REPERTORIO AMERICANO 117 una cas; y para un «baqueano de la sierra aquel atavios de desposada. De sus orejas colgaban ces, pero el viento era tan terrible que apaera un viaje rápido. No hacia alusión ninguna unos aros extraordinarios y a su cuello estaba gaba los sonidos apenas salían de la boca.
a su amor, trataba como de advertirle genero atado a modo de collar de extraños ovalos Desmadejado por el viento, rabioso, nialdecia samente que debía ponerse en guardia y ale macizos, un pañuelo de yerbas de rojas orillas. una vez más su perra suerte, deseando en su jarse en otra dirección. Su hermano era un Nicomedes miraba ese collar extravagante y desesperación de vago, tirarse por aquel deshombre rudo que lo perdonaba deudas de di se reia de la inuchacha. Ante aquel detalle di filadero sin término. Florinda, en cambio, esnero y él, en medio de la montaña, corria pe vertido convertiase su rabia interna en till de taba en su elemento. Su pequena cara cetrina, ligro.
seo cruel de burlarse de Florinda, de echarle dura, de inexpresivos ojos, tenía la misma fria cuando Nicomedes, friamente, sin cariño, en cara su mal gusto, su falta de gracia para inmovilidad de la sierra. No la preocupaban por prolongar el mentiroso engaño hasta el todo; pero luego reaccionaba, pensando que sino las riendas de su caballo; y su gesto era uiltimo instante, habló humildemente ¡Yo mne ella llevaba la comida, y esto le evitaria a él tau decidido y tan claro que la misma beste.
hubiera io ya, si no hubiera sio porque la que 1111 trabajo pesado. Ya habria tiempo, por lo zuela parecia comprenderli, moviendo col pasria. el recio golpe de la paleta sobre la ropa demás, para aprovechar ua buena coyuntura nosa seguridad sus ágiles ronios.
rezumando lavaza se detuvo, y la voz de la y separarse de la moza. las diez, comenzaron a descender hacia sierra, voz de silencio salpicada de espumas Sin embargo, su desco de alejarse era tan un cajóıl que desde lo alto divisábase como sonoras, prepondero como un cántico de vida. vivo, tan intenso, la risa crucl borboritaba tai uun luminoso óvalo de verdura, atravesado por indominable en su interior, que al fin soltó la una barra de plata: u riachuelo que bajaba IV broma: de una falda y atravesaba la pequeña explaFlorinda no olvidó nada para su viaje de Mire, Florinda, onde sacó cse collar nada, espumoso, desbordado, haciendo un innovia. Febrilmente hizo las provisiones para tan bonito que le asienta tanto?
finito esfuerzo por llegar luego a un lugar varios dias, observando recelosa a la vieja que, Pero la mirada franca de la muchacha, la donde adormirse, en el quieto silencio de como de costumbre, rumiaba destempladamente sonrisa sana de sus dientes blancos y luego lago o en la boca insaciable de una caverna subterránea.
amenazas e insultos. En silencio ensillaron los su respuesta siu malicia, lo desconcertaron por completo: caballos cuando el primer claror del alba desA media falda el viento se calmaba. Su sil Asi se llevan los huevos pui aquí, por la bido inacabable no heria los oídos. Parecia pertó la sierra de su sueño pesado y sulemne y se pusieron en marcha sin contratiempos.
cordillera, On Nicomedes, pa que no se quieaclararse el paisaje; y entonces el sol de me.
bren.
Al bajar al fondo del cajó la primera luz del diodía, sol de pleno verano, caia como sol doró con su tibia y medrosa caricia el mar en estas palabras habia una deliciosa vertical de fuego sobre las cabezas de los de cumbres inoradas. Con el sol pareció tammuestra de cariño, una delicadeza ingenua que viajeros.
bién despertar la sierra helada, y para sit cobrotaba de su alma ruda, llena de ternura, coNicomedes, desesperado, suplicante, clams razón palpitante de amor como el pecho de mo gotear armonioso de vertiente en el seno ahora por tu poco de sombra. La muchacha de un áspero peñascal.
una tórtola miedosa fué algo más la sierra, que lo miró sin responderle; y le indicó con 1111 el mudo oleaje de puntas bermejas, bañadas Sin embargo, el aspecto ceñudo de Nicome gesto el verdor apacible del vallecito. Media de sol. Sonaban más las aguas rodando desades, su pereza, el misterio de su vida anterior, hora más y cruzaron la exuberante alfombra tentadas por los altibajos de los faldeos; los. la hacían recordar en medio de la exaltación de pasto que atravesaba el arroyo como un de sus sentimientos, las palabras de su madre bordado de alba espuma. Los caballos alargaquillayes sombreaban los altiplanos, saledizos balcones de granito, inclinados sobre el abismo cada vez que la encontraba sola en el rancho: ban sus cuellos y abrían voluptuosamente las sonoro del rio; con su nota de espesa negrura. Cuidao, Florinda, los guainas son como ventanillas de las narices con embriaguez anel cielo impasible, fonundado por la neblina risqueras vanas, por juera parece que no husiosa de la comida y del descanso.
dorada del sol naciente, envolvía la sierra con biera ná, y aentro hay escondio un zorro.
Los desensillaron y los dejaron libres. El quietud apacible y deliciosa. Los caballos tran Estas dudas no le impedian quererlo siempre: pequeño caballo de Florinda relinchó alegrequeaban por los pedregosos senderos con esa eran apenas no reflejo de cordura en la de mente, y dio dos coces al aire. Nicomedes no activa seguridad de los caballos serranos. Ni mencia enardecida de su sangre. La hembra concluía de aflojar las cinchas del avio. Tuvo comedes soltaba a menudo las riendas para instintiva despertaba en ella con sus dulces que ayudarle Florinda.
restregarse las inanos heladas que debia coger arrebatos de esclava. Nicomedes era su amo; Sentáronse en el pasto, bajo el cono de sobre la marcha a una advertencia de Florinda. y podia disponer a su antojo de ella por el sombra de un peñasco puntiagudo. Florinda Mudo, elicogido, apretando los dientes, miraba solo hecho de tener anchas espaldas y una dio un trozo de pan moreno a su novio. Sacó, con odio la frescura penetrante del aire, que, altiva cabeza coronada de grenas.
en seguida, de la altorja un pollo que Nicomedes miró ávidainente.
en la calma de la mañana, parecia una inmensa La pareja marchaba silenciosa por el sendero cúpula de cristal que aislara la sierra del viento abierto en medio del bosque de quillayes. El. Luego haremos un ulpo, dijo, sin mirar.
furioso. La moza, en cambio, habituada a aque sol ascendia llameante por encima de los montY comieron largo rato en silencio. De imlla vida áspera iba perfectamente serena. En tones rojizos de las cumbres; y su dorado resproviso, irguicudo bruscamente la cabeza, lesu pequeña cabeza tostada, dura, brillaban plandor hacía despertar la sierra de su letargo vantó la mano hacia el cielo que se espaciaba unos ojuelos inocentones que envolvian al mozo gigante. Los cipreses parecían sacudir la neinmenso y azul encima de las cumbres.
en timida caricia de anior. Posiblemente la grura de sus copas y el deslumbrante blancor. Mire, Nicomedes, un buitre.
asombraba su silencio, después de las pruebas de las aguas deshechas entre los peñascos saEl mozo levantó la cabeza, aun chupando un hueso.
de amor que creia haberle dado; y de buena lientes del álveo parecía la misma vieve de la gana hubiera querido que le agradeciera el falda que de improviso se hubiera convertido Un cóndor, cuyo cuerpo desaparecia bajo sacrificio con una delicadeza cariñosa que ella en un chorro espumoso aburrida de su alba las enormes alas, bajaba parsimoniosamente inmovilidad.
hacia el cajón. Sus tiesas alas oscuras, de rese imaginaba, sin precisar, en el fondo de su vaturaleza femenina, abierta de golpe al ins Florinda habia toniado francamente la delan meras destenidas, proyectaban a sonbra vatinto de la especie. El mozo limitábase a vol tera y su caballo mulato ascendia los senderos ga y movediza que corría vertiginosamente sobre el soleado verdor del inillin, como si ver su pequena cabeza de lechuza inspeccio apenas trazados con una seguridad incansable.
nando el cami. 1o. Un gesto de molestia arru Echaba hacia adelante su corto cuello; y jaterniese quedarse atrás.
gaba su entrecejo. Aquella extraordinaria mujer deando anhelosamente afirmaba en las lastras Nicomedes hábiase parado y lo miraba fijaque marchaba a su lado parecia pesarle como movedizas su pequeña pezuña, como si fuese mente. Su expresión de aburrimiento habia desuna carga sobre los hombros. La examinaba una mano vigorosa.
aparecido. Arrojó lejos el hueso que chupaba; de reojo; y la satisfacción de la moza con sus Ascendida la garganta, encontráronse en la y siguió con los ojos el rápido volar del ave ridiculos atavios lo hacia. morderse de rabia. cumbre desamparada. El viento de la sierra hasta que se perdió en el abisino azul de un Parecía creerse dueña absoluta de él, diri dominaba alli a su antojo. Soplaba incansablecajón cercano.
giendo la marcha con estúpida seguridad. Sur mente, impregnado de hielo, cun estridente sil iubiera tenio mi Manser, abria voltiao gia su figurilla euteca de en medio de los bar, y sus ráfagas casi visibles, que barrian el iun tiro, dijo encogiendo el hombro derecho, pellones de la vieja silla, de en medio de las cielo inmenso dejándolo de un acuoso color con un gesto de rabioso desaliento.
prevenciones hinchadas de comestibles con una azulado, llevaban la armonia de los torrentes, cómica scriedad; y con cómica seriedad se esteros y riachuelos; la canción del agua que aplastaba sobre sus tiesos pelos de mestiza buscaba camino por la falda de los macizos Después de un medio dia volvieron a ponerse araucana un sombrerillo de paja. Ella había hacia el lecho del rio.
en marcha.
puesto toda su coqueteria montañesa en estos Nicomedes habia intentado hablar varias ve Como siempre caminaban silenciosos. De Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica