70 REPERTORIO AMERICANO bolsa, y extrajo entonces siete puñales de hierro, que la vejez de aquella sola mañana había cubierto de orín. Frente a él, se había ya reunido un pequeño grupo de personajes curiosos cuyos semblantes, enrojecicos por el frío, le recordaban las tardes de éxito vividas, mucho tiempo antes, en las aldeas de su vieja Bretaña.
Sin embargo, antes de principiar, aseó cuidadosamente sus armas y cuando las halló suficientemente brillantes capaces de distinguir, en su reflejo de acero, el semblante de un enemigo de la sonrisa de un traidor el Juglar anunció, con un ademán elocuente de las dos manos asidas, en el aire, que la suerte iba a comenzar en seguida.
Los puñales, arrojados con fuerza por una sola emisión de los dedos, volaron hasta insertarse en las fundas de una panoplia de niebla, que ninguno de los espectadores veía. De allí, uno por uno, salieron nuevamente de sus vainas y, unidos por el extremo de las empuñaduras, formaron de regreso en la mano del Juglar una rosa de siete pétalos de acero.
El acto se había realizado con una perfección tan trasparente que a todos debió parecer un poco misteriosa. los aplausos sonaroni pero débilmente, ensordecidos por la desconfianza y seguidos, sin intervalo, por la desaparición de todos personajes del público.
En el siglo xill, los espectadores pagaban mejor.
Uno había permanecido, no obstante, y, apoyado en el marco de una puerta cerrada, veía con interés al fuglar. Seria un anticuario. Prudente, el titiritero escondia en la bolsa sus puñales antiguos y se dispuso a partir. Sin embargo, en los ojos que lo veian brillaba una claridad afectuosa. Por qué motivos aquella mirada le recordaba la del hermano prior?
El desconocido que deja de serlo. le dijo, en el latín cosmopolita de los empresarios, pertenecer a la dirección de un circo de lujo, en donde faltaba, precisamente, un malabarista.
El Juglar no supo bien el valor de la moneda en que lo pactaba. pero acepto desde luego el contrato. le agradó, sobre todo, que el empresario le ofreciese para firmarlo, ell vez de la estilugráfica con que escribió él mismo sul nombre, una decorativa y auténtica pluma de ave.
busca, en los circos, no es la del público, sino rosa, un ejemplar del Adonis de La Fontaine, la de los actores.
en la edición elzeviriana de la libreria LemePara no verse precisado a despedirlo, el rre. ella celebraba esta puntualidad de la empresario rico en anécdotas iniaginó el ar exactitud que, en los puñales del Juglar, le pagumento de un número sensacional: adherida recia tan laboriosa y tan insignificante.
a un biombo de madera, la domadora, en traje Una noche, como se hubiesen retrasado en de mallas, dejaria que el Juglar fuese dibujando el jardin, discutiendo a propósito de estas disu silueta con los cuchillos que le lanzase, uno ferencias las que existen en economía politica por uno, desde un punto situado a 12 metros entre la idea de esfuerzo y la de trabajo, Guide distancia.
llermo Tell insistió en repetir el juego, pero Los ensayos prometían ser bastante dificiles. con una estrella.
Además, el Juglar se resistia a iniciarlos. Su amante se oponía al proyecto, temerosa Fué preciso entonces que el empresario des de llegar demasiado tarde a la representación. pertase a Guillermo Tell del sueño de la vieja ¡Pero Guillermo Tell empleaba un repertorio partitura de ópera en que dormia, para que tait convincente de súplicas! Su carcaj y sui este personaje convenciese al Juglar de que vientre le daban, por otra parte, un aspecto existen juegos de puñal y de flecha que los mitológico de Eros de Terracota, envejecido, buenos malabaristas y los arqueros exactos puepero bastante solemne.
den imponerse sin escrúpulos.
Para sacrificarla, escogieron una estrella los cuatro meses de ensayos diarios pri pequeña, de parpadeos todavía ignorantes, de mero con puñales de pluma, después con pu niña que no se ha pintado nunca los ojos. Soñales de goma, más tarde con puñales de ma bre las trenzas de la domadora, demasiado rudera y, por último, con puñales de metal el bias, aquel asteroide brillaba con esplendores Juglar habia dominado la suerte. Pero la do escolares, como una luciérnaga aprendiz. Cuanmadora había dominado al Juglar. Un cuerpo do lo atravesó la punta ile la flecha de Guique se pone en peligro eno es, casi, un cuerpo llermo Tell, una frescura indecible se derramo que se posee?
por todos los músculos de la amazona vestida.
Durante cuatro, cinco, diez, doce meses, dos Y, al llevarse las manos a los cabellos para años, el Juglar de Nuestra Señora dibujó las sentirlos mojados de aquella luminosa humedad, lineas del cuerpo de su amante, sobre el biombo se avergonzó de hallarlos tau limpios, tan sede madera del circo. Ni u rasguño, ni una cos y tan hermosos como antes.
herida recibió ella, durante ese lapso, en el No obstante, esa frescura extraordinaria la hermoso Rubens que le servia divinamente de seguía inundando de tal manera que, de proncuerpu.
to, sintió por primera vez en su vida la neDe noche, en los idilios de las casas de cesidad de llorar. De sus lágrimas, se asegura huéspedes en que se alojaban, los besos del qile Guillermo Tell tejió aquella noche un coJuglar querían ser tan exactos como sus pu llar de diamantes azules, inocentes y trémulos ñales del circo. Pero el arte de este monje, como estrellitas.
dos veces arrepentido, no estaba en la boca.
Sólo sus manos sabían honrar a las damas Poco a poco, a lo largo de estas entrevis.
que amaba. Y, con la misma devoción con que, tas, la sospecha penetró en el corazón del Juen 1254, lanzaba esferas de cristal ante la glar. Y, como en tales casos la realidad de la Virgen de su monasterio, vestía, en 1929, el evidencia no tarda mucho en seguir a la soscuerpo de la domadora, con una túnica de pecha de los temores, una conversación intepuntas de acero, imperceptiblemente tejidas.
rrumpida por teléfono, una mirada de complicidad interceptada, un beso adivinado en la La moral exigiría, en este relato, que la domáscara del maquillaje, todo le convenció del madora, salvada todos los días por el Juglar, engano.
amase al Juglar. Pero la costumbre, esa Divorciarse es un consejo que los matrimodad de las fábulas, exige precisamente lo connios pueden seguir agradablemente. Pero cótrario.
mo puede divorciarse de aquellas personas con Las caricias del Juglar tenían en efecto para quienes no hemos estado nunca casados?
aquella impaciente amazona, un tono arcaico El Juglar repasaba, en sí mismo, los torque el recuerdo livido del monasterio no lo mentos que los señores imponían a las castegraba hacer pecaminoso. Además, los dedos Ilanas infieles en los poemas que, cuando era del Juglar y sus puñales no conocían sino joven, los trovadores cantaban a la puerta de las siluetas de las mujeres. no se ocupabam los castillos, mientras lanzaba él en el aire rosino en respetarlas. Ella quería, en cambio, delas de plata, lunas, escudos de cobre, soles, que alguien ¿Pirandello. le descubriese una y puñales, puñales de todas clases, góticos, profundidad y la vistiese de su propio perso burgundios y sarracenos, de oro, de Ónix, de naje.
hierro, con empuñaduras cuajadas de leyendas Fatalmente, como en las novelas que el Ju moriscas, o mangos de madera de roble, en glar no había tenido tiempo de leer, la doma forma de cruz.
dora acabó por engañarle. fatalmente, esco Puesto que el circo los había reunido, el gió para este servicio al tenor de la vieja circo debía separarlos. En la cabeza escoláspartitura que los habia unido en el mecanismo tica del Juglar, este sofisma se construyó sode un mismo acto de acrobacia: a Guillermo bre bases absolutamente lógicas. Matarla, a Tell, a quien el empresario, en agradecimiento la luz de las candilejas, cuando su crimen no por su intervención favorable, se había resig fuese ya un asesinato, sino, apenas, una equinado contratar.
vocación!
Todas las tardes, antes del circo, Guillermo Decidido a dar este fin a sn drama, el JuTell y la domadora se dirigian juntos a un glar reconoció la urgencia de repasar el filo parque solitario, situado a cuatro kilómetros descuidado de sus instrumentos. Toda la tarde de la ciudad. Alli Guillermo Tell perforaba, los pulió deliciosamente, en secreto, sin resolcon la flecha de sus carcajes suizos verdade verse a elegir. Tan leales siempre en el arte, ros Longines del arco los objetos que su ca todos le parecían igualmente dignos de una pricho decorativo colocaba sobre la cabeza de distinción. Los conto: eran veintisiete. Los la domadora: una manzana, un durazno, una años que tenia la domadora. Esta coincidencia, verEn el circo, el Juglar de Nuestra Señora se sintió inmediatamente feliz, tranquilo de si mismo, seguro. Lo rodeaba un grupo apacible de equilibristas y de domadores. Las fieras, reconociendo en el muchos contornos de la Edad Media, le consagraron en seguida un afecto útil y pintoresco de gárgolas. La jirafa asomaba el cuello por encima de las gradas, para decirle la hora que era en el cuadrante del reloj de la catedral, y el gigante, temido especialmente por el alado pueblo de los monos, le enseñó a apagar el fuego de una antorcha, en el viento, con el golpe preciso de uno de sus puñales.
Por su parte, el Juglar ayudaba a los asnos a vestirse de cebras, y le ponia una peluca de león al perro de lanas de la domadora, y le ataba una joruba postiza, ortopédica, al dromedario sultán de cuello elástica de narguilecansado de representar su papel de Scheick lejos de las palmeras obsequiosas del desierto.
Lanzar siete puñales al aire, insertarlos en una panoplia invisible y recogerlos de pronto en una rosa de metal, es una suerte agradable y que puede parecer misteriosa. Pero el misterio que se repite, fatiga y la fatiga que se Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica