72 REPERTORIO AMERICANO La ciudad del poeta Del precioso libro Enrique Ileine. El poeta de nuestra intimidad. BAREL. Buenos Aires. Madrid. 1927.
vez Enrique Ileine ihan Casa donde nació el poeta, en Dusseldorf Esta ciudad, señora, es sin duda una de las más hermosas de Alemania. Es hermosa, pero no es ilustre, porque en ella no ha nacido hasta hoy ningún varón famoso en las artes o en las letras.
Tal cosa dijo un día a la señora Elisabeth Heine, hija del respetable doctor van Geldern, el abate Daunoi, mientras se alisaba la peluca parda con sus dedos tristemente flacos, cuyas yemas ostentaban manchas de color castaño dejadas por el rapé. El abate Daunoi era un viejo emigrado francés que había olvidado en el destierro de Dusseldorf las heregías de los convencionales y los horrores del cervecero Santerre. Sólo conservaba en su memoria la ima.
gen de las bellas amigas del barrio de la nobleza y las cartas de lineas borrosas en que una actriz de otro tiempo o una dama de blando corazón le hablaban de horas fugitivas y de encuentros amables. Vivía en la pobreza y enseñaba a los chicuelos de Dusseldorf el idioma divino de Ronsard.
Sin embargo, se advertia en su lenta y mesurada palabra, en sus ademanes discretos y en el lustre de sus uñas cuidadas, la gentileza de un verdadero abate del siglo XVIII, que por una contradicción del destino hallaba buena hospitalidad y cordial acogida en la casa del Arca de Noé, casa judía, cuyo dueño era vendedor de tapices y cuya dueña admiraba a Rousseau y leia con reflexiva fruición las páginas del Emilio. En efecto es en el saloncillo sobrio y tibio de la señora de Heine, donde se veía más al emigrado y es allí donde solía disertar, en presencia del rector Hugo, sobre los versos latinos de los colegiales y los epigramas del señor de Voltaire. veces se conversaba de ingeniería, porque era la época gloriosa del Imperio y pocas personalidades de alto linaje dejaban de envidiar la suerte de los estrategas y el prestigio de los físicos; mas, nunca se levantaba la tertulia sin que se elogiase la ciudad, porque la señora de Heine, a fuerza de leer a Rousseau, tenía el alma sensible al paisaje. Es por eso que el abate Daunoi, en quien persistía el espíritu galante de su juventud transcurrida en los cenáculos cortesanos de París, jamás olvidaba agregar. Dusseldorf es una de las ciudailes más hermosas de Alemania. Dusseldorf era entonces una ciudad hermosa. Las fortificaciones habían sido convertidas en jardines y el sol, al caer sobre la calle del Canal y la avenida del Principe, iluminaba con gracia moderada, con suave romanticismo germánico, la estatua del pintor Cornelio. De noche, la luna envolvía el antiguo palacio del Elector, a fin de que los estu Ya se diría eso algún día, señor rector, Simón de Geldern amaba las aventuras extraordinarias, los dnelos de los caballeros, los relatos de amores sublimes. Era feo, ridiculo y jactancioso. En su altillo, en el fondo de la casa, colgaba del muro un tapiz oriental y una espada mohosa. Allí pasaba largas horas Enrique Heine para no estudiar las lecciones de geometría del profesor Brewer; allí hojeaba los libros franceses del abate Daunoi, con ejemplos de Racine y de La Fontaine, con pasajes de Bossuet y de Descartes. Sobre el ralo tapiz se veía una doncella con un cántaro y un moro de extenso albornoz, que se inclinaba ante ella con noble humildad. Enrique Heine tenía quince años, y encontraba a la doncella del desvanecido tapiz parecida a sui prima Amelia, a la cual dió cierta un beso mientras vagaban entre los tilos. Pensando en la figura del tejido antiguo y en la deliciosa muchacha cuyos labios no se apartaban de su recuerdo, hizo cosa de nada unos versos que empezaban así: Todos los dins chigo al levantarme ivendrá hoy mi dulce amor?
Quiso mostrarlos al rector Hugo, inas no se atrevió porque el rector Hugo leía únicamente Las Alesiadas, y creía que los poetas no deben einpezar las composiciones sin invocar las musas, según se deducia de las opiniones del maestro Schlegel. Quiso también leerlos al abate y tampoco se decidió. Los leyó al buen tio, al tío ridículo, al fantasioso Sis món de Geldern, y éste se echó del altillo abajo, cayó al saloncillo y sin mirar quién estaba alli, declamó cou aire trágico los versos destinados y conmover corazones en todas las lenguas y en todos los paises. Nadie aprobó los versos, porque el saloncillo estaba desierto, y Simón de Geldern se retiró acariciándose la inmensa nariz, como era su costumbre. Heine no quería estudiar înás.
Lo obligaron a trabajar en un banco para que fuera banquiero como el señor Rothschild, le obligaron a trabajar en una casa de comercio para que se hiciera rico como el fabricante de punch. Heine hacía versos. Ya había hecho, al alojar en su casa a granaderos franceses, aquel romance triste y heroico: Francia dos granaderos La certidumbre de su suerte le comunicó el orgullo de los predestinados. Gustaba decir más tarde con dolorosa malicia. Rector: Dusseldorf será una ciudad famosa porque con el tiempo vendráu ver la casa en que he nacido. Las mises se deten(Pana a la pagina 74)
diantes y los tenientes se sintie lón derruido, un frontispicio resran penetrados de melancolía al quebrajado y decirles: aqui nació musitar al oido de las muchachas Hans Sachs, aquí nació Alberto de la vecindad, estos versos de Durero. Dusseldorf gozaba de la Lamotte Fouqué, aparecidos un celebridad vulgar y grotesca que domingo en El Almanaque de las le daban sus fábricas de punch y Nusas: de mostaza. En la taberna de Tienes las pupilas verdes, Auerbach, donde el doctor Mefisverdes como las ondinas.
tófeles hizo salir vino de los can¿Tienen alma las ondinas?
tos de la mesa para mostrar a los Un poco más lejos, el Rin se estudiantes de Leipzig lo que podeslizaba, quieto y nostálgico, dia y lo que sabía, se encomiaba animando con su melopea secuel artículo diciendo: lar al laud del secular castillo. Este punch es de Dusseldorf.
En Nuremberga, cuando se reuque mostraba en la ribera bornían los cantores a celebrar la deada de tilos los negros ventanales que amaba Novalis, poeta primavera y comian estofado de triste y nocturno como el ruiseganso de Hamburgo, saboreaban la ñor. Pero Dusseldorf no era presa comentando: una ciudad célebre a pesar de los jar No hay mejor ganso que el de Hamburgo, ni mejor mostaza que dines, de la Galería de Pintu la de Dusseldorf.
ras y de las tardas velas El rector Hugo solía preguntar que cantaban los marineros hispor eso a la señora Heine y al torias de raptos y de tesoros, a señor Simón de Geldern, que leía pesar de la puerta esculpida de la novelas y tenía la nariz como iglesia y de la cornisa lúgubre Cyrano: de la sinagoga. No caían en las. Cuándo se dirá en Hamburgo fiestas viajeros ingleses, ricos hay en Nuremberga que no hay rones de Suecia y magníficos poeta más admirable que el de príncipes de Rusia (que ya iban a Dusseldorf?
París en busca de finos placeres) La señora Heine, que no guspara recorrer los parques y comtaba de los poetas, miraba con prar objetos, evocadores en los temor al pequeño Enrique y conaños finales de los itinerarios he testaba: chos a través del mundo. Qué Nunca, señor rector.
harian en Dusseldorf. Acaso po Simón de Geldern respondía día llevarlos el burgomaestre por mirando con secreta esperanza a la ciudad y señalarles un porta su sobrino Enrique: en Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica