REPERTORIO AMERICANO 99 1) La energía para afrontar una larga tarea, útil para uno mismo y para los otros.
2) El coraje del que, advirtiendo el peligro, no retrocede por cumplir con un deber social.
3) El amor a la sabiduría, placer sereno y permanente.
Este amor del sabio y del pensador conduce a la busca de conocimientos renovados que ratifiquen o rectifiquen nuestros juicios; a huir de los extremos; a la moderación y a una sabia temperancia; a dominar los afectos, de modo que la razón esté presente cuando la vida goce de la vida, según la recomendación de Goethe; a la indulgencia, la tolerancia, la compasión y la bondad; al amor del bien público; al desdén por la molicie, a una especie de dureza con uno misino, a fin de substraernos a necesidades ficticias que esclavizan; a una resignación no estéril ante las fatalidades de la vida: dolores, reveses, injusticias; al respeto por el orden y las instituciones, y hacia las autoridades que saben respetar las leyes y la moral.
Lamarck quedó ciego en los últimos años de su vida, por haber mirado con demasiada intensidad el interior de la naturaleza; tal como Beethoven, sordo, por haber escuchado el ritino universal, y reveládolo los humanos. Desde los tiempos de Prometeo, se paga cara la inspiración heroica.
Su doctrina transformista fué impopular aunque Goethe y Geoffray Saint Hilaire la defendieron. En cambio, la teoría creacionista seguía brillando, escudada por dogmas que todavía no habían muerto.
El cetro de la ciencia oficial estaba en manos más superficiales que las suyas; pero por eso mismo, más aceptado por la multitud. Han debido pasar cinco generaciones para que la luminosa inducción desplegara toda sugrandeza.
Octogenario, ciego, pobre, sin influencia social ni aun científica, menospreciado por déspotas ensimismados, pasó apagadamente por esta tierra que arrastra en el espacio nuestras puerilidades, predicando la serenidad, la tclerancia, el amor, después de habernos legado uno de los cinco o seis conceptos de que se ufana la humanidad, con cuyas combinaciones y consecuencias planteamos y resolvemos a diario nuestros problemas.
Alfredo Ferreira Galdós Véanse les entregus 3, y del lomo en Curno, por consecuencia, prevé y educa. Es explicativo, tolerante, compasivo. Ha suprimido el infierno.
Lamarck, que aceptó los hechos y los seres actuales, tales como son, productos de herencias y adaptaciones milenarias, modificables a largo término, no ha pretendido cambiarlos con preceptos morales; pero, comprendiendo que los consejos tienen su influencia y muy notoria en complexiones afines, creyó que algo valían los principios éticos a que había subordinado su perseverancia. Se puede decir, advierte, que cada uno de nosotros tiene una parte muy mediana en el estado a que llegamos en el curso de nuestra existencia, y que debemos nuestros gustos, inclinaciones, hábitos, pasiones, aptitudes, pre ferencias, instrucción, vocación para crear o juzgar, a herencias y a circunstancias externas. Adquirimos insensiblemente así un modo de ser, según el cual reaccionamos, al parecer libremente en el hacer, en la afectividad, en las ideas He aquí un honi bre que no luce su genio como un mérito personal.
Valgan por lo que valieren, pues el ofrece como una contribución de su experiencia moral tres principios éticos que practicó con buen resultado. El primero, para orientar el pensamiento, para distinguir el prejuicio del juicio. El segundo, para dirigir la conducta conforme a sus intereses que pueden no ser egoístas. El tercero, para caracterizar últimamente las afecciones, equilibrando el altruísmo con el provecho personal. Todo conocimiento que no tenga por base la observación y experiencia, o no sea una consecuencia deducida de ellas, es ilusorio y sin solidez. Este es un principio cartesiano; pero la observación a que se refiere Lamarck no es siempre individual, sino producto del trabajo colectivo. En las relaciones de los individuos, de las sociedades, de las naciones y de los gobiernos, la concordancia de los intereses recíprocos es el principio del bien, y la discordancla es el principio del mal. Nuestro autor concibe el bien y el mal Einsteniano, como hechos relativos, como equilibrio de egoisino y altruísmos que se suceden en una progresión de justicia. La afección del hombre hacia su familia y amigos, no debe oponerse al bienestar social. Cada vez se conciertan mejor, por ajustes y reajustes periódicos, los afectos individuales con los intereses e ideales colectivos.
La moral revelada fué abseluta; la moral demostrada al fijar como soberano bien el deber de conocer, amar y servir a la sociedad, se convirtió en relativa, como lo es la misma sociedad que al perfeccionarse por el esfuerzo de todos, devuelve al hombre multiplicados los servicios.
Estos tres puntos de cuya importancia ética Lamarck estaba poseído, regulan el pensamiento, la acción, los sentimientos. Abrazan a los hombres y las sociedades. es lo cierto que en la lucha y en el concurso de intereses e ideales, los hombres y las colectividades los practican voluntaria o involuntariamente, bnjo pena de rectificación por la fuerza y por las inevitables consecuencias, algunas veces trágicas, de sus errores.
El amor propio, cuya existencia fuerte y justificada, cuando es fiscalizado por un sentido moral desenvuelto y por un pensamiento razonable, produce tres virtudes, según Lamarck: La apoteosis. Fué radiante aquel sol de clomingo de febrero de 1919.
Bajo las frondas amables del Buen Retiro, entre la elegancia estilizada de un encalipto y la gracia primaveral de un almendro blanco, sereno y armonioso como himno en mármol, semicubierto por uma gran bandera espite ñola, se alzaba el monumento que iba a ser inaugurado. Una multitud imponente le rodeaba.
De pronto se cyó un rumor como de olas que venía del lado del Paseo de Coches, que debería llamarse Paseo de Pérez Galdós, si fuera el Ayuntainiento de Madrid más amante del culto a los grandes hombres. En este paseo, frente al sendero que conduce al monumento, se paró el coche de gala del Municipio, bajando de él un anciano que fué recibido casi en brazos por los señores de la Comisión Ejecutiva y por muchísimos concurrentes que se agitaban y apretujaban ansiando estrecharle, besarle la mano o siqniera contemplarle de cerca. La marcha del anciano entre la multitud fué lenta y premioso, tardando algún tiempo en salvar la corta distancia que media entre el Paseo y el lugar en que está emplazxdo el monumento. Por fin llegó a éste, y al ocupar don Benito Pérez Galdós el sitial que se le había preparado frente a su propia estatua, un viva Galdós! salió de todos los pechos llenando el espacio con el clamor de una ovación. los compases de la marcha real, el Alcalde, en nombre y representación del pueblo de Nadrid, descorrió el velo que cubría el monumento.
Ya estaban el hombre de piedra y el hombre de espíritu y niateria frente a frente. Se pronunciaron discursos como en todas las solemnidades de esta clase. Pero lo grandioso, lo verdaderamente único de aquel instante inmenso fué el diálogo sublime que sin duda se entabló entre esos dos hombres.
El de piedra acierto rotundo que consagró a Victorio Macho está sentado en un gran sillón que, sostenido por dos leones se alza sobre el sencillo basamento rectangular de los cuerpos, en uno de los cuales se leen estas palabras: Galdós. Episodios Nacionales. Novelas Españolas Contemporáneas. Teatro. La cabeza, en la que el parecido era lo de menos, sorprendía. Era noble y plena de vida: Esa frente pensaba y era la misina de la cual brotó la epopeya novelesca ile toda una raza; aquellos ojos que escrutaban en lo arcano eran los misinos que se semi cegaron después de haber visto más allá de la vida; aquellos labios plegados en un rictus eran los mismos que bebieron amarguras y destilaron piedades: las manos que se trenzaban sobre las rodillas eran las manos que habían obelecido a un genio creador. Sobre las piernas, para evitar detalles prosaicos y angiilosidades que hubieInn acaso comprometido el conjunto destruyendo la serena euritmia de sus líneas, el escultor ha echado una clámide, resolviendo asi inteligentisimamente muchos problemas de técnicn. La estatua tenía vida y parecia animada por un secreto espíritu que se difundia a través de la piedra inerte.
El maestro estaba, como decimos, sentado ante su propia estatua. Estaba abstraido, como en éxtasis, los pobres ojos enfermos velados de lágrimas de emoción. Seguía el coloquio entre los dos hombres; coloquio profundo y formidable que ningún psicólogo fuera capaz de traducir, desentrañando la esotérica grandeza de su significado.
Al Galdós viviente y al Galdós de piedra rodeaba una multitud heterogénea en la que nuestra imaginación creía distinguir a los héroes de la epopeya galdosiana. Allí, en los antiglios y señoriales jardines del Buen Retiro. en el acto de glorificar a su creador y rodeando su estatua, estaban sin duda fantasmales, los sublimes marinos de Trafalgar y los héroes populares de Madrid, de Zaragoza de Gerona, los Constituyentes de Cádiz, las Falanges triunfadoras de Bailén y los Arapiles, los aduladores cortesanos de Carlos IV. y Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica