106 REPERTORIO AMERICANO Isabelinas Ni gallo de casta fina, tan seguro a las espuelas, lo traje de la Isabela junto con doce gallinas.
Esas doce isabelinas lo tienen encandilao. aunque a todas hace el lao y a todas quiere a la vez, ca una se figura que es la que corta el bacalao.
Ella me dijo Te dí el libro de mi vida para que tú lo leyeras. en sus páginas primeras te deslumbraste enseguida.
Tu curiosidad herida quiso el final conocer. hoy lo cierras sin saber que entre sus hojas extremas hay los más bellos poemas que dejaste sin leer.
El bohio Ay. qué lindo es mi bohio.
Ay, que alegre es mi palmar. qué fresco el platanar de la orillita del río.
Qué sabroso tener frio y un buen cigarro encender Qué dicha no conocer de letras ni astronomía. qué buena hembra la mía cuando se deja querer.
Cundiamores Yo pací en lina estancita, a la banda allá del río, más allá de Comerio, más aca de Barranquitas. tengo una jibarita que al besarme con pasión me da to su corazón pedacito a pedacito como quien da in pajarito pepitas de cundiamor, Siñá Laó En las madrugadas pardas, cuando por cima del monte soma en el horizonte el lucerito del alba, le abro las puertas del alma nl aire que pasa fresco, y en una laja me aquieto, bajo el palo de mangó, mientras cuela na Lao la taza de café prieto.
Reo de seducción Señor Juez: no me condene.
Ni len más esa quirella.
Ni jable ya más de ella.
Ni inanusee más al nene.
To denile in prencipio viene derecho a su derechura.
Con el cura o sin el cura, lo ocurrío no es na malo.
Fué que se goteó del palo la guanábana inaúra. las ancas Siguiendo por las señales de las mulas y los bueyes, doy con el baile de Reyes de en casa de las González. lo más recio del baile, llego en mi jaquita blanca, me acerco a la puerta franca. mientras bailan y gozan, jalo a la más buena moza.
Ay! Nuestra montaña canta. En la paz nocturna, cuando el bosque ronca su letargo, y el río hila su insomnio, y la rubia choza se arrodilla ante la inmensidad, y el coquí clava en el silencio sus dos gritos de plata, y la tierra mira al cielo con sus mil ojos de flores, y el cielo mira a la tierra con sus mil ojos de estrellas, y suena la hora de la copla honda. salta entonces de la garganta de la sierra un lamento, una plegaria, un sollozo: la décima jibara, nuestra copla, la vieja copla de cuatrocientos años.
La reza la jibara triste. Para encender la pálida telaraña de su amor. Para endulzar el chorro de su pezón en la boca del nene. Para devolver al cielo el rayito de luna que la besa en el bohío.
La trova el carretero de la media noche, en el trillado camino rural, al lento paso de su yunta de bueyes, y al golpe sonoro de las ruedas de su carro.
La canta el inmaculado jíbaro, junto a la puerta del hogar. Para teñir su canosa amargura de colono. Para empolvar de harina de ensueños la barba de su viejo dolor.
La repica la campana de cristal de nuestra raza. Cristal inquebrantable que no han podido rayar los diamantes del anillo con que el burlador de América está rayando la doncellez espiritual del mundo.
La copla jíbara! La canta el alma ancestral del pueblo. Mana de la pura fuente de la espiritualidad puertorriqueña. Vuela en las alas del rústico cuatro.
Desgarra, al volar, el romántico nido de recuerdos que murieron para siempre y de esperanzas que jamás han de vivir. parece que es nuestra montaña la quo canta, la que solloza, jay. como si tuviera corazón.
Luis Llorens Torres (De La Linterna, de Puerto Rico)
Agua maldita El amor de la zagala que en mi sed se precipita cuentan que es agua maldita que quien la bebe se sala.
Todos me dicen que es mala y que beberla no debo. aunque la miro y la pruebo, por ver si es turbia o serena, solo sé que mala o buena tengo sed y me la bebo.
La amanecida invio del autor El crepúsculo nace; que van a sus labores aún antes que el día.
las sombras de la noche se descuajan, Son trabajadores, y en el firmamento, trabajadores del campo, las estrellas como candiles sin gas en ranchos proletarios aquellos por quienes la gente multitudinaria de las ciudades vive, se apagan, aquellos por quienes el ricachón que se levanta a las once o semejan hundirse en un mar que lentamente y lleva siempre repleta la panza va surgiendo, como algo visionario.
tiene mucho dinero En el cainpo, y inucha comodidad y mucha holganza. bañado no se sabe si por la luz de las estrellas todavía y aquellos también a quienes la sociedad estúpida desprecia o por los fulgores ya del nuevo día, y les niega, disimuladamente, pero que más semeja un reguero de aroma y no de luzhasta el derecho a vivir!
aparecen unas siluetas escuálidas de hombres que como modernos cristos llevan sobre sus hombros Son ellos, los trabajadores del campo, una moderna cruz.
de tez negra y alma blanca, con torvo ademán que van a sus labores antes que amanezca el día para hacer más capital a sus señores y un dejo suicida de alegría y ser, en cambio, más esclavos cada día. por las plantaciones esparciéndose van. Oh, bella amanecida, Son trabajores, cuándo te recibirán todos los hombres trabajadores del campo, con iguales derechos e igual alegría. Monterrosa San Salvador, 1980. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica