REPERTORIO AMERICANO fi de mal gusto romántico, le desagrado. Y, de madora florecia en sourisas, en espumas, en jando el compromiso de la elección al capri encajes de rizos. luego, al inmovilizarse, cho de la ultima hora, los encerró a todos en se deshojaba, pero también en espumas, en el estuche de trabajo y se fué al circo con sonrisas de encajes, en encajes de rizos.
paso indolente, arrepentido, como el que los Su sensualidad informe como una amibaobreros emplean para dirigirse al taller. no tenía ni principio ni fin. No la limitaba la desnudez, ni la subrayaba el atractivo galante de las mallas color de rosa. Aquella magnifica Aquella noche de diciembre era, sin duda, abundancta dorada que destacaba sus formas el tipo inefable de lo que los empresarios en de sirena de mitologia flamenca, necesitaba tienden por una noche de gala. Las mujeres realmente, bajo la luz de las lámparas de arco, traian, entre las pieles de los abrigos, unos que el Juglar la vistiese con una castidad de descotes valiosos, blancos, pronunciados y ni puñales.
veos. verdaderos paisajes de invierno. que El principio de la operación produjo en el avivaban la nostalgia de Suiza en la imagina público el entusiasmo de sienipre. Los espec.
ción de Guillermo Tell.
tadores, adheridos a los asientos, temiall y En la pista veinticuatro bailarinas de Toulousedeseabani una vibración de la mano perfecta, Lautrec sostenían una guirnalda de flores arun desvío, un error, il estremecimiento homitificiales, en que los inatices de la inúsica, res cida del puñal. Se oia latir, en un solo pulso, balando unos sobre otros, construían una delicada el corazón de dos mil trescientos cincuenta y orografia de acuarela. En cuanto desaparecie ocho relojes de pulsera.
ron, los aplausos de la concurrencia saludaron Uno por uno, los puñales del Juglar de Nuesa Oscar «el elefante que sabe contar. el éxito tra Señora iban tocando, con un ruido sordo de la temporada.
de la madera mordida, los puntos del biombo Como Guillermo Tell y como el propio Juglar que todos los días estaban habituados a herir.
de Nuestra Señora Oscar era uno de los atracEl primero, debajo del brazo derecho, en la tivos esenciales del Circo de Invierno. Sus sombra de la axila recién afeitada. El segundo, compañeros que lo sabían le consagraban no un poco más abajo, en el litoral de los senos.
obstante un amor fraternal. Por eso, mientras El tercero. ll el golfo de la cintura. El cuarto, Oscar saludaba al auditorio con una inclinación como una rienda, en el principio de la cadera.
de la trompa, el Juglar y Guillermo Tell se Las luces del circo brillaban sobre las hojas cruzaron una mirada sin acritud. Más fuerte de los puñales y el Juglar las veia partir, mulque el odio, en esos momentos, era en cada tiplicadas por la prisa; ansioso de la ceguera cual la costumbre de adinirarse en el otro. que lo aturdiese, excusándolo ante si mismo de demostrarse su admiración.
del crimen de que no necesitaria después exCuando llegó el turno del Juglar de Nuestra cusarse ante nadie.
Señora, los tambores hicieron correr cuatro Doce, trece puñales habian dibujado en el. veces, en el paisaje burocrático de la orquesta, biombo la mitad del cuerpo geográfico de la el mismo escalofrio de milicia municipal.
Junto a la mallas negras del traje, que ceñía Jaime Torres Bodet más el esqueleto que el cuerpo delgado del malabarista, la carne color de rosa de la doMadrid, 1930.
domadora. Los espectadores al verla, puntuada asi en las latitudes de la carne, se sentian contentos del viaje, como los pasajeros de un trasatlántico a quienes el capitán muestra todos los días, a las doce, el mapa en que ha marcado las alturas recorridas.
Una embriaguez metódica envolvia al Juglar.
Pero, a pesar del deseo, sus manos acostumbradas a la pericia 110 acertaban a equivocarse. En vano mudaba posturas y arrojaba de espaldas los cuchillos más peligrosos. Coino atraidos por um imán invisible, todos caían exactamente en ese punto del litoral de la mujer entregada que podian tocar sin herir.
Veinticuatro, veinticinco puñales habian terminado casi de figurar, en acero, el contorno de aquella silueta demasiado blanda. sólo quedaban dos; de los cuales, el primero fué a insertarse en la orilla del pecho, en el ángulo preciso en que lus espectadores lo esperabant.
Vencido por la costumbre, artista derrotado por la perfección implacable de su estilo, el Juglar cerró los ojos, desesperadamente, para lanzar el puñal número veintisiete hacia el corazón de la domadora, Dentro de él, todo habia muerto: la fe, la paciencia, el recuerdo de su primera represen.
tación en el circo, la sonrisa bondadusa del prior, el milagro y la beatitud de la Virgen Maria.
Un estallido metálico ¿de aplausos? lo desperto. Inútilmente buscó un hilo de sangre, un coral, en la blancura de mármol de lo que ya consideraba el cadáver de su compañera color de rosa. Debajo del brazo izquierdo, en la penumbra voluptuosa de la axila recientemente afeitada, el mango del puñal número veintisiete vibraba todavía, con un estremecimiento diabólico, más poderoso que la voluntad de su dueno, más responsable que el crimen, perfecto, cotidiano y estéril. coino la costumbre que lo disparó.
En la quietud del campo De La Prement, Managua, Nicaragua En la quietud del campo, sonoramente muda, para él no se da fruto ni amargo ni prohibirlo, nos entra un ansia viva de perder, en el rasto y porque el no se cuida de nada, Dios lo cuida.
himeneo del sol con la tierra desnuda, il ivir asi quisiera, con envejecimiento la aflicción del espiritu que lucha por ser casto.
ile palo engarrobado que ha de acabar en leña, Engendrar sin deseo y dar a luz sin grito, con una que otra orquidea por todo sufrimiento, en ritmo tan igual que a todo ritmo ceda, y uno que ofro retoño de lo que el alma sueña!
fundiéndose el anhelo de todo lo finito il irir casi sin alma iniiridual! Tornarme con la última substancia que de la vida queda.
requemado y calloso y callado y astuto, Con la última substancia, que es tanbien la primera y morir sin que nadie se ocupe de llorarme como el fin del otoño por fuerza es el invierno como, ile casi nada, se muere cualquier bruto.
y como el del incierno por fuerza es primarera Sin lógica, sin ética ni epistemologia, en las cuaternas rimas del verso del Eterno.
sin arte y sin polilica, sin rezo y sin historia, sin los terrores locos de la escatología.
Aqui la flor más frugil da la lección más fuerte, y son superfluos Thales, Sócrates y Epicuro; sin voluntar, sin lucha, sin nombre y sin victoria.
nos muerde sin ponzoña el diente de la muerte Fuera el viento mi requiem, el viento que aquí muece y el morir que el vivir es igualmente puro.
polen que nadie estima. Sabéis que olores Los hombres que da el campo no necesitan ranas de flor? Amor que eleva sus ansias y las lluere, Dios en el viento, Dios en comunión de flores.
palabras, ni conceptos sutiles, ni suntuosas vaciedades retóricas: acias, las campanas iLlegarii Dios a mi, bajará a mi del cielo, mueren badajos locos: De nada de estas cosas como a la tierra humilele, que yo también soy tierra. En dónde fue que oi que Dios está en el suelo?
sabe, feliz, el hombre del campo. Igual que estaca ¿Cuil era la verdad que esa palabra encierra. se siembra, y pegu, y bueno; y si no peya, bueno.
Su misticismo cabe en un ojo de vaca. Ah vuno dialogar del torpe orgullo humano.
y tiene braras patas, terrosas, de Sileno.
con el racio! En cambio, uma vaca ha mugido. he aqui que riene, presuroxo, un raqueano Sin afilarse nunca la punta del sentido a decir, joh milagro. que una vaca ha parillo, entra muis que los otros humanos en la rida; o que ha muerto un ternero que ayer estaba sano.
Salomón de la Selva Finca La Guadalupe. Leon, alril 25 de 1929. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica