312 REPERTORIO AMERICANO. Miedo y vigilia de Gustavo Adolfo Bécquer. Envio del autorGustavo Adolfo Bécquer no dormía.
velaban el alba, y las rendijas de su Nunco pudo dormir, aunque los ojos cuerto nunca se habían visto dibujadas de su cuerpo se cerraran. Tenía fiebre. de luz. Qué angustia! Él ya ha senRecostado a la orilla de su lecho, veía tido antes subirle hasta la punta de los desfilar, lentas. e interminables, las dedos ese golpe de sangre que nos manhoras al rojo de su vida. Apagada la da empuñar, de súbito, un revólver o luz, tal vez abierta alguna hoja de la una navaja. ahora, de pronto, se le ventana, perdido en ese limbo en que crispa esta mano. Tiene miedo. Ha cambian: de forma los objetos. era sufrido, ha envejecido en una sola nocuando su alma percibía, penetraba, che, le han engañado y traicionado.
adelgazándose, ese mundo confuso, des¿Adónde ir? Conoce ya los cardos, las dibujado, donde las cosas aún no tieaulagas, las ortigas, los brazos de las nen nombre y hay que irlas extrayenzarzas que a la revuelta de un camino, do de las nieblas. para moldearlas, de repente, nos tiran de la carne, saldenominarlas y, luego, ya una vez destándonos las venas. No desconoce tanıprendidas de su centro, darles cuerpo poco las ruinas, las piedras que han de tierra y sangre de poesía. Pero para adorado al cielo desde cerca y ahora que el alma pueda navegar, recorrer son nidos de lagartos y duermen ignoese mundo de sombras que aún no han radas de las estrellas y las nubes. Ha dicho, su primera palabra, ese hemisdescendido al fondo de los pozos y ha ferio norte de desconocidos que aún vuclto de los abismos con el alma trasignoran la luz y el movimiento, necesita tornada de espanto. Ha clamado en antes haber hecho de sus cinco sentimedio de la noche y sólo le han oído dos cinco heridas anchas y profundas, los buhos, las campanas y las hojas capaces de absorber y ensangrentar toda caídas, pisoteadas en el barro. Ya el la atmósfera que rodea, que envuelve mundo está desierto. Quiere dormir.
oculta en sus capas de humo la vida fuTiene sueño. Necesita escaparse de la tura: poética, de esos. extraños seres, niebla, ser huésped de la luz, huir de oscilantes o inmóviles. el alma de los fantasmas, deshacerse de una vez Gustavo Adolfo se había abierto en la para siempre en el aire. Morir.
piel, barrenándoselas, esas hondas heGustavo Adolfo Bécquer ridas, como cinco largos corredores ¡Oh, qué amor lan callada el de la muerte!
oscuros, donde los pasos y los ruidos ¡Qué sueño el del sepulcro tan tranquilo!
más leves despiertan en sus bóvedas los el vacío, llegaba a palpar, a coger con la ecos más tristes y recónditos. no dor mano, a concretar, haciéndolos luego, al Sueño, murir, sueño, dormir; despertar mía. era en este sangrante estado de fundirles su sangre, criaturas tangibles en el alba, ver si hay también golondrinas insomnio cuando las almohadas de su le de su poesía.
del otro lado del cielo. No puede más.
cho se llenaban de rumores desconocidos Todas las Rimas de Bécquer a mí se Los relojes le duelen. Los oye con el coy. oia voces lejanas que le llamaban por su razón, que se le para ya, de cuando en me aparecen como escritas a tientas, por nombre, como desde el otro lado del mun. la noche, sentado o recostado al borde de cuando, y se ahoga. Es esto la agonía?
do. Entonces tiene miedo. No sabe aún su lecho. ya se sabe que un lecho es una Si, debe serlo, porque le parece que el telo que sucede; pero su alcoba se ha ido tumba, o como la losa blanca de una tumcho de su alcoba se ha ido abriends despacio llenando poco a poco de un angustioso ba que aun no ha abierto la boca para de y que una nieve venida de Noruega le olot a cera derretida, a incienso, a hume vorarnos, y que si apoyamos el oído contra va petrificando, blanqueándole con una dades de criptas abandonadas, a muerte. ella podemos escuchar como un rumor cal helada todo el cuerpo. Pero todavía le Cierra por unos instantes los ojos, pero sordo y vacío, que es sin duda la voz con viven los ojos, agrandados ahora como nunpara llorar, desesperado, al abrirlos. Acaba que los sepulcros reclaman nuestros cuer ca. Adónde irán, cuando los cierre, esos de saber que ha muerto alguno que él que pos. Bécquer, espantado, escuchaba. y fantasmas de sus noches. Se quedarán ría. Cómo. Por dónde. Qué huésped vigilaba esa voz, sin poderse dormir. dentro de él para hacerle imposible la vida de las nieblas le ha visitado durante ese lo mismo que algunos ángeles que vemos inacabable de su muerte. Dejarán de corto olvido de su sueño para traerle la en los cementerios velando a la orilla de existir cuando él ya no exista. Cómo exnoticia? No lo sé con certeza. Pero el alma las fosas, escribía sus Rimas. Pero él no plicar que el frío, que la nieve, no los vuelde Bécquer, según el mismo descubre en era de mármol; él era un pobre ángel de van de hielo en medio de la atmósfera, uno de sus últimos poemas, se movía, carne y hueso, perdido en una fría alcoba, haciéndoles caer a la tierra, rotos en mil, mientras la noche, por unos altos espacios sobresaltado por el crujir de las maderas, pedazos. Oli, dormir, no volverlos a ver, habitados de gentes desconocidas, mu por el temblar de los muros, los cabezazos dejarlos para siempre fuera de su vista!
das, que convivían con ella breves horas, del viento y el fustigar de la lluvia en los ¡Amanecer, despertarse sin ellos. en silencio. Quiénes eran. Cómo eran? cristales. tenía miedo, solitario en la Cuando, por fin, Gustavo Adolfo Béc¿Qué forman tenían? Si él alguna vez lo noche oscura de su alma. Miedo de enquer dobla la cabeza con los ojos cerrados supo, no quiso revelarlo. Yo sólo sé decir contrarse a solas con sus dolores, acechado definitivamente. y su espíritu sube los úlque la alcoba de Gustavo Adolfo, estaba por recuerdos que se le agigantaban, ate timos escabeles del umbral de la gloria, llena de espíritus que, a veces, tomarían nazándole por la garganta, hasta hacerle es recibido al alba por un nido de ángeles cuerpo de objetos y, seres determinados, arrancar los estertores más entrecortados.
colgado, como los de los pájaros, a una alta pero que casi siempre eran impalpables, Miedo de unos ojos que se le aparecían en enredadera de capanillas azules.
nebulosos, indefinidos: fantasmas. estos las paredes, que le espiaban, a veces desRafael Alberti fantasmas cran los que le vigilaban su asidos, desde los ángulos de los cuatro.
Italia, agosto 1991.
vigilia; los que él, a fuerza de agrandar. rincones. pensaba. Cuándo amanecelos ojos en lo oscuro y hundir su brazo en rá? Porque vivía entra nieblas que le Precio 75. Con el Adm. del Rer. An.
Las Rimar do Bécquer on linda edición. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica