Emborracha, y el niño podía, enfermar. Entonces se, dispersaron en grupos, entre los carros, y cambiaron impresiones. Ifanasij Petrovich corria entre los carros, sobre los hombros raído beschmet, los ojos tan pequeños que parecían rasgaduras. Su voz sonaba aguda, ansiosa; infantil, como si fuera el propio niño. Qué hacer. Si no come. Será necesario.
Anchos, corpulentos, cruzan entre sí miradas de impotencia. Esto es cosa de mujeres. Desde luego. De manos de una mujer tomaría hasta cordero. Así dicen.
Selivanov les reunió a todos, y. declaró. No vamos a dejar perecer a un hijo de cristianos como a una bestia. Puede que el padre fuera un burgués, pero el niño no tiene la culpa.
Todos los mujiks dijeron a Claro, la culpa no es suya.
Drevesinin rompió a reír: Criémosle. Crecerá entre nosotros y le haremos volar a la luna. las minas de מט una: oro.
Pero los mujiks no reían. Afanasij Petrovich alzó el puño, exclamando. Perro sarnoso. Rastrero!
Se balanceó solvre una y otra pierna y agito los brazos. de repente, grito agudamente. Una vaca. Necesitamos una vaca. Todos exclamaron con una sola voz. Sin vaca, se muere. La vaca es imprescindible. Sin vaca, se acaba.
Afanasij Petrovich dijo resueltamente. Muchachos, me voy a buscar una.
El socarrón Drevesinin interrumpió. Adónde. Irtich. Labiashig. Irtich no necesito ir, granuja. voy adonde los kirguises. te la cambiarán por el tiliscopio. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica