REPERTORIO AMERICANO 115 una plática agradable ante los naipes y el cigarrillo queaba su pañuelo, roja la cara alcoholizada barato, habia impreso en su sangre un sello y aviesos los fríos ojos de ramera.
de indolencia corrompida. Aquel vivir tenía Al acercarse el gañán al rincón donde ju. que arrastrarlo fatalmente por un mal camino, gaba; y al pedirle la china pa una vuelta, con aunque sus instintos fuesen como los de todos actitud al mismo tiempo zumbona, e inocente, los criollos, buenos y sencillos. Había llegado le golpeó la cara hipócrita con violenta furia.
de un campo, vecino a Talca, a hacer su ser. Formose el coro de reglamento y el duelo covicio militar en la ciudad; y lentamente la vida menzó. Pegábanse friamente, sin apresurarse, urbana, con sus cantinas llamativas espolvoreo pero la rabia contenida, la rivalidad latente de vicio la áspera rusticidad de sus costumbres. entre ambos asomábase a sus ojos de una fiConcluido el servicio se quedó en el pueblo. jeza de acero. El muchacho atacó con increible Empeñó las botas y compróse un pantalón empuje y su mano cuadrada de gañán, hizo bombacho de diablo fuerte: con esto adquirió vacilar al hombrón que retrocedió hasta trosu facha peculiar de petrimetre del bajo pueblo, pezar con las mesas de la cantina. Esto lo especie de chulo andaluz degenerado, unióse exaspero: su ialdad cambiose en fuego arcon una hembra cualquiera a expensas de la diente que queinaba sus ojos. Sacó de la faja cual comenzó a vivir y al cabo de algún tiempo con ágil destreza el corvo diminuto, cuya punta no quedaban rastros del antiguo campesino ni disimulaba bajo el enorme indice; y rápido y en su jerga de vago. Poco a poco su simpli seguro rebanó el vientre del carrilano que pecidad bonachona se cambió en la más inquiuosa sadamente se desplomó, sujetándose la herida.
hipocresia. Comenzó a odiar a sus camaradas, con las manos crispadas. Después sintióse tomóle apego bestial a las peleas y a las riñas calmado, tranquilo; y tranquilo y calmado se de gallos y los triunfos que su cuerpo sano entregó al sargento del retén que lo llevó a obtuvo entre sus camaradas de vicio, lo ro la cárcel. Sin embargo, esto era como dearon de un prestigio de matón que osten bruina en su vida. No le remordia el pasado, taba antipáticamente en todas partes.
ni tenia un recuerdo para las personas con Era guapo el mozo sin embargo! Alto, for quienes vivió en contacto. Sentia correr su nido, de movimientos reposados, llenos de la sangre y el impctu de vivir lo impulsaba: había tente vitalidad. En su cabeza de aguda nariz que salvarse cuando la vida peligraba, matar aguilena, brillaban sin doblez unos ojos celes si era preciso, pero habia que vivir; para eso tes inexpresivos, tranquilos, y como un corona se tienen anchas espaldas y poderosa salud.
miento de su fuerza, enmarañábase obr su Este mismo pensaniiento lo impulso a fugarse estrecha frente una masa encrespada de color de la penitenciaria, aprovechando una sublevaterroso que formaba exageradas hinchazones ción, y subir a la sierra en busca de las es.
bajo las tiesas alas de su sombrero de seductor tancias de la pampa, donde a un chileno no le de barrio.
faltaría trabajo en la próxima cosecha del trigo. en cuanto a su ternura varonil, más de medida que avanzaba, reconocia el camino alguna muchacha escapada de la casa de um con ese instinto maravilloso del hombre de prohombre talquino, pudo dar fe de lo que era campo. El sendero corria como un arroyuelo Nicomedes Román. Su pasado estaba muerto: caracoleante al pie de un muralion de enorme no volveria al campo tranquilo y solitario, a base, alfombrado hasta la cumbre de retorcidos la choza sucia de la orilla del estero, junto al michayes verde obscuros: detrás cantaba el padre callado e indiferente, junto a la vieja de Melado que nace de los ventisqueros de un mal genio que no paraba de hablar mientras volcán, cuyo cono nevado se levanta por en.
revolvía las cacerolas, lavaba las ropas o pecima de aquel mar de cumbres y desagua en laba las papas para la cazuela culotidiana. Su el Maule su caudal puro y espumante. Alli vida era una vida de lance: vida de perro de las cumbres se ainontonan pegándose unas presa, instintiva, cruel, vida de lucha en que en la espalda de las otras; y uniéndose irrehabía que gruðir y mostrar los dientes para gularmente entre si como las nubes de un moalejar al enemigo que llegaba a disputarle la vible cielo de tormenta, y el rio se retuerce hembra o la ganancia del monte, base econó. en el fondo del precipicio, con ruido sordo y mica de su vida de vagabundo. Las borracheras lejano. Pasados aquellos voladeros famosos y trasnochadas habian vuelto irritable su padonde han caido inuchos animales y jinetes, chorra de rústico, y por un quitate iai, om, la sierra parece abrirse, dejando entre los nione reñia con el primero que miraba a sii moza, o tones de rojo granito vegas amplias que cubre le dirijía una palabra burlona. Así, ni él mismo el verde terciopelo de los pastales. Por lo cosupo como sucedió aquello. Un muchacho em inún un arroyo que nace de un planchón de pleado en la estación, rondaba a su moza, le nieve adormecido en la quebrada, baja la mondirigia pullas envidiándole su fortuna y cuando taña en murmuradora carrera, atraviesa el le ganaba sus chauchas con insoportable buena cajón y va posiblemente a otro lugar más suerte, le cantaba al oido el refrán. afortu bajo, en desesperada fuga hacia la quietud, nado en el juego, desgraciado en amores. con hacia los terrenos llanos.
un tonillo que lo sacaba de quicio. En el fondo, Nicomedes, en cambio, subia y subia desesno le importaba gran cosa la querida. Las peradamente; y en su afán de respirar con libromas del niuchacho herían más bien su irri bertad, sin temores, se imaginaba en el detabilidad de hombre descontentadizo, el que se sierto armonioso de las cumbres, que el hombre, opusiese un obstáculo a su vida indolente y el enemigo, estaba lejos, muy lejos, en lugares el que la audacia del joven hiciese sonreir donde él no llegaría nunca. Pasada esa etapa pelos demás. Esa noche, en un bar de arrabal, ligrosa, recordaba los cuatro ranchos del puesun malhumor negro lo hacía apretar los dien tero o capataz de don Nicasio, donde había alotes y fruncir el ceño: bebia del enorme potrillo, jado hacia diez años, siendo un muchacho. Ahora de rayado cristal, donde se zangoloteaba un lo aguijoneaban el apetito y el calor del medio líquido morado, con una sed loca y rabiosa. dia. Bajóse del cahallo al comenzar la cuesta, Le molestaba la alegria del carrilano bailando a pleno rayo del sol; y mordió ávidamente el y tamboreando sin cansancio, presa de una charqui duro que llevaba en el bolsillo, mastiembriagante actividad. Aquella locura pare. cándolo con furor. Volvió a invadirlo una negra ciale un insulto y una provocación: habia hecho incertidumbre: aquello era superior a sus fuer.
sentarse a su lado a la muchacha que mordis zas. Hasta echaba de menos la húmeda quietud del calabozo donde, mal que mal, se comia, sin hacer absolutamente nada; calmose y sintió deliciosa frescura al beber el agua de un arroyo que saltaba ruidoso por entre penas angulosas; y llevando el caballo de la rienda atravesó con grandes precauciones el sendero, pegado a la falda de la montaña. La cinta blanca del camino, abierta en la roca caliza, se perdia al adelantarse hacia el rio uespolón de granito; y reaparecia luego, culebreando en monótona curvatura. La soledad sin pájaros del mediodía estaba llena del borhoteo del agua espumosa. El hombre agachado, temeroso, arrastrando el caballejo paciente, subía y bajaba, ansioso de librarse pronto de aquel abismo cuajado de árboles, camino del agua triunfadora, la una del dia, sudoroso hambriento, llegó al grupo de ranchos cuyos techos de totora cenicienta bañaba de verde sombra la copa dormilona de un sauce llorón. Bajo aquel ángulo diedro de viejo carrizo, donde picoteam senillas secas diucas y jilgueros, adivinábase grato frescor de cueva. El bandido habia recobrado su aspecto cazurro; y su voz era débil, como para infundir compasión, al preguntar a una vieja enteca, de ojos vivísimos, pegados los blancos mechones a las sienes, que hacia girar la rueca en medio de la ramada, torciendo diestramente la hebra en sus dedos temblorosos. Hay posá pa unos días, pa un honibre enfermo?
En ese momento en la puerta de la casucha frontera apareció la figura cenceña y nervuda de una moza morena, que miraba clie riosamente al recién llegado. Como ratoncillos miedosos asonaban por la parte trasera del rancho su cabezuela desgreñada dos chicos harapientos abrazando, eu fraternal camaraderia, un corderillo blanco.
La vieja había dejado su rueca y se acercaba a la vara lustrosa que como un barandal separaba la ramada que servia de cocina y comedor, del trozo de tierra apisonada que era como una prolongación del camino. Al otro lado, dos ranchos de barro y totora, primitivos y sucios como rucas de indios, levantaban pesadaniente sus paredes torcidas. Apéese, y. tome. asiento su mercé. Pa onde bueno tan temprano. Pa Argentina, a comprar animales. Toavia ésta es posesión de On Nicasio Lillo. Toavia; hijo es el capataz de ou Nicasio: puallá poirá contrarse con él; anda comprando novillos al patróni.
Sentose Nicomedes en el duro banco, pegado a una especie de inesa que llenaba toda la ramada; y con indecible placer, con infinito regalo, alargaba sus piernas cansadas por la caminata. La moza se había acercado; y con cierta sequedad que quería hacer amable, casi sonriente, le había dado las buenas tardes, preguntándole. Viene enfermo su mercé, no será un fiebre. No, señorita; un mal de vientre; una cosa que no me deja comer; y me dan ganas de echar las tripas por la boca.
Sonrióse el mozo; ella también se sonrió, mirándolo ahora con sus ojos frios, pero sanos y francos. Lo habrá desconocio el agua, maire.
La vieja, sin mirar, liaba un pitillo de hoja; y decia por lo bajo, como contestándose ella misma. Frialda de vientre, se puee quitar con una bebia e maqui. Alli en el soberao hay maqui seco, Florinda. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica