Carmen LyraLenin

Repertorio Americano SEMANARIO DE CULTURA HISPANICA San José, Costa Rica 1930 Sábado 27 de Setiembre Tomo XXI Núm. 12 Año XII. No. 508 SUMARIO Gabriela Mistral José Ortega y Gasset Francisco Garcia Calderón Profesores españoles en América. Curta a un jovon argentino que estudia filosofia España docente.
Alianza Unionista de la Gran Colombia.
Los dos ruiseñores.
Dos glosas.
Al inaugurarse en Bogotá, el busto de José Asanción Silva Viento grando en el alba de otra edad.
Dos Capitulos de El Apocalipsis de San Lenin.
Poesias.
El Macho Ratón De Chile han vuelto Los estudiantes de Costa Rica, regresan do Chilo sin titulo, pero con honor.
Tablero (1930)
Arturo Capdevila Primitivo Herrera Salomón de la Selva Juan del Camino H, Andersen II. Pallais Carmen Lyra Nieto Caballero Profesores españoles en América De B MadridVO Todavía no amainan los comentarios, de las modulaciones más diversas, sobre el ensayo argentino, de Ortega y Gasset, en el tomo VII del Espectador. Ha corrido bastante tinta, y el ensayista, que, entre otros sports, gusta también éste de desagradar voluntariainente, después de haber agradado mucho, debe estar contento de aquel zarandeo; la algarada es un puro homenaje, una celebración en dominó blanco negro.
La mayoría de nuestra gente tiene un concepto que yo no sé llamar si feudal o ingenuo de déspota o de niño sobre el conferencista o sobre el simple viajero que les llega a la casa.
Los derechos del viajero no andan todavía en artículos numerados, pero forman parte del derecho natural, y, mientras no los fijo una institución acuciosa, los establece el sentido común, el más llano sentido coinún.
El viajero intelectual, como el financista, pueden encontrarnos deficientes las capitales mejores y pésinas las medianitas; ellos pueden, si son hombres corteses, callar su desacuerdo mientras permanecen en el país, y darse el contentamiento tan vivo y tan sabroso. de decirlo todo cuando vuelven a su tierra.
En el caso presente la simple calidad de profesor del viajero, que se llama nada menos que Ortega y Gasset, debería señalarle un perimetro desatado de independencia.
Profesor es, en esta circunstancia, un observador, más que un contador; es un recortador de la silueta nacional, más un publicista de su estampa; es un hombre con profesión de juicio, y convidado a juzgar por los mismos dueños de casa. Lleva en su carpeta de papeles ciertos apuntes de los cursos pedidos, pero lleva también, y esto sin remedio, unos ojos prontos, únos ojos sin escama yoluntaria ni involuntaria para ver cuanto lo dejen ver.
La institución convidadora corre sus riesgos cuando el invitado se llama Ortega y Gasset, o sea un crítico sabio de todos como inventariador riguroso de valores, mondador de apariencias y. cobrador de promesas. Conducirlo hacia nosotros significa exponer la piel común a una agujita que no tiene nada de roma, y que de la piel se corre al inúsculo, por el tacto do lo mórbido, y de este al hueso, por el tacto de lo seco.
La desesperación ibérica, la acedía española, entran con porción infinitesimal, si es que entran, en nuestro ensayista; él es un hombre do buenos humores, que le cuida el golf, testigo entusiasmado de cualquier espectáculo de vitalidad, y descoso do excitar cuanto en nuestra raza está vivo, de hostigar lo que lisiado y de golpear en las cáscaras muertas. La Argentina debía gustarle en buena parte, y le gustó.
Yo me acuerdo de los elogios que le oí en una conversación coumigo sobre «esa América europea ya casi organizada y en arreos de hacer lo que le falta con métodos también europeos. El elogio, aunque me tocara a mí, por Chile, en un tercio, me clavó una espinita de preocupación por saber si la «otra América. menos blanca y más bien prieta, le inspiraba desconfianza o al menos desabrimiento. No se lo pregunté en derechura, yo, que suelo ser bastante confianzuda, porque Ortega y Gasset es hombre que para en Seco cualquier impertinencia y reduce al oyente, sin mover un dedo, al marco de lo debido, de lo que él le consiente.
Me he acordado de este elogio de la Argentina, dicho en ausencia de auditor ríoplatense, leyendo algún comentario colérico sobre su trabajo.
Me acordaba también de lo que me decía otro español sobre nuestro apetito desaforado de alabanza. No se contentan ustedes con la onza; hay que darles la arroba, y la arroba es fea de ver y molesta de cargar. No es cierto. Ortega y Gasset no es persona de asustarse con este chubasco de resentimiento, y tampoco con un diluvio en regla. Pero no está de más decir algo sobre lo que ha ocurrido y que sirva algo de prevención para Ortega y Gasset Carta a un joven argentino que estudia filosofia Del tomo IV de El Espectador Me ha complacido mucho su carta, amigo mio. Encuentro en ella algo que es hoy insólito encontrar en un joven, y especialmente en un joven argentino. Pregunta usted algunas cosas, es decir, admite usted la posibilidad de que las ignora. Ese poro de ignorancia que deja usted abierto en el área pulimentada de su espíritu, le salvará.
Por él se infiltrará un superior conocimiento. Créame: no hay nada más fecundo que la ignorancia consciente de sí misma. Desde Platón hasta la fecha, los más agudos pensadores no han encontrado mejor definición de la ciencia que el título antepuesto por el gran Cusano a uno de sus libros: De docta ignorantia. La ciencia es, ante todo y sobre todo, un docto ignorar. Por la senciIla razón de que las soluciones, el saber que se sabe. Pasa a la página 18. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica