REPERTORIO AMERICANO 281 La patría. imaginaria J. Garcia Monge gens cul Tauro esn Oscuro)
Muria dlicia Domingues Poemas Pampa de fuego UNA (XA vecina, velaba al niño enfermo, cuando los padres con la primera luz fría del alba se iban cada cual a su trabajo. Él, a la obra donde era albañil; ella, a la fábrica. donde hacía botones. Besaban muy dulcemente al dormido, poniendo en orden las opas de la cama, y salían.
Unos ininutos después entraba Elvira, la vecina. Era rubia, dulce y bonita, con esa gracia un poco triste, fugaz resplandor en la juventud de las mujeres pobres. Estaba de novia y era costurera. hurtadillas, entre los tules, cintas y encajes con que trabajaba primorcs, cosía su propio ajuar muy modesto, como esas alianzas de los pobres, que fingen un oro de brillo caduco y vergonzoso.
Compadecía al niño que había mecido pequeñito, y para distraerle urdía con mucha gracia e imaginación, historias maravillosas que recreaban a un tiempo su propia fantasía desmedida y ardiente y la del enfermo que la escuchaba luciendo una doble llama de fiebre y curiosidad en los preciosos ojos.
La pieza era estrecha y recibía luz por una ventanita donde crecía un geranio dentro de una lata medio oxidada. Las flores de sangre y el canario saltarín eran el lujo de aquella miseria, el ibis osa en el pantano, junto a la infancia atada por la cuerda roja de la enfermedad. El niño, cerrando los ojos reconstruía dentro de sí hasta el más leve detalle del cuarto donde languidecía: la inancha humedecida del yeso en un ángulo del techo, el espejo del armario cuyo vértice superior negreaba, falto da azogue, los hilos de sol que se pintaban verticalmente sobre la pared según la hora del día, el ruido de la baldosa que fallaba bajo el andar apresurado de los vecinos, junto a la puerta.
Reducido el mundo para él, dentro de unos límites oscuros y miserables, ascendia por la imaginación como si le crecieran was alas fuertes y anchas o como si convertido el ventamillo en una de esas bolas de cristal donde se lee el destino, viera animarse alli paisajes de colores.
Tendía la manecita abierta sobre el rayo de sol que se acostaba en su pecho escuálido y mirándose el amaje azul de las venas. dolorosamente acusado a través del cutis anémico, escuchaba a la narradora en cuya voz muy dulce vivían visiones incomparables: perfiles de oro, sutilisimos encajes do bruma. Muy despacio, iban pintándose los límites fabulosos de una tierra sin nombre, donde los niños no conocían el dolor y los hombres no padecían la pobreza ni la injusticia. Allí, habia rosas que jamás se deshojaban, frutas que volvían a espesar su pulpa sabrosa, sobre el luueso desdeñado en el polvo, árboles a cuya sombra verde y fresca no se podía morir. chicos enfermos, ino, Elvira?
La costurera se inclinaba a cortar el hilo con aquel ruido peculiar de Campo inuerto de sedl, de un amarillo ardiente.
Bajo el azul sin nubes de este cielo inflamado.
Por las huellas resecas marclio casi inconciente.
Tiemblan alas de fuego en el aire caldeado!
los dientes, que divertía al niño. Claro, que no. ¿termómetros. Aludia el nene en una forma tácita a su terror noc.
turno, renovado cada vez que los padres retiraban del bracito ardiente, el cristal medido que denunciaba implacable: 39 grados. Tampoco, soncito. No ves que es la tierra de la Alegrín. Alli no se necesita peilir nada. Basta desearlo para que se forme en el aire azul, siempre al alcance de la mano. Que lindo sería vivir en esa patria!
Entonces, Elvira dejando che laidoo sui costura, se acercaba a la cama recibía el peso ardiento del niño sobro su pecho. Una ternura inmensil.
desconocida, fluyente de lo más hondo de su lástiina lumaua, de su destino de pobre, de su cariño sensible de novia que sonaba ser esposit y nadre, desbordaba en el abrazo ceñido, en el fervor de carilad que le entibiaba los labios frescos sobre la frente ardorosa del niño. Pobrecito, lindo, mi ángel. vor si duerme un ratito, eh? Hay que ser bueno y obediente para curarse pronto. En la casa de vecindad todos tonían un mimo para el enfermo al que vieran de chiquito seguir muy curioso la marcha de las hormigas sobre las baldosas coloradas del patio.
En esa hora indecisa entre el cicpúsculo y la noche que enciende las lámparas del suburbio, los vecinos so allegabau despacio al cuarto del enferino. Francisco, que vendía frutas, reservaba siempre alguna naranja rccatada en sus gruesas manos cruzadas en la espalda, mientras suavizando su voz estentórea preguntaba desco la puerta con su acento italiano. Eh. Qué tal pacarito? la baldosa vacilaba con un ruido particular bajo su planta recia.
El viejo Juan haciendo una excepción en honor de Guillermito, train su organillo cansado de morder 110 mismo tango por todos los barrios tristes de Buenos Aires y daba vueltas a la manija con su única sonrisa del día, triste, cansada, incomprensible sonrisa del que arroja unos ins: tantes su fardo, para enjugarse las sienes madorosas. Embolesado miraba el niño a la cotorrita, amniga y colaboradora del organillero. Trascendía del ave ocupada en atusarse su plumaje verde y lustroso, um color de naturaleza libre y saludable, de fronda caldeada por el sol.
Una noche quiso el niño que la catita le sacara su suerte y el animal graciosainente hundiendo el pico, rosado entre los papeles angurales, sacó uno de un bonito azul, cuyas letras descifró Elvira inclinada sobre la lámpara. Que vas a ser rico. y feliz. y a vivir muchos años. Qué suerte! Qué suerte! todos ustedes se vendrán conmigo, 110? será como en esa tierra que tú dices, Elvira.
La novia Sonreía con dulzura, ocuHierve in mar escarlata ile luz el oeste y al fundirme en la llama de la hora terrible nado en un fuego liquido, soy la niebla celeste que suspiran los charcos en vapor invisible.
Pampa trágica y dura, desgarrada en la espina de los carlos hostiles, sedienta en los rastrojos, honda de cicatrices. brava tierra argentina, ipaisaje al que se adapta el hambre de mis ojos. Desmido en ti oni alma fuerte y desmesurada.
Tú sí que me contienes y me libras, yo siento que aligera mi angustín, caminar tu abrasada extensión implacable, sola en ti con el viento. 12 octut 110 Miro girar la ruela constelada ile la noche, y sujeto el pensamiento a aquella luz florida en rosas de oro, pero me abate mi dolor inmenso sobre el tapiz de sombras y de pastos.
Sombra en la sombra, dulcemente pienso: Que el alma se liberte en ese impulso desesperado que precede al vuelo, que mi tierra se liermane a este reposo, que el fluir de mis venas claro y lento se inyecte en las arterias subterráneas, que la vida aquietada de mis delos se pierda en las raíces vegetales, que se espa rzan al aire mis calellos, que el susurro apagado de inis labios cunda en el viento.
que me disperse en todo exprimida y dona la hasta en mis sueños. Pasa a la página 255. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica