Imperialism

318 REPERTORIO AMERICANO Meregildo (Cuento regional)
Lisandro illalobos Aquella tarde, Meregildo, sentía un extraño y absurdo desgano en todo el cuerpo; pero más extraña todavía, era la terquedad inusitada de sus ideas, que saltaban en su cerebro con la necedad de las moscas, que se obstinaban en posarse sobro sul frente abatida por el rigor del mecapal; que mantenía inclinada su cabeza y fijos los ojos en la pedregosa vereda, que como vu viejo resorte metálico, unía desde tiempos inmemeriales, la existencia patriarcal de su cantón con la vida uniforme y rutinaria del pueblo vecino.
Caminaba despacio, deteniéndose a menudo a la vera del estrecho sendero; y con un peregrino sentimiento de abandono, depositaba sobre una piedra cualquiera de la senda solitaria, la pequeña y liviana carga que transportaban sus espaldas juveniles; aunque ya encallecidas por aquel trabajo in veterado de bestia do arriero, que es como una marca social que patentiza la esclavitud y abyección de su raza.
No era precisamente su displicencia el resultado del cansancio de sus piernas de veinticinco años prietas, curtidas y deformes, por las andanzas de su vida ambulativa de comerciante en baratijas; que va y vieno a través de toda la República; con audaces y repetidas incurciones a los Estados vecinos del Norte y del Sur; atravesando la guardaraya, por los enigmáticos vericuetos del contrabando, en la mera madrugada, en la hora en que las escoltas duermen el mejor sueñito.
Viajero humilde, discreto y tímido que conoce el encanto seductor de los caminos; y que sabo de todas las iniquidades y perfidias tropicales del sol, de la tormenta y del huracán!
Dos o tres veces, Meregildo estuvo a punto de hacerse daño en la frente, al quitarse con impetus de cólera el pedazo de cuero de mecapal, que en ocasiones (recordaba hoy) le había parecido más áspero, que la coyunda que se enrrollaba en el testuz de aquella yunta de bueyes, que algunos domingos al detenerse a la en. trada del pueblo para arreglar su carga, había visto paraclos enfrente de la casa del señor José el Secretario municipal uncidos al yugo y pegados a la carreta; flacos, petrificados y moviendo la cola, que pasaba de uno a otro de los ijares hundidos, con un isocronismo lento y moribundo. De las pupilas redondas, fijas y melancólicas de los cansados rumiantes, rodaban continuamente unos lagrimones turbios, que mojaban las piedras de la calle; y que ponían en el corazón de Neregildo una sombra de tristeza, que lo hacía levantar su fardo con precipitaciones de fugitivo y salir corriendo con incomprendidas esperanzas de olvido.
La brusquedad de sus manos no lograba espantar aquel enjambre de pensamientos, que se materializaban en la epiderinis de su cráneo, en una enfermiza hiperestesia de sensaciones y de estremecimientos, que fingian diminutas carreras de insectos tercos y punzadores. entonces emprendía de nuevo aquella marcha pausada, intermitente y de ignoradas repugnancias; la cual habría de llevarlo, en breve, hasta su ya cercana vivienda, en un retorno de quince días de ausencia con su comercio trashumante Amigo Garcia Monge: Me es gratisimo presentar a usted y a los lectores de Repertorio Americano, al Dr.
Lisandro Villalobos, actual Subsecretario de Hacienda de El Salvador. Es el tercer «Principe del Espiritu» que introduzco a las columnas prestigiosas de su semanario: hace tres años, Jorge Zalamea; ayer no más, Rodolfo Usigli. Villalobos hace honor a los anteriores. Además de ser un financista experto, cultiva con pasión la buena literatura, como puede usted observarlo en el cuento anterior, escrito durante su destierro en Guatemala, y que obtuvo el primer premio en inos juegos florales centroamericanos, habidos hace algunos años, en la ciudad de Quezaltenango. Conoci al Dr. Villalobos hace once años, cuando llegué a buscar refugio en esta generosa nación, expulsado de Honduras (1918. por el Ministro americano; por el grave delito de haber hablado contra el imperialismo yanqui, en un discurso pronunciado en el Teatro de Manuel Bonilla, de Tegucigalpa; con ocasión del centenario del nacimiento de Máximo Jérez, Ahora, es el gobierno revolucionario de Me.
rico, el que me niega la entrada al pais, en donde viví mueve años, sirviendo la causa agrarista. He llegado a convencerme, amigo Garcia Monge, que el periodista honrado es un ente descentrado en estas repúblicas cilidas del trópico; que se dirian arregladas expresamente para regalo y beneficio exclusivo de pillos y burgueses. Le felicito por la década feliz y fructifera que acaba de ajustar el Repertorio. Su esfuerzo nos sirve de ejemplo y nos estimula a seguir en la brecha, en pro de estos pueblos, a quienes creemos que, a pesar de todo, en el horizonte empieza a clarear el alba esplendente de la libertad de Hispanoamérica! Lo que nuestro Continente le debe a usted, por su trascendente y desinteresada labor cultural, lo han dicho ya, con palabras encendidas de amor, muchos grandes de ambos hemisferios: yo. humilde soldado en esta lucha titánica de la verdadera emancipación de nuestros pileblos me cuadro ante usted, y con voz temblorosa por la emoción, le repilo: presente, mi general!
Mario Santa Cruz San Salvador, 15 de Marzo de 1930.
de infimos artículos comprados, a precios despreciables en las piraterías practicadas al margen de los aforos aduaneros; y ofrecidos después, de puerta en puerta, en las moradas de las poblaciones que anidan en las frías concavidades de los Cuchumatanes.
De pronto, con uno de los ángulos del ojo, alcanzó a distinguir una invasión de Choconoyes, que manchaban de carbón las hojas verdes de las chilcas y de los raijanes, que enfilaban a los lados de la ruta. otra vez, con involuntaria resolución, se paró de golpe para contemplar aquel cuadro, que siendo niño, estuvo a punto de romperle las canillas al caer desde lo alto del paredón deleznable; hasta donde quiso encaramarse para sacudir el arbusto infestado, en cuyas ramas los gusanos hacían acrobatismos que le causaban una risa violenta y espasmódica.
Decididamente, no tenía ganas Meregildo de andar ni do llegar tan temprano a su rancho, en donde la mujer ya estaría calentando los tamales, en la amorosa videncia de su posible regreso para aquella tarde.
Se empinaba la vereda, trepando de allí en adelante, con prudentes desviaciones por los flancos de la colina, en donde se dibujaba muy bien la raya sinuosa (lel riachuelo, que a trechos, se escondía completamente, en las penumbrosas barrancas, que todos los años el Invierno cavaba, más y más, con la tranquila y estoica constancia de un se.
pulturero, que en las horas de tregua de su fúnebre trabajo, fuera abriendo su propia tumba.
Matizaba el crepúsculo el agua de la poza a donde bajaba la mujer de Meregildo a lavar los trapos; y a quien reconocía él de lejos por la manera tan estrepitosa con que golpeaba la tela mojada sobre las piedras, que, en aquel momento, estaban solas, resecas y grises por la espuma de jabón, del cual, seguramente. estaban impregnadas hasta las más íntimas moléculas de aquellos penascos, tal vez milenarios.
La tarde ofrecía una fiesta oriental de pirotécnicos colores; tanto que daban de seos de quedarse un rato contemplando el Poniente; en donde los reflejos eran tan fuertes y vivos, que imaginaban formidables llamaradas. cual si todos los runchos del cantón estuvieran ardiendo allá arriba; incendiados por una mano tal malvada, que se entretuviera en dar tonalidades de achiote a las hojas tostadas de las milpas, dispuestas ya para la tapirca, que es la dádiva divina de la mazorca dol Votánida in mortal.
Sentado sobre una de las protuberancias que alteraban la superficie estéril del suelo; y de cara al panorama magnífico de luminosas agonías de la tarde, Meregildo Ixtacuy, se entregó, sin más escrúpulos ni resistencias al embrujamiento irresistible de los recuerdos. Después de todo, la culpa era suya. Varias veces había experimentado aquel mismo maleficio, partienlarmente, al volver de sus viajes, en que se sentía satisfecho del producto do las ventas de su comercio errante; y cuando con pueriles pretextos se detenía bajo la sombra hú Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica