116 REPERTORIO AMERICANO Salió la moza, en la mano un jarrito descas. tarse y luego, ahito, iba a tenderse bajo la por servir al ajuerano, que recibia estos halacarillado, dispuesta a ser amable con el foras. sombra de un guindo, acribillado de frutas os. gos con la naturalidad, sin agradecimientos, de tero. Al atravesar apresurada el camino de la curas como sangre coagulada, que caían sobre lin marido. Veiala quemarse los dedos, en las ramada al rancho, sus pasos se alargaron en él con suave golpe, a cada ráfaga de viento. noches, al sacar las doradas tortillas del monun ridiculo trote de caricatura. La vida entre veces, si su pereza se lo permitia, alargaba toui de cenizas y cebar cuidadosa el viejo mate aquellas faldas que parecen precipitarse en la mano y tragaba guindas con incansable vo. de calabaza que alargaba a Nicomedes con fuga vertiginosa hacia las partes llanas, habia racidad hasta que un sueño espeso, tenaz, lo una sonrisa satisfecha y pedigüeña.
impreso a su andar seguro de moza robusta hacia roncar ruidosamente. Por entre el ver ¡Ah! viejecita de la sierra, de arrugadas caruna actitud de eterito ascenso.
dor movedizo del árbol cabrilleaban rayolas nes y ojos helados, bien haces en defender Nicomedes paseaba sus ojillos azules por el de sol, que de cuando en cuando jugueteaban tus ganancias y el pan escaso de tus dias sepequeño recinto encerrado entre cerros; y una en la barba de Nicomedes. la canción del rranos; bien haces en prevenir a la moza inexsuavidad cariñosa, como si se sintiese libre de agua, uniforme y potente, llenaba la quietud perta que siente arder su sangre al contacto insoportables ligaduras, envolvía su cuerpo cristalina del aire montañés, y detrás de la de unas palabras más dulces que los cóguiles macerado. Comenzaba la siesta serrana: una choza, fulgurantes, inquietos, heridos con la almibarados de las cañadas; pero ya es inútil: paz luminosa se adormecia sobre los picos ro fiecha divina, los ojos de Florinda se en el sol ha derretido la nieve del ventisquero y jizos; el cielo, de amable transparencia, azu cian hasta la humedad, ante el robusto corpapor las hondonadas y las quiebras, por los leaba quieto y hermoso por encima de las chón de Nicomedes sesteando a la sombra del abismos y los penascales, se desborda el agua cumbres, el río cantaba su abrupta canción guindo. Una inquietud desesperante mordia la juguetona, exaltada en santa desesperación, lle.
entre las piedras del lecho y el corderillo ba carne de la muchacha: extraña laxitud inmovi vando ell su seno semilla de vida fecunda y laba entre los brazos morenos de los mucha lizaba sus miembros duros y morenos, muscu.
eterna.
chos, con balido dulce y prolongado.
losos como los de un muchacho robusto, al ba Florinda ya no disimulaba su cariño. las jar al rio con su atado de ropa y su lustrosa observaciones secas y duras de la anciana, II paleta de lavandera. Quedábase helada, llenos habia opuesto una murria obstinada y hostil.
El bandido sintióse a sus anchas en el ran de fuego los ojos, mirando las zabullidas acro Dejaba que su madre hablase a borbotones de cho. La vida tranquila, abundantemente nutribáticas de las corrientes, pequeños patos que la «sinvergüenzura» del mozo, de su terrible da, hacia renacer poco a poco sus fuerzas. resisten con extraño placer el explosar de las voracidad y de su risita engañadora. En las Hiuchábanse de grasa sus carrillos tostados y espumas desbordadas. Tenía que detenerse noches, al tenderse en su camastro, en el inresplandecían de salud sus ojillos de peuco. veinte veces en el sendero empinado que baterior del rancho enhollinado, la voz aguda de Sin saber por qué imaginábase completamente jaba al río, presa de un extraño cansancio; y la vieja, con rara locuacidad, esgrimia aquella libre en la choza, no ignorando que a tres ho entonces, com histérica exaltación, apretábase arma de crítica que terininaba siempre en una ras de camino estaba el resguardo de cordisu naciente seno de virgen y cubría con una frase balbuceante y apenas perceptible: llera; pero esto no lo inquietaba. Seguramente inmensa caricia de amor, la montaña salvaje. Vos no sabis qu ese ajuerano es treicionero no sería él. de los más perseguidos, puesto el río sonoro y el cielo impasible. no venia como cernicalo.
que su crimen había sido una riña, como las la calma realmente sino cuando, so pretexto Cada palabra caia en el corazón de la moza hay a millares en las cantinas. Su vida oscura de colgar la ropa al sol, entraba al pequeño como una gota de nieve, implacablemente desy vagabunda nada tuvo que ver con la polihuerto de frutales, donde el mozo dormia la tructora. Se revolvia desesperada en las sácia. La traicionera puñalada era para su moral siesta; y enhebraba el palique, sintiéndose ale banas burdas del lecho, y cerraba los ojos de matón, la pena que merecía la audacia del gre y contento con los dicharachos de Nico para ahuyentar la voz maléfica que amargaba carrilano, y como último recurso, conservaba medes. Habia largos instantes de silencio, si su dicha apagando esa luz maravillosa que la bien guardado su título de cabo en la cartera lencio grave de la altura en el que sentia latir hacia languidecer conïo en un espasmo, al acainterior de su chaquetilla, titulo que era su or su corazón montaraz de invencible deseo, sin riciar con sus ojos el cuerpo varonil y fornido gullo y su gloria. Habiale crecido la barba, encontrar en los ojos del guaina ese tibio ful de Nicomedes Román; pero en el interior, se vigorosa y espesa, de un color de estopa; y gor de correspondencia.
habia cuajado, con ciego determinismo, su versu improvisado traje cuidábalo con una pulcri Vivia la sierra con vida imponente y inajes. dadera decisión: queria al joven y no habria tud de petimetre. Todos los días limpiaba sus tuosa: graves y solemnes, levantaban las cuni fuerza humana que la separara de él. Su rancho, alargados zapatos de chulo, y todos los dias bres al cielo sus conos que la nieve suavizaba las ropas que lavaba todos los dias, las pláticas se anudaba al cuello su pañuelo de seda des y de las quiebras y hendeduras de sus lade interminables al calor de la fogata en las siteñido por el uso, haciendo prodigios de ingenio ras bajaban hirviendo hacia el lecho del rio, lenciosas noches cordilleraias, sus hermanillos, para presentarlo por el lado más limpio y ata un millón de arroyos cristalinos. Cantaba la su misma madre, buena a pesar de sui avaricia, ba a su robusto tronco, cou pliegues innume. sierra si canción sin término, bajo la augusta todo eso eran lazos de los cuales tiunca se rables, la banda roja de nuestros rotos. Su y enorme plenitud de los cielos. Acá abajo, ro hubiera desprendido, era carne de su carne, vida anterior. renacia en medio de la sierra jeaban las guindas y palpitaban los cuerpos de sangre de su sangre; y el solo pensamiento como la simiente de las yerbas al beso del deseo.
de separarse de ellos, de cambiar de vida, sol, después de haber dormido bajo un manto Mire, Florinda, mire ese pollo rabón que aunque fuera vida más holgada y agradable, de nieve. Qué agradablemente llegaba para el los nira asustado. Nos cree novios.
la hubiera muerto de pena; pero ahora nacia la hora del mediodía, con las sabrosas presas La moza sonreía con infinita dicha y sin mirar a en ella un alma desconocida, generosa, abnede la cazuela chilena, cuyo caldo espeso esNicomedes, sin hallar qué hacer con sus manos gada, llena de bondadosa indulgencia; tacia el polvoreaba de aji la mano morena de la Flo curtidas de trabajadora, observaba sentenciosa. anior en su carne endurecida por las privarinda. Sacaba chorreando de liquido sustan ineute: ciones como el rojo resplandor de las amapocioso y humeante la cuchara de hojalata y Es que debe haber visto una culebra. las en la falda de las montañas al llegar la chupaba insaciable la pulpa rosada del trutro primavera. en el fondo de este aturdimiento, o la carne harinosa de la pechuga. Bien veia como una rosa de rubor, púdica y sensual, Nicomedes que la moza lo miraba con buenos Desde hacia algunos dias notaba Nicomedes formulábase la gran pegunta. ojos; y el esperaba sacar el provecho conve en los ojos de la vieja un rencor sin disimulo. Cuándo me dirá que me quiere. a peniente de esta afición. La muchacha y los pe. En sus ojillos turbios y desconfiados palpitaba sar de la madre, del rancho, de sus hermaniqueños eran su apoyo en contra de la anciana un odio animal, acometivo. Ya no era un mis. llos, la sangre contestaba victoriosa, inundando en cuyos ojos, de agudo mirar, palpitaba una terio para ella la actitud del bandido, desver de una oleada de vida las mejillas cetrinas de desconfianza rencorosa. Mientras el hombre gonzado y flojo, veía alejarse las monedas del la muchacha. Vete con él, vete con él, tontona!
anduviese en la pampa, Nicomedes sentaria hospedaje; y una rabia vengativa, que la so con el se fue la moza una mañana de fesus reales en el rancho; después, para el pago ledad de la montaña arrinconaba en el pecho brero. Casi no supo cómo habia aceptado. Un de su comida y del talaje del animal, Dios di. como un murciélago, la volvia de un genio día, a la orilla del río, mientras apaleaba la ria. Perezosamente resistíase a pensar en esto; endiablado. Esperaba todos los días impaciente ropa y a fuerza de golpes queria como apagar y si un asomo de peligro vislumbraba en la que llegara algún pastor de Don Nicasio en su pena, confió a Nicomedes el secreto de su bruma de su naturaleza instintiva, hacia un busca de provisiones, para mandarle un recado pesar, la necesidad que tenia de irse porque gesto indolente, mezcla de desprecio y asco al marido sobre este intruso que habia tomado un inquilino de don Nicasio habia traido la infinitos, diciendo: posesión de la vivienda y no había modo de nueva que su hermano llegaria al «Médano. Salvando el pellejo.
alejar. Se daba cuenta claramente la vieja de en algunos dias inás. Lo habian encontrado en Llevaba una vida animal. Comia hasta har la predilección de la muchacha, desviviéndose el «Cajón del Guanaco» con un piſo de ya Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica