91 REPERTORIO AMERICANO. La Hora de David Arturo Pani.
Los relojes cesaron y los hombres quedaron desiertos de movimiento y de voz.
Pero escucharon y vieron.
Los ciclistas y las palomas se inmovilizaron sobre el equilibrio perfecto, y las campanas de los tranvías y las de las catedrales y las de las fábricas se derritieron.
En los confesonarios y en las pilas bautismales se cclipsó el recuerdo y el agua durmió y tuvo sueños.
Permanecieron en el aire los signos urgentes del radiotelégrafo. entre la muchedumbre solitaria pasó David, angustioso y bello. Quiero la vida, la Vida! exclamaba. Más aún? le dijo Perseo.
Si para salvarte he degollado a esta señorita.
Toma la cabeza. No! Quiero la vida. Pero. es incomprensible, dijo Judith. Si he vivido sólo para cortar esta cabeza por tu dicha. Tómala! Te odio!
dijo David. Quiero la Vida.
Su voz era grave y hermosa, semejante a la de un coro. un hombre que más bien parecía un cortejo, se acercó y le dijo: He matado al monstruo por ti, mejor que por la princesa. Estás libre. San Jorge tenía aún en los ojos resplandor de sangre. Quiero la Vida!
gritó David. Qué me importan los monstruos. Venus ha nacido y la primavera danza frente a ella.
Ven, hay rosas sobre las ondas y manzanas eternas, aseguraba un hombre pálido con las manos llenas. el joven gigante temblaba suavemente en sus piernas diciendo: Quiero la Vida.
Un mancebo, próximo a morir, le dijo. El Cristo está a dos pasos, aprovecha!
Yo lo he pintado y vive con una vida semejante a la nuestra.
Dentro de un instante pagará el tributo a César y tu sólo entrarás al muro.
David gritó: Quiero la Vida!
Caminando a tres palmos del suelo pasó el Maestro que no conoció la ira y le dijo. Yo vivo para ti, amo tu belleza, gobierno las dificultades, acércate y mira. con la mano, blanca cual si pulsara una lira, hojeaba ágilmente el cuaderno de la sabiduría. Desca, pide, ordena, le dijo. David, con la voz ya oscura. No, nada, quiero solamente la Vida.
Un ser hecho de brisas y poemas que rezaba al pintar, así le convencía. Tengo ángeles en mi celda, vuelan como las aves del paraíso. Brillan como el aceite en el agua.
Los labios de David, mudos de mármol, áridos de sonrisas, suspendían los signos en el aire para decir, temblándolos: Vida! La Vida!
Pasó cerca del templo habitación donde viven en el infierno de la ausencia política el duque de Urbino y su hermano el hermoso Julián de Médicis. entró por una calle escueta y gloriosa en la que unos hombres dialogaban sobre cosas terribles, fuera de las horas.
Todos eran de bronce, pero sus voces eran horizontales como el ruido del viento entre los árboles.
David se acercó a Mateo el publicano y Mateo le dijo: Tus gritos son ya intolerables.
Quieres la vida ahora, antes la despreciaste.
Amaste un solo instante y aún sin entregarte.
La Vida de altas puertas se abrió para tu paso: viste pasar por ellas las auroras terrestres y las noches navales.
Lo de Goliath no basta. El río en sangre cruza del tiempo que se arquea del alba hacia el ocaso.
Hasta sus pies rodaron las lágrimas. La honda teinblaba entre sus manos como el agua redonda que la sed amilana.
Lejos, el corazón agitó su campana en el valle profundo. Ya esbelta, la mañana enjugó los sudores del sembrador. La inquina ensayó sus imágenes en la fuente vecina. Viajero de cien viajes, si no has visto a Florencia, tus puertos, tus ciudades, no valen la cadencia del perfil florentino. Acaso aquí la Vida tiene sólo actitudes del alma preferida.
Esta es la tierra firine. David volvió a la bella terraza desde donde se corona de estrellas, palpa el iris y escucha todo ritmo. Su boca tiene un gesto de duda. Bajará hacia la roca del valle? Seguirá sobre la alta cornisa desde cuyo silencio todo es libre sonrisa, soledad y belleza?
La Hora de David.
Florencia, 1977.
Estampas Otra vez con Mr. Ford La admiración que el señor Sancho profesa a Henry Ford, forjador de una de las siete maravillas contemporáneas, la fábrica de automóviles de Detroit, lo habría convertido en 1915 en pasajero de La Nave de la Paz.
Habría secundado al magliate en su empresa de llevar el ramo de oliva a las naciones que en Europa se destruían en una guerra espantosa. Esa Nave de la Paz cruzó el Atlántico como una embajada que Europa ansiaba rogando a los dioses por su pronto arribo. Ford despierta, está preocupado y no ha podido descubrir una razón lógica y honrada que hubiera podido provocar la guerra mundial. Adquiere toda suerte de información y llega a la conclusión de que algunas de las naciones beligerantes anhelaban la paz, y con entusiasmo habrían recibido toda manifestación pacifista. En cuanto la Europa convulsionada se entere de que Henry Ford ha llegado a pacificarla no se disparará un tiro más. Él es un formidable organizador, un capitán de la industria y las naciones en guerra lo oirán y acatarán. Llega a Estocolmo en La Nave de la Paz. Algunas noticias desalentadoras le llegan porque enferma. La expedición. blanca mientras tanto pasa de Escandinavia a Holanda, atravesando Hamburgo y la burla inmensa que levanta a su paso se vuelve escándalo incontenible. El esfuerzo pacificador de La Nave de la Paz despertó solo la risa de Europa.
Ford enfermo siempre, abandona la expedi.
ción y regresa solo, siguiéndolo casi enseguida el resto del séquito. Costó al magnate cien mil dólares esta empresa pacifista. Tal episodio es revelador en la vida del fabricante de automóviles. El hijo del granjero de Dearborn vive en un mundo ensordecido por las estridencias de millones de caballos de fuerza. El notor es si alma. Ya lo tiene dicho. Vi generación produjo el automóvil. Limitado por ese mun.
do no tiene capacidad para discernir si hay otros mundos de tanta o mayor trascendencia que el suyo. Apenas la guerra conmociona a Europa, él, desde su motor, divisa una confusión a la cual precisa aplicar sus métodos, los grandes métodos que presentan su obra, alin a la comprensión de los espíritus cultivados, como una maravilla de la época. Aquellos pueblos no deben recibir dinero. Cala dólar que prestamos a Europa sólo sirve para proseguir la pobreza y la miseria. Alli sólo hay desorden y podredumbre. Con estas ideas en la cabeza, aplicó su motor y Europa se rió de la estridencia.
Es unilateral Ford. La visión del mundo le llega sólo por la claraboya, modernizada con parabrisas, de su fábrica de Detroit. Lo que no se ajuste a sus métodos de producción en masa está fatalmente condenado a la ruina.
Europa no quiso oírlo, no quiso suspender unos instantes el cañoneo para escuchar la voz profética llegada no ha mucho de Detroit, y esa voz profética la considera indigna de ayuda.
El Estado es una calamidad a la cual debit él aplicar sus métodos. El lema: nenos espíritu gubernamental en los negocios, y más espíritu comercial en el gobierno es muy útil, porque no es en provecho sólo de los negocios y del gobierno: sino que beneficia al mismo tiempo también al pueblo. La legislación es igualmente otra calamidad y no hay que es Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica