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REPERTORIO AMERICANO 83 concepto de varón, quedará siempre como la un cadáver. Dejémosla ir en paz! Yo le hablo El homenaje que sus encantos fisicos reclamujer digna del trono, que bajó del trono por a la madre, yo le hablo a la autora. Es el es man se limita al reconocimiento. Lo que sea que hay hombres canallas y hombres majade píritu de Teresa de la Parra, antes que el de como mujer interesa al amor, que lo ha rondado ros Gabrieles Olmedos y Césares Leales María Eugenia Alonso, lo que me cautiva. Maria muchas veces sin que ella haya querido que se pero también porque un día tuvo la debilidad, Eugenia claudicó, no le quepa duda, aunque le quemen las alas. Es su labor como escritora o el valor, como usted quiera, de traicionarse otra cosa digan las viñas que se conmueven. lo que contempla la literatura. Pero no sobra a sí misma.
Usted continúa en pie. es la gracia de usted, advertir que, al revés de tantos casos de ayer »El criterio de mujer para juzgar a la mujer es la independencia femenina de usted, es su. y de siempre, en la conversación con ella se puede no ser de continuo el más seguro. Como mohin irónico ante los elogios de los que no descubre a la autora del precioso libro que tan María Eugenia procederían también, enfrentadas comprenden o las censuras de los que com rápida carrera hizo en América, mientras toma a la vida, casi todas las muchachas de la Amé prenden menos, lo que francamente me atrae aliento, que es la traducción, para ganarse a rica española. Pero es triste, yo no sé si afren y me seduce. Aqui se han publicado sus defen Europa.
toso, en todo caso amargo como la cicuta con sas. Aquí la queremos a usted cou afán. Aquí Ella y su libro son una revolución en marque se despidió de la vida el mayor de los temblamos ante la perspectiva de que el futuro cha. Sin que al hablar tise las imágenes que griegos, ese cambio del ánimo, ese huracán del se le muestre apagado. La queremos brillante, escribe, y sin que dé a la frase esa forma encapricho, esa entrega del tesoro virginal y es la queremos bella, la queremos joven, la que cantadora, llena de sutileza, y en ocasiones de piritual a un beocio, que a pasos contados irá remos ágil, la queremos feliz, con una felicidad profundidad, del libro, basta oirla un momento a hacer de Maria Eugenia una copia doliente de consentida, porque su cabeza no se ha hecho para darse cuenta de que tánta gracia natural tia Clara. Yo, que voy para la paz, quisiera sin para la felicidad mentirosa de las resignaciones. debe condensar en fórmulas como las de Ifigenia, embargo mayores rebeldías. Yo quisiera la fuga No hay tal desprecio al tirano en la resignación, tan pronto como sienta la tentación de la pluma.
de ese Olmedo, de ese imbécil, de ese rufián que aunque lo diga Unamuno. La resignación es Francis de Miomandre se equivocó al hablar de desdeñó en la vida lo mejor de la vida y se virtud del cristianismo. usted, Teresa, tiene ingenuidad respecto de ella. De ingenua no vendió a la desgracia intima por una suma cual el alma pagana. Consérvesela Dios, y acepte tiene ni el color ni el deseo. Es naturalidad la quiera. Quisiera luego para Maria Eugenia, en este pobre homenaje de un anciano el voto palabra precisa. En Teresa de la Parra la na para esa viva escultura, para esa peregrina de cariñoso por que digno de su amor, para la ar turalidad triunfa, porque es una fuerza, y la ilusión, para esa fuente de goces soberanos es monia de las etapas venideras, sea el sembra baña en luz, porque es una aureola.
condida en la roca, y que sólo haría saltar un dor que hacia usted tienda los brazos anhelanCon esa naturalidad, y a pesar de la entrega Moisés de alma dominadora y artista, el ha tes desde los confines oscuros del destino. final por espíritu de sacrificio, ha hecho un libro llazgo del hombre, del hombre verdadero, del revolucionario. Dijimos que en Suramérica había animador, del modelador, del que tuviera, si sido como una explosión. Mas no por el argu. me permite usted decirlo, una alma sinfónica. Meses después nos llegó esta tarjeta, que mento sino por las razones. Hasta cierto punto Usted exclamará. Aceptado, senor, pero eso fué escrita en Toledo: figura Maria Eugenia en otras literaturas, esno es la vida. yo, rabioso quizá contra la «En viaje por España me ha sorprendido su pecialmente en la inglesa y en la americana, vida, pero quizá convencido, acabaré, no lo sé, carta. La lei encantada, y en España mismo ine aunque Francia tiene, en obras, por ejemplo, por inclinarine.
informaron acerca de su ancianidad y otros como Mi párroco y mi tio, caracteres frescos. Por qué hará Dios las cosas incompletas? detalles interesantes. Ya le escribiré largo de espontáneos, naturales, de indudables analogias ¿Por qué en el mundo no aparecen, en el mo París. No he querido dejar pasar más tiempo con la heroina de Ifigenia. Pero en Anita Loos, mento preciso, los hombres digrios de amar a sin decirle entre catedrales, conventos y paicuyo libro Los hombres las prefieren rubias ha María Eugenia? Porque los hay! Hay virtuosos sajes castellanos, toda ini simpatia. Hasta prontenido, una acogida tan descomunal, hay un tipo del amor, hay Paganinis que sabrían pasar el to! Teresa de la Parra. quizá más parecido. No es, con todo, suramearco de la caricia y del deseo por las cuerdas ricano.
de esa alma lista para las vibraciones En dónde Tres años después, en un reciente viaje a El hallazgo de Teresa de la Parra y la diestán? En todas partes, Teresa. Hay que sa Paris, la conocimos.
namita que puso en Maria Eugenia son preberlos ver y hay que saberlos despertar, por. Teresa de la Parra es, ante todo y por sobre cisamente la oposición entre el medio y los que ignorantes, ellos también, a veces, de su todo, una mujer. No tiene nada de los espan anhelos de una muchacha contagiada de Europa.
fuerza, y sin acordarse de que en el mundo exis tapájaros que hacen la campaña del sufragio No hay inconveniente en advertir que entre ten mujeres prodigiosas, bajan los párpados y en Londres, usan vestidos casi masculinos y nosotros la mayoria de los hombres antepone, se quedan dormidus. Hombres y mujeres no nos dictan conferencias o pronuncian discursos con para el hogar desde luego, no para el salón comprendemos bien. Es la tragedia. Pero es ronco acento de batalladoras, los sudorosos de baile, la Maria de Isaacs, tan llena de tertambién el deleite de la esperanza, que acari rostros sin afeite alguno, convertidos en más mura, de dulzura, de sumisión, de inocencia, a cia e incita. Qué valdría el alma de la mujer, caras horrendas para asustar a los niños. la heroina espiritul e inquieta de Teresa de la sin rincones de confidencia, para el hombre con Teresa de la Parra es una linda mujer. Es. Parra. Gonzalo Zaldumbide apunta lo cuntrario.
pasiones de descubridor, que se ama en lo que belta, elegante, envuelta en pieles, fragante, Al comparar hermanas tan desemejantes, se descubre, del propio modo que descubre en lo alucinante, en sus palabras y en sus movimientos detiene en la última y pregunta. De dónde le que ama aquello que ha de hacerlo vivir y mo muestra cómo hasta el fondo del alma es fe. viene a ésta tai turbador encanto que preferirir, morir y vivir, resucitar continuamente, en menina. Eu su sonrisa, que descubre unos dien riamos su peligro a aquella paz inconsciente. los minutos mágicos del acuerdo absoluto? tes perfectos, mientras cauta su voz con ese Nada más consciente que la paz de Maria. Yo tengo el dolor de Maria Eugenia. Me dejo de las mujeres de Caracas, que envolvie. nacida para el amor y moribunda en sus aras.
retuerzo por ella. Muestro los puños crispados ron a Bolívar, hay una invitación a la cordia. Nada, por otra parte, tan explicable como el al destino y aborrezco a quienes por exceso y lidad. Atrae sencillamente, sin pretenderlo, por anhelo femenino de ser algo más que la criapor defecto aparecieron a su lado para hacerla la sola gracia de esa boca, y por las miradas tura que en el hogar cifra todo. Pero escoger sufrir. María Eugenia, entre la espuma de seda, amables, alegres, llenas de inteligencia, de unos el tipo peligroso, ante la dulce mujer en quien la ninfa en el cristal, la estatua inquieta, esa ojos claros y verdes, que parecen un regalo la vida no es sino una ocasión de demostrar carne fragante y sonrosada para un festin de del mar.
que hasta la última gota de su sangre es para dioses, macerada y profanada ahora por las Con Anatole France debe pensar que «el más el hombre a quien su corazón pertenece, es manos gruesas de un César Leal. no es acaso grande pecado de una mujer es no ser bella. revelar un ánimo sencillamente guerrero. La una pintura del purgatorio o del infierno, no es y ha de gozar plenamente, tanto como las pal. comparación de Zaldumbide se imponía en un un poema en el que va encendido un dolor inas que rinden a su talento los que hablan la estudio sobre la evolución de la sensibilidad y shakespereano? Sou horribles los destinos acep lengua de Cervantes, con la callada admiración la transformación de las costumbres amorosas, tados, cuando subconscientemente no soli tam. de cuantos no han menester de recurrir al piropo no del amor, porque el amor no cambia. Frente bién los destinos elegidos. Por qué sorpren para hacerle comprender que deja en ellos una a frente puso dos tipos de mujer, no dos noderse de que los hombres tengan celos de César impresión de agrado inolvidable. Si Maria Eu velas, ya que nada importa al análisis ese afáni Leal, y quieran azotar con un guante el rostro genia se parecia a ella, cómo ha debido com de los hombres sistemáticos porque se diga de Gabriel Olmedo? En ese desagrado puede prender, no obstante la reacción refleja que si un libro es superior a otro, y porque de haber envidia, pero también hay ternura. Con hizo perder los anteojos a un poeta de Colom una vez se le señale el puesto que le correstermura nos quedamos soñando en la existencia bia, el fervor admirativo que encontró en él, ponde en la literatura. Cada cual en su amposterior de Maria Eugenia.
a bordo del vapor en que viajaban, un modo biente, en su género, en su hora, es una obra »Ida con César Leal, es una sombra, es casi de expresión inconveniente. conveniente. de arte. Para la Maria de Jorge Isaacs, para Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica